Teresa Lauretis dijo una vez: “nos podemos mover entre la maximización y minimización de nuestras identidades. Entre una identidad visible que nos permite proclamar nuestros deseos y necesidades y transformar el mundo, y una identidad que puede llegar a ser incluso invisible, que nos permita deconstruir antes que “el poder” nos nombre, nos señale, nos identifique, nos prohíba, nos sujete, y por ende, nos impida ser”
Nombrarme solo lesbiana sería una traición hacia mi misma. Obviaría demasiado de mí. Obviaría incluso mi representación del lesbianismo. Mi cuerpo, mis prácticas, mis deseos lesbianos. Soy bollera, soy disca, soy feminista, soy sorda, soy activista, soy médico. Mis deseos lésbicos no se limitan a lo cis, porque sería tan absurdo como limitarlo a las rubias, o cualquier otra cosificación del cuerpo y la identidad de las mujeres.
Me nombro bollera en lo público porque existo. Pporque mis deseos se ven culpabilizados, criminalizados incluso. Porque vivo en una sociedad que es cómplice de la discriminación y opresión de las lesbianas. Porque confunde el discurso político con la política institucional organizada y los partidos que la ostentan. Porque permiten que estos partidos nos opriman, marquen o se apropien de un argumentario e ideología política que pertenece a la sociedad, a las representaciones sociales y políticas de las ciudadanas.
Me nombro bollera en el médico porque tengo una enfermedad rara y una discapacidad secundaria a esta enfermedad. Y mis procesos médicos deben ser atendidos desde mis necesidades, placeres y deseos bolleros, no desde el coitocentrismo heterosexual y el heteroandrocentrismo médico.
Me nombro disca y sorda en el lesbianismo porque pretender que la comunicación y el cuerpo no importan en la construcción de la identidad, de las relaciones, de las prácticas sexuales; crea un lesbianismo homogeneizador. Un lesbianismo normativo de cuerpos y modelos comunicativos restrictivos y limitantes. Porque mi identidad oyente/sorda/hipoacúsica es tan compleja y tiene tantos matices, lecturas sociales, implicaciones culturales y lingüísticas; que, si la separase de mi identidad de género, de mi identidad sexual; nunca existiría como yo misma en la sociedad. Tan solo existiría como retazos de identidades fragmentadas por demasiadas normativas sociales que contemplan mi cuerpo, deseos y necesidades. Como una traición a su propio estatus quo.
En la minimización de mi identidad me permito sentirme, pensarme. Identidades, vivencias, deseos y placeres que aún no puedo, o no quiero etiquetar. Mi identidad bollera no es ajena a mis experiencias, mi día a día. Resumir mi lesbianismo a que soy una mujer cis que siente atracción afectivo sexual y romántica hacia otras personas identificadas como mujeres es limitante para mi misma. Nuestras etiquetas, definiciones y vivencias no son ajenas a la sociedad en la que nos nombramos y que nos nombra. Cambian con nosotras y con la construcción de nuestras identidades.
Me permito una identidad invisible. Un lesbianismo aún no nombrado. Un lesbianismo que se siente, que se piensa y que se acuesta con otras identidades complejas. Un lesbianismo que no se justifica, explica y se exaspera ante la constante invalidación, duda o sospecha. Una identidad lesbiana que florece en un campo de identidades complejas, alimentadas por el mismo cuerpo. Iluminadas por el mismo sol, entrelazadas entre ellas y que crecen en sinergia. Descuidar cualquiera de mis identidades acabaría con el equilibrio de mi ecosistema.