Me odio por ser tan cobarde
Me odio por ser tan cobarde. Casi duele. Después de un puñado de años, sólo puedo mirar de lejos tus labios a través de las fotografías que vas dejando por el camino. También esos expresivos ojos. Y acordarme del eco de tu voz que se gangoseaba cuando las lágrimas pedían la vez en tu castaña mirada.
Imaginé otra situación en la que dije lo que querías escuchar, en vez de repetírmelo en silencio, rebotando sin parar dentro de mi cabeza. Te demostraba lo que llevábamos meses gritando con discreción. Era un secreto a voces. Era un murmullo a veces. Sostener tu barbilla con mucha delicadeza, como si sujetase aire, y unir mis labios a los tuyos, que tan bonitos versos recitaban. Versos que enamoran, y así me quedé yo. Tal vez, acabar en tu casa o la mía. Y si no, no pasaría nada. Aquella velada que la eternidad ha decidido apropiarse. Aquel momento, aquellos instantes, aquellas miradas furtivas y apresuradas, casi vergonzosas. Tuve pánico al espanto de perderte y al final pasó lo que tenía que pasar.
Si estuviéramos cara a cara, te abrazaría tan fuerte que podría llegar a deshacerte con mi soledad.
Ahora ya no me interesa saber la hora, el día o el mes en que estamos. Me da bastante igual que haya otra en tu vida, otra a la que ames y le recites toda la poesía que has escrito.
Eres la musa encarnada de nuestra vida pasada. Desde que te fuiste, tengo el corazón a dieta. Aquel silencio fue igual que uñas rasgando una pizarra, o un tenedor arañando un plato con mucha rapidez. Como si el plato fuese mi cerebro y los silencios en voz alta, el odiado utensilio.
Una detrás de otra
Sin tener ni idea, ideo algo de lo que sea. Sea más fácil o difícil, difícilmente puedo evitarlo. Evitar lo mismo de siempre. Siempre pensando en tus piernas sin fin. Fingiendo que ya no dueles, dueles más que si lo admito. Admito que soy una cobarde que arde, arde en deseos de no volver a callar. Callarme sería un gran error, error que no pienso permitir. Permitir a mi vergüenza irse, irse a un mundo mejor. Mejor me voy con otra, otra que me sonríe. Sonriéndonos, miro de rebote tu foto. Fotofobia me provoca aquel instante nuestro. Nuestro mundo pasó a mejor vida. Vida pasada que ya no temo. Temo pocas cosas ya. Ya ves lo que cambian esas hostias del ayer. Ayer pensaba en nosotras. “Nosotras” hoy se ha alterado gracias a otra. Otra mujer por la que soñar. Soñar sin miedo a provocar un nuevo nudo en mí. Mi única duda es si le queda mejor el pelo largo o corto. Corto de raíz con todo aquello. Aquello que me anulaba ahora me aprueba. A prueba quedo con todas las mujeres que surjan a partir de ahora. Ahora deseo estar feliz con una; una detrás de otra
Me pasa una cosa rara contigo
Tú tienes novia. Yo también. Pero cuando te miro, siento unas ganas terribles de besarte y descubrir a qué sabes. ¿Por qué siempre caigo con mujeres imposibles? Me encantaría atreverme. Ver si me respondes tal y como lo he imaginado. Hacerte el amor, solo yo, para que tú no tengas que hacer nada salvo disfrutar.
Sería capaz de besarte ahora mismo, por ejemplo. Mirarte a los ojos, buscando tus labios. Sin miedo. En mitad de la calle, con la gente abriéndose paso a codazos a nuestro lado.
Mi coraje solo me alcanza para besar el cigarrillo o el lapicero mientras tecleo esto, y soñar con que ese momento no tarde mucho en llegar.
Me encantaría atreverme. De verdad. Será mejor que no. Entonces, le doy la vuelta al pensamiento y a mis pies, hago un cambio brusco y te beso, revelando mi delito. Te confieso que creo que me estoy enamorando de ti. En realidad, estoy convencida; lo maquillo para no causarme mucho daño. Sé que no puede ser porque eres de otra. Eres imposible. Y eso es lo que me enloquece. Si no, sería demasiado fácil, demasiado bueno. No tendría atractivo, riesgo ni aventura. Me quejo, sí. Aunque debo admitir que me encanta en el fondo sentir el amor imposible acariciándome el corazón.