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Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas.»

No se sorprendan. Por obra y gracia de Telecinco, el universo se dio la vuelta cual calcetín y ahora el episodio que debía ser el 18×16 convirtióse en el 19×02. Es decir, que el de la semana pasada se mutó en el primero de la siguiente temporada. Y así siguen jugando los “peques” de Telecinco en la guardería-Kindergarten, supongo que para intentar disimular que a la serie la tienen como a puta por rastrojo (perdón por la expresión, pero esto se dice mucho en mi pueblo y es castellano puro).

Maca y Esther viven sus vidas en el limbo de la amnesia. ¿Recuerdan nuestras preguntas de la semana anterior?, ¿se acuerdan de cómo nos devanamos los sesos pensando en si habría bronca o no por el abandono de Esther en su flamante presentación como cuentista consagrada?, ¿o cómo llegamos a pensar si habría al menos un reproche, un desdén, o cosa similar, hacia Maca por no haber asistido al evento aunque tuviera excusa clínica? Pues, sorpresa: nadie…pero nadie de nadie de la completa nadietud se acuerda de que tal cosa haya sucedido. Están las dos tan panchas y tan anchas. Bueno, pues si a ellas no les importa, no nos vamos a calentar la cabeza nosotras, ¿no?

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Alicia y Héctor parecía que nos iban a dejar en la santa paz con el rollo de su boda, pero qué va: primero que se casan por la Iglesia, luego que sólo por lo civil y sin convite; y ahora todo el hospital ha decidido darle una sorpresa a Alicia y, cual Cenicienta clínica, vestirla de novia tradicional y prepararle ceremonia también tradicionalísima. Para acicalarla de los sus cabellos, nadie mejor que la peluquera que peina a los enfermos. Y así todo: de escondidillas, los invitados ocultando sus ropajes ceremoniales y Jimeno pensando en ponerse un chaqué que aloja en su cuarto de baño. De este modo resulta un acontecimiento completamente estrafalario, más que nada porque cada vez que Alicia entra, se organiza un revuelo absoluto, escondiéndolo todo en plan vodevil.

En una de las reuniones del comité pre-boda, Sotomayor pregunta por Maca y es puntualmente informado por Esther de que se halla ocupada con la firma de las indemnizaciones a los obreros y acreedores y demás minucias legales debidos al problema interminable de su herencia. Jimeno puntualiza: “Espero que los vinos de Maca no sean tan peleones como sus negocios”. Jejeje, muy bueno el doble sentido.

La boda superceremoniosa acaba pareciéndonos necesaria cuando oímos a la pija. Es una joven letrada que, procedente de familia bien, se ha casado recientemente e ingresa en el hospital. La paciente refiere dolor en el pecho, disnea, malestar general y presenta un cuadro de estupidez invasiva por todo su organismo. Es boba, la pobre. Tiene muchísimo dinero, muchísimos posibles, muchísimo marido y la acaban de contratar en el mejor bufete de Madrid. Se dedica a presumir de su super-boda en los Jerónimos (que es donde se han casado muchos reyes de España y gran parte de la nobleza) y, claro, Alicia se siente humillada porque su bodorrio no va a llegar a la altura de semejante ceremonial.

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Además de dejarlos bien atados al yugo conyugal a Héctor & Alicia S.L., la boda va a servir para que Claudia salga un poco por ahí. Como no tiene costumbre de que su criatura se quede con la canguro, Maca le ha preparado un listado de las cosas que no debe olvidar para dejar bien provista la casa en su ausencia. Nuestra pediatra da por sentado que Claudia La Formal se va a volver prontito, sin trasnochar ni nada. Cuál es su sorpresa cuando su amiga confiesa que no piensa pernoctar en su domicilio, sino que le darán las claras del alba en juerga y despiporre. Maca no puede evitar el siguiente comentario, entre divertido y atónito: “¡Qué perra eres!”, a lo que Claudia contesta con risas. Es evidente que Maca ha imaginado lo evidente: que la neuróloga planea una cita con contacto corporal incluido. Y para confirmarlo, Claudia pregunta: “¿Algodón o encaje?”. Maca responde que algodón, porque “nunca falla”, poniendo la cara de picardía más malota que le he visto jamás. No es la única que se preocupa por temas de ropa interior: Jimeno está en lo mismo y pide consejo al celador sobre qué tipo de gayumbos lucirá en la velada. ¿Será que pretenden lo mismo? ¿Caerá Claudia en sus tentaciones hetero…géneas?

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Maca y Esther se encuentran en un momento muy íntimo: Esther le pone a Maca delante un montón de papeles para que los vaya firmando. Romántico, ¿verdad? Mientras vemos ejecutar tan noble tarea, Esther informa de que cada vez la llaman para más cosas relacionadas con la narrativa infantil. Ahora tiene un encargo para hacer un cuento sobre la Gripe A (tema didáctico a la par que ameno). Maca se impresiona por los avances literarios de su mujer y comenta: “a este paso vas a necesitar un representante”; también sugiere que sería bueno habilitar un espacio de su hogar conyugal para que la autora escriba a gusto sin interferencias. Deben de tener una enorme mansión (tres niños, ellas dos y todavía pueden sacar para un estudio-despacho). Y cuando Esther manifiesta su satisfacción por lo bien que le van las cosas de sus cuentos, Maca por fin se acuerda del plantón del episodio anterior: “Te prometo que nunca más me voy a perder nada tuyo, ¿vale? Que voy a ser una groupie, de las pesadas, con camiseta y todo”.

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En éstas, Maca se ha ido acercando a su esposa con evidentes intenciones afectivo-amatorias; pero cuando parece que vamos a tener un gozoso y tierno retozo, su atención se dirige hacia Vilches (que acaba de entrar fugaz y clandestino), y nos quedamos con las ganas. Ya podía haber venido éste a mangar morfina en otro momento, caray (tiene a su novia muy malita –tanto como que se está muriendo- y se suministra de morfina para quitarle los dolores).

Maca se quedó mosca e interrumpió sus maniobras de cariñitos. Pero hizo algo más: llamar a Vilches a capítulo: que no es tonta y se ha figurado perfectamente lo que pasa. Una vez en su despacho el reo, procede a echarle la bronca por entrar en el hospital como si fuera un supermercado de medicamentos y sustraer drogas a placer. Luego le advierte-amenaza de posibles medidas disciplinarias si vuelve a cometer hurto. Vilches se va. A mí me parece que en cuanto necesite morfina otra vez, vuelve a por ella y se lleva medio kilo.

Sigue el desfile de pijos insufribles en este capítulo: el siguiente es nada menos que el hermanito de Raquel (también son niños-bien). Pelayo, que así se denomina el elemento, es un inútil profesional que juega al golf en sus ratos laborales y critica a todo el mundo en sus ratos libres. Tiene una lesión en el hombro que impediría a cualquier humano dotado de alguna neurona activa practicar el golf; pero como la cabeza que porta el tal Pelayo sólo la tiene para peinarse los pelos, él se empeña en que tiene que seguir metiendo las pelotillas en los hoyitos. Y en estas importantes tareas fundamenta su existencia. A su hermana la llama “peque” (con más desprecio que cariño) y la humilla continuamente presuponiendo que Raquel está tan de adorno en el mundo como él. Tamaño imbécil hace comentarios como “está tensa, no tiene novio, ¿no?”, “pareces un médico de verdad”; cuando acaba con su hermana empieza con el hospital, que para él es “cutre de cojones” y la gente que pasa por la cafetería “ya sin comentarios”; y termina con machismos valorando cuál enfermera tenía mejor polvo de las que se puede haber tirado Javier Sotomayor. El lindo galán se ha empeñado en que le pongan una infiltración en el hombro y al final acaba con una rotura de tendón. No suelo alegrarme de la desdicha ajena, pero muchas veces cuando buscas algo lo encuentras.

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Entre bobos anda el juego: al principio del episodio ingresó un tipo que tenía en su casa como mascota a una serpiente peligrosísima de muchos colorines y veneno mortal. Sucede lo lógico: el bicho se atemoriza y acaba por morder a todo el que se pone a tiro, incluido su dueño. Consecuencia: lo ingresan, y resulta que no sólo cría especies ilegales, además es todo un “ecologista”: pretende que no se le aplique tratamiento farmacológico porque tiene su fe depositada en las técnicas de una desconocida tribu primitiva con la que ha vivido unos meses. Maca objeta que mucho naturismo, pero que el paciente está desarrollando una sepsis de caballo y que así, lógicamente, el tío se muere. Y lo malo no es que fenezca y se reúna con la Madre Tierra, sino que encima el hospital cargará con la responsabilidad de no haberle aplicado el tratamiento. Deciden en conferencia ella misma, Jimeno y Claudia administrarle el remedio químico por medios traicioneros: se lo disimularán en una tisana. El capullo selvático se traga la poción sin rechistar (sólo con ver una infusión ya se piensa que no puede haber más que hierbas dentro). Y se cura, claro.

Cuando están urdiendo el plan para medicar al rebelde de la serpiente, Maca recibe una llamada al móvil. Es su abogado. Ya tenemos de nuevo otro conflicto con la dichosita herencia. Al final no de nada ha servido el acuerdo de la venta porque uno de los acreedores presentó una demanda, que ha seguido adelante, y ahora la opción para liquidar su deuda es apañar el dinero del patrimonio de los herederos. Maca se acerca contrita a su mujer con cara de “a ver ahora cómo se lo digo a ésta, me va a matar”.

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Cuando llega a la altura de Esther, la cara de Maca ya refleja aflicción total. “Nos van a embargar la casa”, comunica. Esther se queda a cuadros. Y no queda ahí la mala noticia: “Nos dan quince días para dejar la casa”. Ahí Esther sí que se pone al borde del colapso nervioso, y replica: “¿Y dónde nos vamos a meter?”. Maca no tiene ni la menor idea, y así lo confiesa con lágrimas en los ojos. La solución de irse provisionalmente al apartamento de una amiga no es factible, porque como bien dice Esther, son nada más y nada menos que cinco personas a alojar. Cinco personas en un apartamento no cogen ni metidas como sardinas en lata.

¿Y por qué les toca a ellas? ¿Es que no hay más herederos? ¿Es que no pueden embargarle la casa a la mamá de Maca, que es ella sola y se puede alojar más fácilmente en cualquier parte? Estas son las preguntas que se hace Esther. Maca responde muy seria, con un argumento jurídico irrefutable: “la empresa está a mi nombre”. Todas las cuestiones que Esther ha planteado no incluyen las que a mí me parecen fundamentales: ¿Y cómo se ha dejado Maca meter semejante puro? ¿Era ya dueña y señora de los vinos antes de que su papá arruinara las bodegas? ¿Pagaba ella los impuestos? ¿Recogía los beneficios? El caso es que, sea como fuere, ahora tiene un buen marrón encima: ni con la casa puede pagarlo todo. Maca y Esther (como sociedad conyugal que son), están en la ruina y en la calle.

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Esther se declara harta de los pufos de su familia política y cuando Maca intenta aplacarla un poco y hace ademán de agarrarla por el brazo, la enfermera la rechaza con un manotazo enfadado.

Alicia por fin se entera de que entre todo el hospital le están preparando una ceremonia nupcial a lo bestia. La arreglan, peinan y periponen en una de las salas de reunión y, una vez lista, la transportan hasta la iglesia. La tal iglesia es más bien un iglesión, que más grande no la han ido a encontrar. Del brazo de Sotomayor (que para eso es el Dire del hospi) se encamina hacia el altar. La situación es como para estar nerviosa, y ya sabemos por anteriores experiencias qué pasa con Alicia cuando se pone de los nervios: que le da un ataque de ansiedad y se desmaya acto seguido. Efectivamente, en pleno altar, frente al cura y justo cuando va a pronunciar los votos nupciales, cae al suelo privada de sus sentidos. Pero algo tenía que tener de bueno trabajar en el ámbito hospitalario: con tanto médico alrededor, alguno será capaz de volverla en sí. La reaniman como pueden en la Sacristía y ella misma se pone las pilas cuando el cura sugiere suspender la boda por la indisposición transitoria de la novia. Ah, no, ella se casa, se casa y se casa, cueste lo que cueste. Mira tú qué pronto se le pasó el mareo.

A mí de todo esto lo que se me ha quedado grabado es qué va a pasar con nuestras niñas, porque bronca hay y drama homeless también. Y ojo, señoras, que dice un dicho que “cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana”. Por tanto, es posible que tengamos crisis parejil a la vista. Claro que también está aquello de “contigo pan y cebolla”, referido a la capacidad del amor verdadero de sobrevivir a las desdichas. Así que, ¿quién sabe?

Y otra cosa a la que doy vueltas es la pregunta que le planteó Claudia a Maca: ¿Algodón o encaje? Es todo un dilema de lencería. Maca sostiene que el algodón nunca falla, pero no hay más que pasearse por una buena sección de lingerie para ver la cantidad de cosas bonitas con las que puede una chica adornarse. Porque una mujer guapa siempre es guapa, pero no deja de ser cierto que lo es más si encima se pone sexy. Así que, respecto a la sensual y seductora ropa íntima, ¿qué opinan? ¿Encaje? ¿Algodón? ¿Otras propuestas?

Hasta la semana que viene. Sean felices.