“Y no angustiarás a la extranjera: pues vosotras sabéis cómo se halla el alma de la extranjera, ya que extranjeras fuisteis en la tierra de Egipto…”
(Éxodo 23, 9, la Biblia, versión 4.0)
-Me gustó mucho “El Callejón del Dragón”.
Es lo primero que me dice Lady Chorima cuando llego a su cuarto.
-El resto, en cambio… -añade poniendo los ojos en blanco.
-Me puse a escribir poniendo carnaza -le explico mientras me desvisto-, tal y como tú me aconsejabas.
-Ya veo. Lo has llevado lejos, el Pasaporte al Más Allá.
-¿Te lo has leído todo?
-Sí.
Me meto en la cama, pensando que este edredón y estas sábanas han cobijado también a la rusa Nastacha.
-Era mi manera de darte noticias -le susurro, acercándome.
-Y la gente, ¿no te ha dicho nada? -continúa ella, pasándome un brazo por el hombro.
-¿Qué gente? Ay, cómo me gusta sentir tu calor…
-Amigos y amigas comunes, chorba, ¿quién va a ser? Algunas se habrán visto retratadas… Sólo te ha faltado decir que Mirra y Monsieur Moustache son una pareja felizmente casada, pese a que ninguno de los dos es hetero.
-¿Qué quieres decir?
-¡De verdad! ¿Nadie se ha mosqueado?
-No, para nada.
Chori suelta una carcajada y me muerde una oreja.
-Y Soufiane, ¿te ha dicho algo a propósito de Guido? Porque Guido es Soufiane, ¿no me lo negarás?
-Pues te equivocas -le digo atrayéndola.
-Ya, ya… ¡La gente que os dedicáis a escribir sois lo peor! -me espeta, destrabándose-. Como esponjas, ¡absorbiendo intimidades y ventilándolas!
-¡Yo no he desvelado nada! Además, ¿qué más da? Alguien tendrá que escribir sobre lo que nos pasa.
-Sí, lo tuyo es una labor social imprescindible. Ahora la gente te preguntará si andamos bien, tú y yo.
-La autoficción empieza por una misma… Tienes las manos frías -le digo besándolas-. Que la gente crea lo que quiera, ¿no? Te echaba de menos -le digo avanzando los pies.
-Yo también -responde, más relajada, con la melena rubia derramada por la almohada.
Pero al poco vuelve a preguntar:
-En serio, Rachida y Alain, ¿no te han dicho nada? ¿No se han reconocido?
-No, no me han hecho ningún comentario.
-Eso es porque no te leen.
Chori suelta una risita y se queda mirando el techo.
-¿Los peques se han quedado dormidos? -pregunta.
-Sí, nos hemos echado unas partidas a las cartas y se han acostado. Luego les he leído un cuento y cuando he levantado la vista ya estaban fritos. Se han adaptado bien al horario sueco.
-Súper bien, ¡se levantan a las seis y media! Se adaptan mejor que yo.
-¿Cómo te sientes, después de quince meses aquí?
-A estas horas es difícil responder. Básicamente, me siento realizada. Trabajo en lo que me gusta y me gano bien la vida. Aunque casi no hago otra cosa.
-¿Qué tal con el idioma?
-He aprendido lo elemental. Tengo las tardes libres y estoy siguiendo un curso on line. Teo habla bastante y Ada, ahí va.
Por la ventana del cuarto, enorme y en forma de ojo de buey, asoman el puerto deportivo, el puente levadizo y la Casa Tranchell, un palacio de 1890, propiedad de un antiguo magnate del azúcar.
-Este apartamento es muy acogedor. ¡Vaya vistas!
-¡La mudanza fue muy estresante! Y ¿sabes cuál fue el bolso más pesado? ¡El de tus libros y folletos! ¡Alimaña analógica!
-¿Qué me has llamado? -replico, haciéndome la ofendida.
-Estaremos aquí, al menos por un par de años. Los peques tienen amigos y por suerte cuento con una red de amistades, ya las conoces: Ingela, Alma, Louise, Johan… Así que nos echamos una mano y podemos hacer un poco de vida por nuestro lado. En el trabajo estoy bastante conforme, la gente es amable y están contentos conmigo. De hecho, vamos con frecuencia a comer y a cenar.
-Ah, yo pensaba que no hacías otra cosa que currar.
-Es cierto. Demasiadas responsabilidades, desde que soy la principal maestra cervecera. ¿Sabes que me han ofrecido un buen lote de acciones de la empresa?
-¿Y?
-Las voy a comprar. He venido para medrar profesionalmente. Nastacha, que conoce estos trámites, me está ayudando.
Ya estaba tardando en mencionarla.
-Sabe un montón de derecho empresarial -continúa Chori-. Ahora yo también seré jefa.
Lady Chor sigue hablándome un buen rato acerca de mercados, incentivos y mejoras salariales. Para hacerle cambiar de tema, pregunto:
-Entonces, ¿no te planteas volver a Galicia?
-Por ahora, imposible.
Al cabo de un rato me dice:
-Hay un personaje que no ubico, ¿quién es Carlota?
-Carlota es ella misma.
-¿En quién te has inspirado? No conozco a nadie que se le parezca.
-Carlota es real.
-Sí, claro. Y yo soy Lady Chorima.
-Para mi, sí.
-Vale, es como tu amiga imaginaria.
-No -le digo saliendo de la cama y acudiendo a la estantería donde guarda los libros y discos que fui acumulando durante el verano-. Carlota existe y te lo voy a demostrar.
Abro Jerusalem de Selma Lagerlöf por la primera página y le muestro los datos de Carlota escritos por ella misma en tinta roja: nombre completo, dirección postal y teléfono.
-Así fue como la contacté. Aquí tienes la prueba.
-Sí, bueno -me dice devolviéndome el libro, después de echarle un vistazo-, un rollo de fin de semana transformado en folletín.
Yo me echo a reír, por no mosquearme.
-¿Tiene Instagram?
-Sí, ¡sí que lo tiene!
Ahora es ella la que se levanta en busca de su teléfono.
-Carlota existe -insisto-. Ya la conocerás.
Ella me tiende su móvil con la aplicación abierta. Por más que busco, soy incapaz de dar con su perfil.
-Ha debido de borrarlo -comento-. Cosa que no me extraña, porque es anti móviles.
A continuación, por curiosidad, busco el mío y miro las últimas publicaciones, que se corresponden al viaje de Venecia. Después, me fijo en la última hora de conexión y ahí se me hiela la sangre, porque compruebo que es de hace tan sólo media hora. ¿Quién anda entrando en mi cuenta de Instagram? ¿Cómo lo ha hecho?
-¿Por qué te has puesto tan seria? -pregunta Chori.
Debe de tratarse de un error, pienso devolviéndole el móvil.
-Sácalo del cuarto -le pido- y apaga la wifi. Por favor.
Con sonrisa burlona, Chorima obedece.
-Carlota es Carlota -le repito en cuanto regresa a mi lado.
-Sí, como un producto de tu imaginación.
-Ojalá, sería más controlable.
Ella me mira un instante, con aire preocupado, me da un beso en la frente y empieza a acariciarme la cabeza.
-Está bien, escribe sobre ella, así por lo menos nos dejas en paz a las demás.
-¿Crees que estoy derrapando, verdad? -le digo incorporándome.
-Yo sólo te acuso de airear intimidades ajenas.
-¡Y yo de coartar mi libertad creativa!
-Pero, ¿qué creatividad?, ¡sinvergüenza!
En ese momento empezamos a modernos la boca y a hacernos cosquillas.
-¿Sabes ya qué quieres hacer con tu vida? -pregunta Chori, una hora más tarde.
-Voy a seguir viajando -contesto sin pensar, acariciándole el pecho-. Hay muchos lugares que me muero de ganas de conocer: África, Asia, América, Oceanía… -le digo situándolas en puntos de su anatomía-. ¡No puedo entender la vida sedentaria!
-Para de acariciarme ahí… -me advierte, sacándome la mano-. ¿Qué te gustaría, dar la vuelta al mundo en bicicleta?
-Eso ya lo hizo en 1894 una mujer con 24 años y tres hijos -le digo incorporándola y sentándome a su lado-, conocida como Annie Londonderry. ¿Quieres un masaje?
-¡Siempre!
-Pues ya ves… La Londonderry salió un día de Boston armada con una pistola y sin un duro en los bolsillos. Encontró financiación con farmacéuticas y fabricantes de bicicletas. Al parecer, era buena comercial. Como tú. Y logró darle la vuelta al mundo en 15 meses, obviamente utilizando también el barco y el tren. Tienes un nudo justo aquí -le digo presionándole el trapecio izquierdo, Chori suelta un “ouch” demasiado germánico para mi gusto-. En fin, ¡era la primera vez que montaba en bici! Además, empezó con una de 20 kilos. ¡Imagina, le llevó tres meses llegar a Chicago! Allí la cambió por fin por un modelo masculino, el doble de ligero, se cambió la falda larga por unos pantalones y se embarcó para Francia.
-¿Y los hijos?
-Se quedaron con el padre. ¡Qué cuello tan goloso tienes! -le digo dándole un beso-. ¡Es que lo veo y me crecen los dientes!
Estremeciéndose, Chori me pide que termine la historia.
-En Francia alucinaron al verla -continúo-. Se cruzó el país en diagonal y en Marsella se embarcó rumbo a Egipto, desde allí siguió por Oriente Medio, el Mar Rojo y Asia. Cuando terminó, regresó a su casa, con su marido y sus hijos y aún dio a luz a otro. La bici ha hecho mucho por la emancipación de la mujer, ¿no te parece?
-Tienes pájaros muy exóticos en la cabeza -responde, volviéndose-. Por cierto, ¿qué tal estás de los vahídos? ¿Sigues teniendo la cabeza embotada?
-No, ya casi nunca los siento y cuando noto que vuelven me voy a pasear hasta que se me pasa. Me ha venido bien abandonar la rutina. Eso sí, ahora cuando no camino una media de quince kilómetros, siento que ha sido una jornada perdida.
-¡Estás como una chota! ¿Quieres una bici?
-Chori, ¡estamos en este mundo para movernos sin parar! -le argumento yo, en un arranque incontrolado-, hemos venido a conocer gente y lugares nuevos, no para repetir a diario las mismas cosas. ¡La vida es un viaje! ¡Somos nómadas, extranjeras!
-Hablas como una jovenzuela. ¡Como una Londonderry!
-La Londonderry podrías ser tú.
-¿Yo? Hace rato que sobrepasé los 24 -responde Chori.
-Elegimos la edad que tenemos. ¿Sabes tú, qué es envejecer?
-¿Envejecer? Tiene mala prensa, por algo será.
-¿Quieres que te lo diga? Porque al madurar -le digo con ímpetu- nos volvemos inflexibles y cascarrabias. Nos anquilosamos con eso que ahora llaman “sesgos cognitivos”: ¡la arterioesclerosis del pensamiento!
-Entonces, ¿qué planes tienes? -me interrumpe, desconcertada-. ¿Ya estás pensando en marcharte de nuevo?
-Bueno, me quedaré unas cuantas semanas contigo y los peques.
-¡Ya! -exclama Chori-. ¡Lo que pasa es que no quieres vivir con nosotros!
-Te equivocas. Lo que pasa es que no puedo vivir en ningún lado. Las casas me oprimen, ¿sabes por qué? ¡Porque no se mueven! Son como nichos. Y los pisos, por muy confortables que parezcan, no dejan de ser panales. Se entra y se sale de ellos en forma de insecto. ¡Abajo las hipotecas, abajo la propiedad privada!
Chori escucha impasible. No sé qué me pasa, cómo he salido con este discurso exaltado que no sé a dónde me lleva.
-¿Por qué no te compras una autocaravana?
-¿Por quién me has tomado? ¡Bajo ningún concepto voy a depender del carburante! ¡Ni de la electricidad! He cambiado la casa por el mundo, Chori. Lo he dejado todo aparcado por una buena temporada. Por ahora, no pienso en volver.
-Y, entonces, ¿qué estás buscando?
-No sé… Huyo de la molicie de una vida cívica y organizada.
-¡Huyes! ¿Por qué huyes siempre?
-¡Por supervivencia!
-Pues, ¡ojo! Porque para escribir necesitas rutinas, un escritorio y una conexión a internet. ¡Mínimo!
-¡Lo que necesito es vivir, Chori! Y últimamente he vivido poco.
-Ah, ¡la eterna insatisfecha! ¡La malcontenta! -dice mirándome con sorna-. ¿Es cierto eso de que has perdido el móvil y la tarjeta? ¿O forma parte de tu nuevo plan de vida?
-Sí, los he perdido -contesto pensando en mi cuenta de Instagram ocupada hace tan sólo un par de horas.
-Tienes que arreglar eso.
-Me ocuparé mañana.
-No lo dejes pasar, que te conozco… Has crecido salvaje en la Costa da Morte, te has vuelto roca, viento, salitre.
-Y un poco loca también -añado, de buen humor.
-Sí, la locura siempre ha estado ahí. Lo que te pasa tiene un nombre, ¿sabías? Esa necesidad tuya de viajar es el síndrome de Wanderlust.
Síndrome de Estocolmo, síndrome de Wanderlust, ¿quién da más?, pienso acordándome de mi última conversación con Mirra y de sus maestros y pitonisas virtuales.
-Necesito acción, mi amor, acción continua -le digo apretándola de nuevo contra mi-. Eso no es nada malo.
-Nastacha me ha dicho que quiere verte.
¡Oh! ¡Vaya corte! Segunda mención en menos de dos horas.
-¿Sigue atracando en Landskrona? ¿Está ahí fuera? -pregunto volviéndome hacia la ventana.
-Sí, no sé… Viene con frecuencia, podrás verla la próxima semana. Pero no habléis de política internacional. No le mientes a Putin, ni lo del gasoducto Nord Stream ni a Joe Biden, o acabaréis mal.
-Ya.