La Herida de la Literatura es la historia de una muchacha llamada Melancolía. También es una historia de amor, de desarraigo, de soledad y, sobre todo, del sufrimiento que produce la creación literaria.
Melancolía se encuentra aquejada de un mal que tiene difícil solución. Necesita escribir, pero sabe que la escritura es poco menos que una enfermedad. Todos los que la rodean se escandalizan y preocupan cuando conocen el origen del aspecto cada vez más desmejorado de esta chica extraña, introvertida y que parece llena de su propio nombre.
Porque yo, Melancolía, no quería escribir. Sabía lo que ello implicaba. Sabía lo que ello podía hacerme.
Esta dolencia nació años atrás, en su Galicia natal, donde pasó su niñez y adolescencia. Allí conoció por primera vez el poder de los libros, la pasión por la lectura y sintió también por vez primera la herida de la literatura. Todo comenzó cuando conoció a su nueva profesora de literatura. Septiembre, que así se llamaba, llegó a clase el primer día con la imprudente pretensión de enseñar a sus alumnos precisamente eso: Literatura.
Todos los personajes que habitan la novela están de acuerdo en que la Literatura es algo muy peligroso y, como tal, ha de ser evitado.
En serio, Melancolía, tú sabes lo que se dice de la gente que estudia literatura, ¿verdad? Lo sabes, ¿verdad?.
Pero la temeridad de Septiembre no lo es únicamente por querer impartir una materia tan sospechosa, sino además porque la asignatura ha sido apartada de los planes de estudio oficiales. Esto es, por desgracia, cierto. Desde 2004 en España no se enseña literatura en colegios e institutos. Únicamente Lengua, lo cual es absurdo (como otros muchos desatinos que pueblan nuestro sistema educativo) porque la Literatura debe ser consustancial al estudio de la Lengua. Como decía Septiembre, “Como si no necesitaseis leer para aprender a hablar y a expresaros, ¿verdad?”. Ahora bien, con independencia de que tuviera más razón que un santo, lo innegable es que la profesora se estaba jugando el puesto.
Melancolía y Septiembre pronto entablan una amistad profunda, presidida por su amor por los libros. La profesora invita con frecuencia a la alumna a su casa, donde su biblioteca más parece un santuario que un simple depósito de libros. Es donde moran libros especiales, como los de Carmen Laforet o Elena Fortún. Son descubrimientos literarios que cambian para siempre el alma de Melancolía.
Esta es la historia que Melancolía quiere contar años más tarde, oprimida por su soledad en Melilla. Pocos lugares existen en el mundo tan distintos a Galicia como Melilla. Allí fue a parar cuando su madre, arqueóloga de profesión, encontró un trabajo que le resultaba en aquellos momentos fascinante y decidió mudarse llevando a su hija consigo. Ahora su madre no está. Decidió irse a Burgos, al yacimiento de Atapuerca.
No es que Melancolía esté sola del todo, tiene incluso un novio llamado Héctor, un militar retirado obsesionado por los OVNIS y que comprende bastante bien a la protagonista, una “dulce dama con nombre de tristeza”, como la llama una vez. Cuenta también con un abigarrado grupo de amigas, cuasi explosivo. Conforman una pandilla peculiar de chicas variadas y pintorescas, tan disímiles entre sí, que resulta sorprendente que puedan relacionarse. Porque es muy difícil tener amistad con quien no se tiene nada en común.
Letra, la gata, no las soporta. Letra es la verdadera compañía de Melancolía, con quien comparte la mayoría de los momentos de su vida. Es una gata muy singular. De entrada, habla. Interviene con frecuencia, dialoga y comenta. Como una voz interior, Letra es una especie de alter ego lúcido y perspicaz.
…mi gata Letra me miraba con los párpados peludos entrecerrados, los bigotes finos y toda su escuálida figura expandida como exhibiendo su beldad felina. Mi fiel compañera, mi Sancho Panza, que me odiaba y amaba del mismo modo. Una extensión de mí misma, era como otro miembro de mi cuerpo, pero separado a su placer cuando lo considerase oportuno. Sin Letra, Melancolía no sería Melancolía. Yo no sería yo.
Al contrario de lo que sucede con el grupo de amigas, a Letra le cae bien Helga. Helga es una chica que Melancolía ha conocido hace poco y que parece distinta, ideal para convertirse en su “mejor amiga”. Resulta tan diferente a esta heterogénea pandilla que no sólo le gustan los libros (algo insólito en el grupo), sino que ha aprendido italiano únicamente para poder leer en ese idioma (como cuando Unamuno aprendió danés con el exclusivo propósito de estudiar a Kierkegaard en su propia lengua). Desde el principio se notó cómo prendía la chispa de la afinidad entre Letra y Helga. Y esto es difícil porque Letra, como todos los gatunos seres, no concede su amistad a cualquiera. También Melancolía percibe que esta chica puede llegar a cambiarle la vida, a liberarla de su soledad. Quiere creer que puede crearse un vínculo hondo y verdadero, una relación verdaderamente importante entre ellas.
Incluso está dispuesta a algo que está vedado para todos los demás: dejarle leer lo que escribe.
Como señalábamos al principio, “La herida de la literatura” discurre a través de una idea central: el sufrimiento que provoca escribir. El acto de crear una obra de arte resulta parecido a un parto y, en consecuencia, algo paradójicamente doloroso y a la vez satisfactorio y feliz en el resultado. Esta cuestión tiene bastantes antecedentes en el universo literario y en la propia novela se alude a alguno de ellos, por ejemplo, una cita de Carmen Laforet (“La isla y los demonios”): “Marta […] pasaba con síntomas de gran virulencia el sarampión literario”.
Este sufrimiento no procede en realidad del propio arte –en este caso la literatura–, sino que resulta el vehículo para externalizar el sufrimiento, la ansiedad y la angustia. Y de esta forma, escribir se convierte en una verdadera catarsis.
Escribir era peligroso, pero no hacerlo era peor todavía. Pero lo que me ha ocurrido ha sido horroroso. Creí que moriría y luego, después, quise escribir.
La propia novela en sí misma se construye como un proceso catártico, de liberación de emociones y sentimientos. Es un libro muy intimista, una narración que destapa el interior de la protagonista y refleja una tremenda intensidad en la experiencia de la creación literaria y artística. Melancolía confiesa tener miedo por lo que le está sucediendo, por lo que está sintiendo, por lo que experimenta.
La obra está escrita en primera persona, la voz narrativa que mejor expresa las historias íntimas. Como interesante rasgo formal, hay que destacar el uso del plural genérico femenino. Debo confesar que al principio sentí una sensación curiosa, casi de extrañamiento, cuando me encontraba con esos plurales. Era como vivir en un mundo en el que sólo hubiera mujeres. Y esa percepción se volvía aún más rara cuando quien hablaba en el texto era un hombre. Al ir avanzando en la narración, me fui acostumbrando y todo iba siendo más familiar. Me ha resultado un experimento interesante y para nada innecesario, porque me he dado cuenta de lo arraigadas que están en la mente las convenciones lingüísticas y lo transgresor que puede llegar a ser cambiar estos usos.
Muchos diálogos están en gallego. Aparte de que es una lengua que no ofrece demasiada dificultad de comprensión para el hablante castellano, al final del libro se ofrece una traducción. El uso del gallego dota a los pasajes que se desarrollan en Galicia de veracidad y ayuda mucho a “sentir” el ambiente que la rodea.
La propia peculiaridad que adorna el físico de Melancolía (tiene heterocromía: un ojo verde y otro azul), produce un comentario muy ligado con lo gallego, con la magia y con cómo perciben los demás a Melancolía: extraña e incluso sospechosa.
“¿Sabes que se recoñecían as meigas por ter os ollos de distinta cor?”
Es esa magia y una sensación brumosa y de irrealidad lo que aflora a lo largo de muchos momentos de la novela. En algunas ocasiones, parece como si nos encontráramos en un mundo semionírico. Todo contribuye a generar ese sentimiento: la trama, los pensamientos de la protagonista o los propios nombres de los actantes.
En esta obra los nombres de los personajes más importantes tienen valor. “Letra” se llama la gata de nuestra protagonista y “Septiembre” dice llamarse quien fue en el pasado su profesora de Literatura. Son nombres inusuales y poderosos, como los de algunos de los caracteres de Dickens o de Melville. Y como ellos, están cargados de significado, de connotación, a la manera de los nombres antiguos, que definían y determinaban a la vez la propia esencia de sus dueños.
Por todo lo dicho, La Herida de la Literatura se desvela como un libro interesante, trabajado, emocional y sincero, una historia contada con el corazón en la mano.
Recomendada. Que la disfrutéis, si os apetece.