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Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas.»

Señoras y señoritas, bienvenidas a otro capítulo de “Hospital Central”, la serie “Guadiana” porque se oculta y vuelve a aparecer cuando menos nos lo esperamos. Para aquellas que no estén muy actualizadas en geografía de España, el Guadiana es un río que nace, se mete bajo tierra, luego asoma otra vez y así todo el rato hasta que muere en el mar. Pues con Hospital Central nos pasa lo mismo: nadie sabe cuándo va a estar en la tele y cuándo no.

Así que paciencia, nos la tomaremos a gotitas, según nos vayan prescribiendo las dosis los directivos de la cadena televisiva.

El episodio que hoy nos ocupa comienza de forma inquietante: Teresita, secretaria de admisión del hospital, cruza el hall principal (cuyo suelo se encuentra lleno de manchurrones de sangre). Abre una puerta y lo que ve le causa pavor. Acto seguido, un fundido a negro con cartelón nos advierte que retrocedemos en el tiempo unas horas atrás desde esta primera escena.

Con este espeluznante aperitivo, vamos a irnos preparando para una sesión de disparos, heridas por arma blanca, colorante rojo por arrobas y acción policíaco-sanitaria.

En el mostrador de admisión se encuentran Claudia y Gimeno que, recién enrollados, se prodigan arrullos de tórtolos y tonteos variados. Claudia, cuando su ligue se va, confiesa a Teresa su relación y declara que Gimeno ha resultado no ser “mono” (como ella pensaba), sino un auténtico gorila. Teresa declara que le va a costar quitarse la imagen mental que acaba de invadirla; y a mí me pasa lo mismo, qué asquito sólo de pensarlo.

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No sé si se acuerdan (es difícil a estas alturas), pero Vilches y Maca dejaron el anterior episodio completamente enemistados. De hecho, se odian en profundidad. Sotomayor les prepara una reunión-encerrona para provocar que hablen y entierren el hacha de guerra. Ambos comienzan el encuentro con franca hostilidad pero, cuando el Director del hospital les conmina al diálogo, llega la noticia de que Waldo ha intentado suicidarse y todos salen despavoridos a hacer frente a la situación. Mientras Maca trata de organizar los espacios hospitalarios para asistir al suicida, Vilches se queda junto a ella y entre llamada y llamada telefónica, hablan. Tras discutir un poco sobre lo valiente o cobarde que es recurrir al suicidio cuando una persona se encuentra en estado de desesperación, Vilches confiesa que se le han pasado por la cabeza ideas muy negras en los últimos días. Maca le mira con cierta comprensión compasiva y ambos firman un pacto de no agresión dándose las manitas (podían haberse fumado la pipa de la paz, pero está prohibido fumar en los espacios públicos cerrados). Así que tregua habemus.

Llega Waldo transportado en camilla; vivo, pero fatal. Presenta sección medular en zona cervical, como resultado de haber intentado ahorcarse. Así que las posibilidades son dos: o se queda tetrapléjico o las palma. El suicida no desea vivir porque se siente culpable por haber matado a una señora y quiere pagar el homicidio con su propia existencia.

La raíz del problemón que nos va a invadir el capítulo de dramas es el hijo de Fernando (Dr. Mora), que no ha escarmentado de su pasado criminal y vuelve a juntarse con las malas compañías de siempre. Sus colegas y él urden un robo por alunizaje a una tienda de ordenadores. Provistos de un coche grandote (robado también, como es lógico), lo van a estampar contra el escaparate de la tienda y llenar el vehículo de todos los artículos que allí se almacenen. En mitad de la acción delictiva, aparece la policía y los agentes disparan, dándole en toda la barriga a uno de estos “simpáticos” muchachos. Como sangra como cochino en matanza, deciden llevarle al hospital para que le operen “de estrangis”, aprovechando que Fernando trabaja allí y supuestamente no va a chivarse por encubrir a su hijo delincuente.

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Cuando más faena tiene Esther, aparece Maca persiguiéndola por el pasillo. Nuestra Jefa de Urgencias reclama atención de su esposa: quiere que hagan algo juntas porque percibe que “con tanto marrón” se les está olvidando que son una pareja. Con “hacer algo juntas” quiere decir cualquier cosa, incluso ir a un Burger. Esther responde que vale, pero que luego hablan, que está muy liada. Y es la verdad, para qué vamos a engañarnos.

Gimeno y Claudia siguen con sus retozos en la zona de toqueteos del hospital: el cuarto en que guardan la ropa, toallas y demás paños hospitalarios. Me parece recordar que por ahí han pasado todas las parejas del centro sanitario para aliviar sus urgencias de intimidad. Pero lo habitual era que, cuando alguien entraba a recoger el material allí almacenado, la pareja en cuestión cesara en sus actividades. Es lo que normalmente se llama “cortar el rollo” por interrupción. Éstos no: éstos planean poner un cartelito de “Prohibido Molestar” en la puerta para que no les perturbe nadie. Y siguen comiéndose los morros con total tranquilidad a pesar del tráfico.

La tropa delincuente ha llegado al hospital y encuentra a Fernando por un pasillo. Como el Dr. Mora alega que él solo en el quirófano no puede operar a nadie, uno de ellos saca la pistola y apunta a Vilches que justo pasaba por allí. Así encañonados, ambos doctores deciden que es más prudente operar al desangrante atracador que llevarse un balazo. Se meten todos en el quirófano menos Boni (el enfermero del SAMUR) y otro de los antisociales que es búlgaro y porta una recortada que miedo da de sólo verla.

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Maca sigue persiguiendo a Esther por los pasillos, empeñada en “hacer cosas juntas”: ahora propone tomarse un vinito en mutua compañía cuando finalice el turno del hospital. Esther responde que después de lo que tiene que decirle, no va a querer tomarse más vinos con ella. Tan solemne declaración provoca la alarma en Maca: “Me estás asustando”, dice. Esther: “No es para asustarse, pero por una vez en la vida voy a pensar sólo en mí misma. Y…y bueno, voy a hablar con la editora y le voy a decir que sí a lo de los cuentos infantiles”.

Maca: Me parece genial. Yo te voy a apoyar en todo lo que necesites.
Esther: Lo único que para escribir voy a necesitar más tiempo y voy a pedir una reducción de jornada.
Maca: Y de sueldo.
Esther: Sí….Sé que no es el momento.
Maca: ¿Por qué no lo hablamos esta noche?
Esther: No, porque no quiero que me convenzas, Maca. Lo he pensado mucho, de verdad. Y no quiero dejar pasar este tren.
Maca: Yo creo que no es el mejor momento para pruebas.
Esther: Ya, pero tú vas a probar a ser jefa de Telemedicina y de Urgencias a la vez.
Maca: Porque es más dinero. Y porque nuestra familia lo necesita.
Esther: Y nuestra familia necesita que yo sea feliz y me sienta realizada. Y ahora mismo no lo estoy.

Maca se queda mirando fijamente a Esther y, justo cuando va a discutir el último argumento, aparece Raquel. Viene preocupada porque ha visto a Boni con el búlgaro esperando a la entrada del quirófano en el que están operando al atracador, y le ha parecido una situación muy rara. Ante el mosqueo de Raquel, Maca decide investigar por si algo va mal. Así que, ni corta ni perezosa, se dirige directa a meterse en la boca del lobo. Antes de irse, se despide de su mujer con un nada amistoso “haz lo que tengas que hacer”.

Boni intenta que Maca se vaya, pero ella está en modo terco y se empeña en meterse en el quirófano para ver qué hacen allí. El enfermero incluso le da un buen empujón para sacarla al pasillo; entonces el búlgaro se mosquea y en la refriega le pega un tiro a Boni en toda la rodilla a quemarropa. Entonces mete a Maca dentro del quirófano arrastrándola por los pelos, mientras el enfermero aúlla de dolor (un disparo en una rodilla debe de doler mucho, es la verdad). En el quirófano la escena es poco tranquilizadora: el paciente ha perdido sangre en cantidades industriales y comienza a fibrilar.

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Su hermano (también atracador, y que está allí, pipa en mano) no deja de pegar alaridos y soltar blasfemias a todo pulmón. Vilches intenta desfibrilar al paciente para que resucite. Entre los gritos, Boni en el suelo agarrándose la rodilla, y la escandalera general provocada, termina por resultar evidente que allí pasa algo grave y que hay que llamar a la policía.

A Boni se lo llevan a un quirófano para tratar de repararle la pierna. Mientras le trasladan, informa de quiénes son los rehenes de los atracadores, a saber: Vilches, Fernando y Maca. Un policía le interroga camino de la operación, de la que van a ser oficiantes Valeria La Borde, Raúl y Gimeno. Voy a pasar por alto el hecho de que en este hospital se opere sin anestesista ni personal de enfermería alguno, porque se supone que es una situación de emergencia y se hacen las cosas como se pueden.

Entretanto, el delincuente herido ha vuelto a ponerse en marcha gracias al desfibrilador y Vilches y Fernando siguen trajinando entre los mondonguillos de su tripa.

Llega el policía encargado de coordinar todo el asunto del salvamento, liberación de rehenes y demás. Es una especie de Rambo-chapuzas muy mandón pero con poca pinta de eficacia, que parece haber cursado sus estudios en la escuela policial de Los Hombres de Paco.

El búlgaro se pone cada vez más nervioso y jura “por su puta abuela” que se va a cargar a quien le toque las pelotas. Yo siempre había oído lo de “puta madre”, pero lo de meter a las abuelas en este tipo de expresiones castizas debe ser costumbre del este de Europa.

De nada sirve la histeria en estas circunstancias: el paciente sigue perdiendo más y más sangre y como consecuencia lógica entra en parada cardiorrespiratoria, provocada con toda probabilidad por shock hipovolémico. El hermanito sigue pegando voces (es lo que mejor sabe hacer, según demuestra) y anuncia que va a matar a ambos cirujanos, que son en su opinión dos maricones por no conseguir la supervivencia de su hermano. Suena el teléfono: es la policía que pide negociar. El búlgaro encañona entonces al Dr. Mora y el gritón a Vilches, al que sigue llamando “maricón” a voces. Para entonces ya el hijo de Fernando se ha ganado un buen mojicón con la culata de la recortada, que le ha producido un hermoso hematoma en la nariz, y pasa del bando de los atracadores al de los rehenes.

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Waldo ha fallecido y Alicia anda como alma en pena por todo el hospital, inundada en lágrimas. El resto del personal no está para nada más que el secuestro: Esther entra en estado de absoluta descompensación emocional y se la tienen que llevar para que se tranquilice y no moleste al Rambo policial en sus actividades negociativas. Raquel la sosiega, procurando quitarle de la cabeza los temores de no volver a ver a Maca nunca más (con vida, evidentemente): el caso es que la envalentona y juntas vuelven al pie del cañón.

El Rambo-Chapuzas planea tomar el quirófano por asalto, suponiendo que al ser unos delincuentes “aficionados”, no van a atinar a dispararle a nadie y todo va a salir a pedir de boca. Razonamiento tan poco prudente nos confirma la sospecha de que este tipo ha aprendido de Paco y sus hombres el arte de la lucha contra las fuerzas del Mal. De momento ya tenemos la primera víctima, que es la pierna de Boni. De imposible recuperación, se ven obligados a amputársela. Mejor quedarse sin pierna que sin vida.

Siguiendo una inteligente estrategia, les dicen a los secuestradores que la policía se ha ido y que pueden salir. Como los atracadores son tontos de remate, se lo creen y asoman el morro por la puerta del quirófano -que sigue sitiado, aunque los policías están escondidos. Pero no son tan idiotas como había supuesto Rambo (porque es que hay que ser muy bobo de capirote para creerse sin más una treta tan absurda). Así que se esperan dentro y cuando ven aparecer por el pasillo al primer policía, le disparan. Otra balita va derecha a la cabeza de Fernando, que yace en el suelo con una mancha de sangre que no augura nada bueno sobre sus posibilidades de quedarse en este barrio. Maca y Vilches intentan mantenerle con aliento, pero qué mala pinta tiene toda la situación. De eso se da cuenta su hijo, que rompe a llorar, acompañado de Maca.

La policía decide entonces despejar toda la planta para abandonar el asedio del quirófano y dejar salir a los atracadores: el plan es meterles un tiro cuando asomen por el pasillo. Pero salen parapetados tras los rehenes y resulta más difícil hacer puntería con ellos. Qué miedo me da esta gente: son capaces de darle a todo menos al objetivo. El gritón porta a Vilches y el búlgaro a Maca. Ay, Dios, qué nervios.

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Entonces Raúl, que acaba de cortarle la pierna a su amigo Boni y viene en estado despistado-cataléptico, se cuela en la sección de boxes de Urgencias (recordemos que se supone que todo el espacio debería quedar despejado para que los polis puedan hacer puntería con los secuestradores).

La marcha de los atracadores con rehenes prosigue. Al búlgaro le ha gustado Maca (una cosa es ser malvado y otra tonto) y la toquetea más de la cuenta. Ella se revuelve y protesta; él la olisquea el pelo.

Justo cuando los policías tienen a tiro a los atracadores, se cruza Raúl, que va ignorante de todo inmerso en sus pensamientos atormentados. Rambo ordena abortar, pero los dos policías disparan, los dos atracadores disparan, todo el mundo dispara y se organiza una zarracina de mil demonios. Los rehenes se tiran al suelo, intentando esquivar las balas que vuelan por todas partes; Vilches se echa encima de Maca a lo caballero andante, protegiéndola con su cuerpo gentil. Qué majo.

Los atracadores son agujereados cual quesos de gruyere por la policía. Fernando sigue con el cráneo en mal estado.

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El episodio termina apocalípticamente y me quedo pensando si Esther, después de lo acontecido, va a seguir con sus pretensiones literarias. Lo mismo decide dejarlo todo estar, porque cada vez que le lleva la contraria a la parienta, casi se la matan. Porque Maca y Esther tienen varias estrategias para solucionar las cosas cuando discuten, se enfadan la una con la otra o tienen crisis de pareja. Y una de ellas, que han usado en repetidas ocasiones, es que cualquiera de las dos es víctima de crimen o catástrofe y así la otra (abrumada por el disgusto) perdona y olvida todo lo que sea necesario. No se puede negar que el mecanismo es efectivo, pero cualquier día se puede ir de las manos y acabar no ya en un hospital –que ahí ya están todo el día- sino en el cementerio directamente.

Esperemos que el próximo capítulo sea un poco menos cruento y algo más agradable, que tanta tragedia agota. ¡Hasta la semana que viene! (lo digo con cautela: confiemos en que haya episodio la próxima semana y no nos vuelva a desaparecer la serie otro par de meses).