El límite del horizonte
Escribo a lo lejano, al abrazo que nunca nos dimos porque nuestro destino es manco, a la Musa inalcanzable, al Amor imposible, a la traición de la razón… a tu Corazón.
Me atrae lo difícil. Mi Corazón no se excita si se lo dan todo hecho. Aun así, los obstáculos que pone la Vida en medio me sirven para aprender a escalar desde el nivel más básico, el de las propias conmociones. Esas que se esconden en el límite del horizonte y a las que, a diario, te expones. Las mismas que te provocan una frustración de coj****. Aquellas que no se resuelven discutiendo sino con acciones. Acciones en las que te ves obligado a esforzarte y estirar todos los tendones aunque, en el intento, se te caigan los pantalones. Aunque se te queden sin aire los pulmones.
Nosotros somos los auténticos ladrones cuando nos dejamos robar todas las emociones.
Una condena a Vida
Eres como una maldita condena que dura desde un sinfín de años hasta el día en que se acabe todo. Una sentencia jodida en la que la pregunta crucial es ¿qué habría pasado si…? Ese “si” no tiene nada de positivo, al contrario.
Un tortuoso tormento repleto de preguntas ignoradas por tu parte y respuestas silenciadas por la mía que acabaron sancionando a mi Corazón a una condena de muerto en Vida, sin sentirme querida ni siquiera por tu apatía más prohibida…
Aquel puto sueño
Ambas nos miramos, recordando el sueño loco que nos sugerimos a destiempo entre sonrisas afiladas de aspecto marfileño. Aquel puto sueño que empezó en un día sin noche ni dueño. Tan picante como el más obsceno de los jalapeños.
Un sueño sureño en el que, sin prisa pero sin pausa, aún me despeño. Donde lo más animal y salvaje que pudimos desear fue aullar como dos lobas mientras todavía te ordeño. En el que nos besábamos en todos los colores para apreciar el diseño de una vida real con ambiente caribeño.
Agradezco haber vivido aquel puto sueño, gracias a él desdeño toda la nostalgia que me ha producido pasar sin ti el período navideño.