De la mano de la editorial Tránsito y su colección miniaturas, nos llega «Recuerdo…» De Natalie Barney con un sublime prólogo de Luna Miguel y bajo la traducción de Lydia Vázquez.
En sus 92 páginas, Recuerdo… Nos transportará por un maravilloso camino de amor y desamor, rencor, celos y anhelos de la autora Natalie Barney hacia su amada, la poeta de origen británico Renée Vivien, en una carta febril con poemas en prosa que aboga por la visibilidad lésbica en una época muy difícil.
Natalie Barney, nacida en Dayton, Ohaio, en 1876, en una familia adinerada, se afincó en París tras el rechazo de su familia por su comportamiento indecoroso. Fue poeta, novelista, dramaturga, traductora y editora y creó en 1909 un salón literario que condujo hasta 1969 fundando L’Acádemie des Femmes para impulsar la escritura de las mujeres. Se convirtió en leyenda en Francia por su papel clave en los círculos intelectuales y por declararse abiertamente lesbiana y escribir sobre ello.
Como bien nos explica en el prólogo, Luna Miguel, para comprender esta obra hay que entender el entorno de Natalie Barney y de su amada o ex amada, dependiendo del momento en que se encontraban en sus vidas. Esta obra compuesta por poemas en prosa, ideas a veces trazadas como aforismos o pequeñas historias de amor entre tiernas y vengativas que van claramente dirigidas a ese amor que nunca llegó a olvidar por Renée Vivien. Y bajo el título «Elogio de los amores muertos» Luna de Miguel nos pone a la perfección en contexto sobre lo que estamos a punto de leer.
Le dije: llévame contigo, y la casa donde habitas estará llena de canciones, y el alma que te habita estará lleno de perfumes.
Porque el cielo será tu jardín, y la tierra será tu jardín, y mi cuerpo será tu jardín.
Y mi primer impulso hacia ella fue un impulso de amor. (Pág.23)
Recuerdo… Es una de esas obras que hay que leer al menos una vez en la vida, ya que plasma a la perfección esa desesperación por perder al amor de tu vida, las fases del duelo de un amor perdido que fue y ya no es, el recuerdo de un pasado en común, lo que te hubiera gustado en un futuro, el peso de la ausencia, los celos de si está con alguien que no seas tú o el casi suplicar que regrese a ti.
Pues la naturaleza pródiga y siempre imparcial ama todos los amores por igual. Para ella, siempre imaginativa, nada es inútil, ni la belleza es tan necesaria como las necesidades mismas. ¿Y qué unión, Oh, impuros que nos juzgáis, podría igualar la de las amigas que, bellas, de una misma belleza, han encontrado, por el roce de sus mentes y de sus cuerpos semejantes, la indecible dicha de los primeros goces?
¿Y quién concederá el amor con toda su audacia y todas sus sutilezas, sino dos vírgenes locamente enamoradas?» (Pág.27)
Tan bien supo plasmar la autora sus sentimientos, Natalie Barney, que se lo regaló de forma privada a su amada Renée Vivien, deseando conquistarla, quien decidió regresar meses después a sus brazos. Juntas viajaron a Grecia, a la isla de Lesbos, aunque si no sabes conservar una relación, no quieres bien o no desear la misma forma de vida, está abocada al fracaso, como pasó tiempo después de que ambas retomaran su relación, esta se volvió a romper y en esta ocasión para siempre. El trauma de la ruptura hizo que la salud mental y física de Renée Vivien quedara dañada y en 1909 la poeta «se dejó ir».
Un año después de la muerte de Renée Vivien, nos llegará esta obra, que aunque inicialmente se iba a quedar como un mero regalo hacia su amada de forma privada, vio la luz por primera vez en 1910 de forma anónima. ¿Quizás porque si una vez regresó a ella a través de estos poemas y escritos era una forma de que regresara nuevamente a ella aunque fuera de forma metafórica? Un claro ejemplo fue uno de los poemas que escribió para ella aún en vida, como si fuera una profecía.
Mi amada es más cruel que la vida, también es más cruel que la muerte, porque, como la vida, mata, y, como la muerte, resucita. ¡Ya no tengo esperanza y espero! Y aguardo, incrédula, a que ella pueda volver. Porque es amor, y ya no es amor lo que hay entre nosotras.» (Pág.74)
Lo que está claro es que no todos los amores están destinados a entenderse, y eso es lo que nos transmite una pequeña parte de esta obra, Natalie Barney defensora del amor libre y por lo visto no practicante de la monogamia, no llegó a entenderse y construir un futuro sólido con el amor de su vida, Renée Vivien, quien si la deseaba para sí misma y no comulgaba con el poli amor, sino que era fiel a la monogamia. Los términos aún no estaban inventados por aquel entonces, pero eso no significaba que no existieran, y sorprende muchísimo que se hablara tan claramente de ello como lo hizo Natalie Barney a comienzos del siglo XX.