¿Por qué eres Primavera?

¿Por qué eres Primavera? Porque sonríes a las flores y ellas se giran hacia ti, abriendo sus pétalos, imitando tu alegría.

 

Enfermedad autoinmune

Existe una enfermedad. Es la más contagiosa porque concentra en ella toda su maldad. Una pandemia que se presenta en ambos sexos sin importar la edad. Ataca el cerebro y los músculos, pero en especial la bondad. Su naturaleza es más oscura que la soledad. Tan colérica como una insaciable tempestad. Contagiosa y grave en su totalidad.

A día de hoy resulta imposible de curar debido a su complejidad. Lo único que existe contra ella es un destello de piedad capaz de suavizar su perversidad. La terapia consiste en aprovechar el tiempo que te reste con la máxima serenidad mientras avanzas sin dar prioridad a que tú puedas incrementar el índice de mortalidad. Así disfrutarás más de tus días sin agobiarte al recordar que también tienes fecha de caducidad.

¿De qué sirve saturarte el pensamiento con esa toxicidad? Mejor que tus reflexiones floten con total impunidad sin estar atadas a una cadena, en cuya bola pone ANSIEDAD.

Qué malo es enfermar de miedo. ¿Verdad?

 

Una de las Siete Maravillas

Recordé cuando me espiabas a hurtadillas. Me sentía observada y envuelta por tu risilla. Tu mirada me provocaba de todo, desde dudosa incertidumbre hasta deliciosas cosquillas… Qué pleno era que, después de titubear sobre si cepillarnos los dientes o no, acabáramos cepillándonos la una a la otra; tú entre mis piernas te perdías nadando en mis Antillas, yo feliz por haberle robado al mundo una de sus Siete Maravillas.

Algunas veces esa alegría se arrugaba como una polilla. Desenvainabas tu silencio tan afilado como la más cruel de las cuchillas. Igual de despiadado que cuando a un ahorcado le pateas la silla. Y en mis ojos, concretamente en sus orillas, aún se asoma la duda de por qué a veces no me quieres compartir tus pesadillas. Tus motivos tendrás, o seré yo que me suelo pasar de listilla.

Solo recuerda que no soy la enemiga, sino tu Compañera deseosa de volver a abrazarte, ya sea en una bohardilla o viviendo dentro de una caja de cerillas. No te voy a dar la espalda, y si me la das tú que sea solo para rascarte cuando te asalten las cosquillas.

Nunca dejes de espiarme con tu sonrisa de Mujer traviesilla. Te lo pido de rodillas.