Quemarse a lo bonzo no es un método de suicidio muy piadoso. Si para arrancarse la propia vida ya hay que tener una dosis considerable de desesperación, imaginemos los motivos que puede albergar quien se la quita de este modo. Con tan impresionante suceso comienza “Cuentas Pendientes”, la tercera entrega de las aventuras de las subinspectoras Rebeca Santana y Miriam Vázquez.
De todo el mundo es sabido lo dura que resulta la vida policial: junto con la posible emoción y un trabajo aparentemente pleno de aventuras, la más amarga realidad se presenta de modo cotidiano cada vez que fichas la entrada, dado que todos y cada uno de los días tienes que relacionarte con la hez y la escoria de la sociedad. Porque los criminales, reconozcámoslo, no tienen nada de romántico: son gentuza que es necesario atrapar. Posiblemente el día a día policial sea más aburrido en la realidad (por fortuna para estos funcionarios, porque de lo contrario supongo que sería insoportable).
Esta es una novela policíaca, dentro de la más veterana tradición. Policías que se dedican a investigar y detener a los malos, protegiendo a la sociedad de sus cabronadas.
El introito independiente con que se inicia la novela (el terrible suicidio de un muchacho, al que acabamos de aludir) ya augura que en esta ocasión las protagonistas deberán enfrentarse a algo muy gordo. Mal puede prever la subinspectora Santana las consecuencias de este acontecimiento (principalmente porque aún no se ha enterado), pero pronto toda la brigada criminal se encontrará inmersa en sucesos de urgente investigación.
Otros dos chavalines pasan por la aventura más desgraciada de su corta vida. Ambos intentan escapar, pero no es tan sencillo. ¿Qué ocurre cuando uno de los dos aparece muerto atropellado, aparentemente por accidente? Guille, el sobreviviente, consigue llegar a buen puerto. El interrogatorio será esencial, pero debe ser sutil, delicado y acorde con la edad, la personalidad y las especiales circunstancias de la víctima-testigo. Rebeca es ideal para tales tareas por su formación específica y su propia experiencia de niña sometida a vivencias difíciles.
Todo ese bagaje vital acompaña a la subinspectora Santana como un equipaje necesario del que no es posible desprenderse. Resulta lógico: nadie puede dejar atrás lo acontecido, ya sea positivo o desastroso, acaba formando parte de cada vida, única y personalísima. Pues bien, “Cuentas Pendientes” –como título- alude precisamente a esto: el pasado no se deja atrás, queda posado cuando se ha resuelto (aunque subsiste en la propia existencia personal); pero cuando no está solucionado es algo pendiente que hay que resolver de algún modo.
Rebeca tiene varias cuentas pendientes y puede que sea el momento de saldarlas. Algunas son puramente psicológicas que debe revisar ella misma, otras involucran a terceras personas pero son también personales.
Lo de las familias es como las costumbres, una piensa que las suyas son raras hasta que conoce las de los demás. (Pág. 91)
De cualquier modo, todos esos asuntos que la perturban tienen que llegar a su resolución, so pena de acabar cargando con ese perpetuo sentimiento de culpabilidad que termina por minar cualquier mente sana.
Como siempre, los temas pendientes se quedaron en el tintero, chapoteando. (Pág. 114)
Tiene una baza a su favor bastante buena: su novia Malena. Están enamoradas y su relación parece transcurrir por vías optimistas. Pero Malena también tiene su entorno personal y su pasado particular: hija de un reconocido e hiperprestigioso abogado barcelonés, su reciente acceso a la fiscalía no le ha permitido dejar atrás ciertos incómodos lazos familiares. En concreto, Malena tiene que actuar en un procedimiento en que están incursos los hijos del socio de su papá.
Ni que decir tiene que las presiones estarán al orden del día. Presiones que, fácil es de deducir, pueden ser bastante molestas e incluso inquietantes. Nada para tomarse a broma. Hablamos de gente poderosa y en absoluto acostumbrada a que le lleven la contraria.
En este mundo de peligros procesales y policiales, Santana tiene –como siempre y cómo no- una aliada y compañera vital: Miriam Vázquez. Es su compañera, amiga y confidente. La verdad es que pocas relaciones pueden ser tan estrechas (a excepción de las amorosas, por supuesto). Miriam tampoco atraviesa su mejor momento. Su dudoso noviazgo con un señor que está más pendiente de su familia que de ella, no la satisface. Rafa, perpetuo pretendiente, compañero policía enamorado hasta las cachas de la subinspectora Vázquez, volverá a intentarlo. ¿Le dará Miriam una oportunidad? ¿Le hará un huequillo en su corazón? Yo votaría porque sí, pobre muchacho, más que nada porque está totalmente entregadito.
En la saga Santana-Vázquez es recomendable haber leído las anteriores entregas, pero no imprescindible. Podéis entrar de lleno en “Cuentas Pendientes” sin haberle echado ni un vistazo a lo precedente: pero qué duda cabe que resulta mucho más placentero contar con antecedentes. Especialmente yo recomendaría leer la anterior, “Contra las Cuerdas”, porque ahí hay ciertas situaciones que dotan de mayor significación y dramatismo a lo que se narra en esta última. Aunque, repito, no es absolutamente necesario porque la autora nos da pistas suficientes para poder seguir la acción sin perderse.
En cuanto a la ambientación, hay licencias literarias para desarrollar la trama. Como ya advierte, la brigada a la que pertenecen nuestras subinspectoras no responde a ninguna unidad policial real; respecto al tema judicial-procesal y al funcionamiento de los órganos jurisdiccionales y la Fiscalía, debemos también entender y comprender que estamos en el mundo de la ficción.
El plato fuerte de la novela es sin duda la acción. No debemos olvidar que se trata de una novela negra y que aquí el quid de la cuestión está en la intriga, la persecución, el peligro y las emociones fuertes. Si es lo que buscáis, esta es una buena opción. Que la disfrutéis, si os apetece.
Edición citada: Hernández, S: Cuentas Pendientes. Editorial Alrevés. Barcelona, 2015.