“Nía” es un cuento. Pero un cuento en el más positivo sentido de la palabra, un cuento con lo que necesita un buen cuento: fantasía, imaginación y la capacidad de entrar en un mundo mágico, donde nacen las leyendas.
Las leyendas se fraguan de formas inimaginables. La mayoría cuentan hazañas de poderosos guerreros, fuertes y valientes, que se sacrificaron por sus pueblos y que vencieron a un mal todopoderoso. Esta es diferente a todas ellas porque no nació del deseo de gloria ni se alimentó del valor empuñado en una espada. Surgió del hambre y creció en ese frío que existe cuando el presente avanza sin futuro”.
La historia comienza así: Ela se lleva al campo a una tropa de críos de entre seis y nueve años, en una excursión que realizan de vez en cuando. Los niños llevan semillas y una misión: plantarlas en un lugar determinado a la orilla del bosque. Se trata de que los pequeños aprendan el valor de sembrar, de procurar que los árboles nazcan y crezcan, y que el robledal permanezca.
Ela, en realidad, no se llama así. Es la terminación de “abuela” lo que utilizan los chiquillos para dirigirse a ella. La pequeña pandilla no puede tener más adoración y más respeto por su maestra, que no puede tampoco evitar que se le caiga la baba con las salidas inocentes e ingeniosas de sus pupilos.
Pero, lo que parece claro es que esa tradicional excursión campestre tiene para los pequeños otro aliciente (también tradicional, porque se repite cada vez que salen al bosque). La ilusión de la menuda tropa es siempre que Ela les cuente El Cuento (lo pongo en mayúscula porque es el “Único” cuento, el que quieren que les cuente una y otra vez). Nadie quiere oír historias repetidas, por regla general. Así que no cabe duda de que el cuento tiene que ser verdaderamente bueno.
Por tanto, una vez más. Ela se sienta, deja que los críos se le coloquen alrededor y comienza con el relato.
Y aquí es donde irrumpe la magia y empieza el cuento de hadas, que será interrumpido de vez en cuando por las pausas lógicas de descanso de la narradora o por los comentarios o puntualizaciones (a veces impagables) de los chiquillos. En una aldea pobre de solemnidad vive Mara con su familia. Son tan, tan pobres que ni siquiera atraen el interés del señor feudal de turno. Esto, en realidad, resulta una ventaja porque si los señores de la guerra y sus mesnadas hacen acto de presencia, siempre es para exigir tributos. Pero al pueblo en cuestión lo han dejado por imposible: de sobra saben que nada pueden sacar de donde nada hay.
Así que los vecinos del lugar viven en paz, pero en paz hambrienta. La situación resulta tan desesperada, que Mara un día se atreve internarse en el Bosque de Robles para conseguir traer cualquier cosa a su casa susceptible de hincarle el diente. Puede parecer una bobada, pero no lo es: meterse en ese bosque es arriesgado. Se cuentan historias terribles y todo el mundo tiene clarísimo que entrar significa no volver, puesto que nadie que alguna vez haya sobrepasado sus límites ha vuelto para contarlo.
El temeroso bosque es la morada de la Dríada, ser sobrenatural misterioso y terrible con quien no caben bromas. “Dríada” es un término enlazado con la mitología griega, que nombraba así a las ninfas de los bosques. Se sabe que la Dríada gobierna el bosque, que todo en él la obedece, cada planta, cada árbol y cada animal. Se cuenta también que es maligna y que el humano que ose perturbar sus dominios, sufrirá las consecuencias.
Pero Mara no tiene opción. O entra en el bosque, o se mueren de hambre. Y, valientemente, se interna en la espesura. A partir de ese momento, comenzará su aventura.
Este libro es maravilloso, en los dos sentidos de la palabra. Por una parte, pertenece al mundo de lo imaginado, de los cuentos y de lo legendario. Por otra, también resulta una delicia en sí mismo. Leer “Nía“ es sumergirse en un mundo mágico y especial, pero donde también cabe una bonita historia de amor.
Al principio decía que esta pequeña novela (porque, además, entre sus virtudes también se cuenta la longitud exacta, sin pasarse en páginas o quedarse demasiado corta) era un cuento. Y así es: un cuento para todos los públicos, puesto que en nada ofende a la infancia el amor sincero entre dos personas, por más que algunos todavía pongan el grito en el cielo con estos asuntos.
Por todo lo dicho, sinceramente recomiendo su lectura. Creo que se puede pasar un rato muy, muy agradable con la historia de “Nía”. Yo lo he hecho. Que la disfrutéis, si os apetece.