Ave del paraíso
Y entonces la vi. Una mujer diferente a las demás que me hechizaba porque no seguía el jodido guion. Con piernas tan eternas dentro de su pantalón verde tirando a marrón. Aparentaba una silueta angulosa desde lejos, apuñalando el suelo con sus zapatos de tacón. Sus cabellos cobrizos de seda natural, más esponjosos que el algodón, me hicieron creer que era la viva imagen de la pasión. De piel de raso tropical, quise esnifar su aroma por completo aunque, por defecto, me llevase un sonoro bofetón.
Su flor fue lo que más me enamoró. No era de las que se ponen en la solapa o tiesas en un jarrón. Una flor más dulce que el sabor de cualquier pezón. Una flor en la que, cuando hace calor, siempre apetece darse un chapuzón y, si el clima es frío desilusión, reconforta más que atiborrarse en la soledad devorando un bombón. De la que nunca te sacias y se lo expresas gimiendo a pleno pulmón. Aquella flor exótica entre su jardín sin corrupción brotaba brillando con cada lametón. Parecía estar en llamas y resultó ser ese tipo de luz que uno tanto ama sin pedir perdón.
Tú y Yo
Me asusta que esta Vida no guarde significado si estás en el lado más alejado. Te propongo un juego un poco chalado. En vez de que el mundo nos haga el vacío con nuestro pasado, seamos nosotras las solitarias antes de que la única solución sea darlo todo por sentado y saltar desde el tejado.
La llama de esa vela que aún no se ha apagado, una copa de vino tono morado, el ruido de la ciudad silenciado, tu Corazón coloreado… Hoy te miro y siento que ya no eres la soga de un ahorcado. Si nuestro empeño de ignorarnos se ha truncado, permite que me acerque hasta tus labios engalanados. Los míos ya no están cerrados, los tuyos tampoco –te lo he notado–.
Antes de que el mundo nos deje con los cuerpos muertos y tirados, démonos la oportunidad que, desde el silencio, siempre hemos implorado. Descubramos por Madrid nuevos pasos alocados aunque la Vida tenga el cielo nublado. No sufras por lo que no has alcanzado, sujeta mi mano y aparca tus pensamientos desconfiados. Solas tú y yo podemos conseguirlo hasta en los momentos más encapotados, mi eterno Amor resucitado.
Memeces que me pregunto viajando en metro
¿Dónde está la chica habitual de la línea 5 de metro que, cuando mira, le sonríen hasta los ojos? ¿Dónde se esconde la que se parece a mi actriz favorita y con la que nos cotilleamos de reojo, aprovechando la perspectiva de los cristales del vagón? ¿Dónde se mimetiza aquella que se sienta sola y junto a la que yo me quiero acomodar para ignorarnos con menos soledad? ¿A qué hora se sube la joven a la que me apetece preguntarle si está teniendo buen día? ¿Dónde está la mujer que me provoca tal timidez que hasta las pupilas se me ruborizan? ¿Dónde está la chica delicada que se encoge cuando la engulle el tumulto de la hora punta y a la que me nace tenderle la mano y sacarla de allí? ¿Dónde están todas ellas? ¿Serás tú? ¿Dónde estás tú?