Me encantaría hacerte sonreír cada día
Te aseguro que no me costaría nada de esfuerzo. ¿Cómo puede ser difícil sacar una sonrisa a una mujer que la lleva cincelada en la cara desde que el mundo es mundo? Eso es fácil. Lo complicado es ser valiente.
Quisiera poder decirte en otra ocasión que mi estómago da vueltas de alegría cada vez que me miras. Y no ahora, que todo es precipitado. Mejor con calma, preparar un entorno cómodo en el que las dos estuviésemos receptivas. Decirte, sin ninguno de los miedos que viven en mí, que me sigues pareciendo maravillosa, única…
…y que me encantaría, de verdad, hacerte sonreír cada día.
Perderte y ganarnos
No sé buscarte, solo imaginarte hasta que me duele el pensamiento. Hasta que llega otra mujer y me hace ojitos. Cuando me decido a cerrar los míos, surges tú de nuevo. Eso a ti no te importa y a mí me importa demasiado.
¿Por qué no somos valientes, o al menos sinceras, por el absurdo paréntesis de años en blanco que nos han distanciado, que son más difíciles de superar que cruzar el Atlántico de un salto?
¿Qué tal si le dan por culo a “lo que se debe hacer” y paramos de prohibirnos? A mí el protocolo me toca un pie y, de paso, el otro. ¿Por qué no probamos a estar juntas un ratito, y dejamos ya de ponerlo por escrito?
Nada de puntos suspensivos. No más interrogantes. Se acabó vivir en un tiovivo la misma huida repugnante. Ya no tendré vergüenza de invitarte a bailar y desafinar contigo una canción que a ninguna nos acabe de gustar.
Realidad ficticia
Nuestra historia empezó realmente bien; casi parecía irreal. Luego se fue torciendo poco a poco, sin avisar. Pasamos de la utopía a la misantropía. Empezamos a creer que sabíamos de todo cuando no teníamos ni puta idea. Y acabó de la peor manera: un abismo de silencio que nos separó años y años, como una fatídica condena.
En parte está bien, porque todo el dolor surgido desde entonces significa que lo vivido fue lo bastante real como para que ahora escueza.
Hubiese dado mi alma a cambio de asesinar mi cobardía, sin piedad ni duda. Fundirnos en un “abrazazo”, que eso es muy tuyo. Quedarnos a vivir en la mirada de la otra, parpadeando si nos apetece estar a solas. Que, por una vez, los golpes de la vida los tradujéramos en golpearnos las caderas sobre la cama, en el suelo, contra la pared o donde se nos antoje, sanándonos las heridas, rompiendo los “día a día”, reventando la rutina al galope de nuestros orgasmos.
No quiero nunca más tener que repetirte que eres la luz de mis días, que no soporto seguir en una realidad ficticia contigo sin que estés tú de verdad. Que a veces no me aguanto y solo tolero el día si es con la persiana bajada. Que no me importa dibujar el futuro con los esquemas del pasado. No me importa, siempre que estés tú a mi lado. Y no quiero que el tiempo vuelva a pasar y arrepentirme otra vez de ver que te vas.