Descansa, preciosa
Ojalá pudiera abrazarte con mi piel más que con mis palabras, deslizar tu cabeza sobre mi pecho y acunarte hasta que un sueño bonito se te acercara y te diera el beso de buenas noches que yo no me atrevo a entregarte.
Qué a gusto trasnocharía entonando una canción a parpadeos al ritmo de tu suave respiración, bailando mi mirada entre tu pelo color sol y el anochecer. A pesar de mi complexión delgada, haría un esfuerzo por cogerte en volandas mientras sueñas, llevarte hasta la cama sin que te enteraras, haciendo malabares para procurar que el balanceo de mis pasos no te despertara, y tumbarte sobre el colchón con la misma levedad con que vuelan las plumas de cualquier almohadón. Arroparía tu cuerpo con una manta de lana y un beso en tu mejilla y dejaría encendida la luz de mis ojos por si, mientras duermes, el estrés del día te deja un pie al borde del barranco de la Desesperación y no eres capaz de encontrar el camino de vuelta a la Ilusión, donde yo te espero desde el Otoño con todo mi Amor.
Me quedaría despierta lo que dure mi Vida para vigilar tu sonrisa cuando el miedo amenace con aplastarte el Corazón con su imponente losa. Si eso sucediera, agarraría tu mano para apartarte de su trayecto y susurrarte que el método para vencerle es escribir sin parar, aunque sea desde una fosa.
Solo el Arte nos salvará de esta situación monstruosa. Nada arruinará tus sueños mientras tu poesía se mantenga vigorosa. Y yo siempre estaré dispuesta a envolverte con mi prosa en plena noche cuando sufras otra horrible pesadilla angustiosa.
¿Qué será, será…?
No sé por qué me aterra tanto decirte que me gustas si, en caso de rechazo, ya sé cómo es el golpe.
¿O será que me asusta tu abrazo?
A veces razonaría mejor con el cerebro dado la vuelta
He sido una embustera en toda regla conmigo misma. Estuve más preocupada de que mis palabras rimaran en vez de que mis versos latieran.
Predicaba que lo más hermoso era andar el camino mientras en mi interior ansiaba saltar hasta el final de mi destino, buscando el fruto de la recompensa con insistencia en lugar de afianzar las zancadas a seguir con huellas densas.
Centré mis planes en anhelar con dolor el árbol plantado de la nada sin molestarme en dar los pasos adecuados con las piernas bien amuebladas. Avanzaba obnubilada, respirando a bocanadas, asfixiándome con mi propia afonía a trazos narrada.
Aunque suene soez, la presión con forma de un grano de arena –es decir, una auténtica memez–, acabó convertida en obsesión con la silueta de un grano en el culo del tamaño de una nuez.
Por eso llego a la conclusión de que, a veces, razonaría mejor con el cerebro dado la vuelta. Quizá así mis neuronas puedan trabajar a pierna suelta, creando de nuevo una prosa esbelta donde el juicio por mis absurdas inseguridades me lleven a la conclusión de que, por fin, quedo absuelta.