Blue Jean nos transporta a la Inglaterra de los años ochentas y hace zoom para presentarnos la historia de Jean Newman (Rosy McEwen), una maestra de gimnasia cuya vida está perfectamente divida entre dos mundos que jamás se tocan entre sí.
Margaret Thatcher es la Primera Ministra y acaba de pasar la sección 28, una enmienda que prohíbe a las autoridades locales «promocionar intencionadamente la homosexualidad o publicar material con la intención de promocionar la homosexualidad o promocionar la enseñanza de la aceptabilidad de la homosexualidad como una supuesta relación familiar en cualquier escuela subvencionada». Vamos, que en pocas palabras, prohibía enseñar en las escuelas que ser lesbiana era algo normal.
En teoría, algo que no tendría por qué afectar a Jean, que pasa sus días enseñando a sus alumnos a jugar Netball mientras esquiva las invitaciones de sus compañeros para beberse unas cervezas juntas. Pero sí que le afecta, porque cuando Jean guarda los libros y entra en casa, se transforma en otra persona. Una que entra en bares escondidos y se divierte jugando al billar con un grupo de mujeres lesbianas junto a su novia Vivian (Kerrie Hayes).
Vivian y Jane tienen una relación privada, que nadie que esté fuera de ese círculo privilegiado conoce. Algo que a veces le cuesta digerir a Vivian, que está en el otro lado de la moneda y no esconde por un segundo su identidad. A Vivian le gustaría ir a ver sus partidos de Netball aunque fuera de lejos o llamarla al trabajo, pero para Jane tiene un muro bien puesto alrededor de su trabajo que no tiene intención de derribar.
El equilibrio que Jean mantiene con palillos se convierte en algo mucho más complicado cuando aparece en escena una nueva estudiante llamada Lois (Lucy Halliday) que también es lesbiana. Lois lo está pasando mal porque a diferencia de Jane, no quiere «asimilarse en la sociedad», quiere ser ella misma y sus decisiones poco a poco empiezan a tener consecuencias en la sociedad homófoba en la que están viviendo.
Poco a poco la estructura de protección que Jane se ha construido se ve puesta a prueba cuando Lois se aparece por el bar de chicas al que siempre va Jane con Vivian. Ahora una alumna sabe su secreto y la delicada división que mantenía sus mundos separados se ha destruido. Digamos que, su futuro está en que una chica de 15 años no decida hablar. Encima Lois empieza a ser la presa fácil del bullying en la escuela y Jane tiene que enfrentarse a la decisión de ayudarla y arriesgarse a perderlo todo o convertirse en parte de lo que la hace sentirse asfixiada continuamente.
Esta película, para mi gusto, es una crítica muy interesante a esta clase de legislación que busca asfixiar a las minorías. Podríamos pensar que es pasado porque la sección 28 ya está derogada, pero en la actualidad estamos viviendo otra vez el auge de ese tipo de discursos. Vamos, que el alegato de María Ruiz de Vox sobre el alarmante aumento de casos de homosexualidad no dista mucho del que diera Margaret Tatcher en su momento. Pero en lugar de llevarte por el camino de la reivindicación en busca de la conquista de nuestros derechos, Georgia Oakley, la directora de la cinta, nos muestra directamente las consecuencias que tiene algo que parece tan generalista en una persona normal.
Como reprimir y esconder una parte de ti te va asfixiando poco a poco y te carcome por dentro. Pero además, esa inhibición no solamente te afecta a ti, sino a todas las personas que conviven contigo y que también se ven arrastradas por ese vendaval. Pero sobre todo, es una película que nos hace reflexionar sobre la homofobia interiorizada. Sobre como tantas generaciones nos hemos visto afectadas por ese mensaje intrínseco que te lanza la sociedad constantemente y que te indica que no eres normal, que hay algo que falla contigo y que tienes que esconderte. Como aprendes a meter en un cajón ciertos sentimientos u opiniones y a llevar una máscara para sentirte a salvo, con el coste de no ser nunca tú verdadero yo.
Y me gustó mucho que la película retrate este proceso de manera realista, no en un ente perfecto. Sino en una mujer falible, que está batallando con su realidad, que comete errores, que da pasos atrás y tiene miedo. Porque la realidad de ser una mujer en los ochenta e incluso en los 2000, en México, cuando yo salí del armario era así. Una vida de dejar tu coche estacionado varias cuadras lejos del «antro» para que nadie te viera entrar o salir. Y dos mundos separados. El de la estudiante de universidad con matrícula por uno y el de la chica que salía de fiesta con su mejor amigo gay por otro.
Podría parecer por la temática, que hablamos de una película oscura y deprimente. Pero para mi gusto no es así. Oakley también nos muestra lo que es tener hacer comunidad y como tú familia queer puede estar ahí para ti en los momentos difíciles.
Blue Jean es a veces un espejo que al menos a mi me costó observar. Me recordó a muchos momentos en los que me sentí igual de incómoda que Jean, con la misma sensación de desesperanza e impotencia. Por eso quizá me ha parecido una película tan interesante, porque como dije antes, el pasado no está tan lejos en estos momentos. No cuando en Florida acaban de pasar una ley prácticamente idéntica a la Sección 28 llamada «No Digas Gay» o en España se censura una película para niños porque tiene un beso lésbico.
Les recomiendo sinceramente que le vean porque no las va a decepcionar.