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Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Llegaré muy pronto a la cuarentena, así que me voy resignando. Vivo en pareja desde hace un buen montón de años, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas.»

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Esther y Maca andan buscando piso, como quedamos en el anterior episodio. Esto significa encontrar un terreno neutral, porque mudarse a la casa de cualesquiera de las dos ha demostrado ser motivo de duelos y quebrantos. La de la agencia inmobiliaria (que se llama Elvira) tiene tanta ansiedad por alquilar el piso que se ha presentado en el hospital para que firmen el contrato de ya. Como dice Esther, esto sí que es servicio a domicilio, debe ser por la crisis. A la Enfermera Jefe le ha sentado muy bien la sabia terapia que recomendé la semana pasada para enmendar desencuentros parejiles. Está más suave que un guante, en plan “lo que tú digas, cariño; lo que ordenes tú, mi amor”. Incluso cede en el tema del piso, concediendo su beneplácito a quedarse con el que quiere Maca. Esther protesta un poquito por haber tenido que dar su brazo a torcer (a ella le gustan más los pisos enormes y lejísimos del hospital) y recibe un leve toque de atención de la Jefa de Urgencias. Esther huele el peligro y se apresura a tranquilizarla: “No te enfades”, dice con una sonrisa. Como premio, codazo-empujón cariñoso de la médico que hace que se le escapen unas risitas felices con las que alegrar el comienzo de la mañana de duro curro hospitalario.

Algunas curas más tarde, Maca la aborda por el pasillo. La acompaña la agente inmobiliaria quien, contrato en mano, urge la firma de ambas. Yo no sé si es buena esta estrategia de “aquí-te-pillo-aquí-te-mato-fírmame-el-contrato” para vender viviendas. La verdad es que más bien dan ganas de salir corriendo y no firmar jamás. Para encandilar a las clientas con el producto, argumenta que el piso es “una perita en dulce”. ¿Es este símil repostero apropiado para calificar una vivienda? No. Como no ha habido suficiente almíbar, sigue endulzando la cosa: “Es perfecto para una parejita que empieza una convivencia”. Maca aclara que ellas ya tienen un historial juntas que ocupa varios volúmenes. Inasequible al desaliento, Elvira recoge el capote y cambia el tercio: “¡Ahí va! Pues mira, todavía más a mi favor, es ideal para una familia numerosa y…moderna, como vosotras”. Aquí debo puntualizar dos temas: 1º Punto: Alucino con el Outing de estas dos. Vale que estén muy visibles, fuerísima del armario y todas estas cosas. Pero, en primer lugar (argumento A), no es de la incumbencia de la alquilanta la vida personal de sus clientes. En segundo lugar (argumento B), una pareja hetero no entra en una inmobiliaria y dice: “¡Atención todo el mundo! ¡Somos pareja y queremos alquilar un piso! ¡Quietos en sus asientos y que nadie se desmaye!”. Así que no veo por qué tendrían que hacerlo dos lesbicanarias. Simplemente, no es necesario. El modo habitual y normal de hacer esto es ir las dos juntas, elegir las dos juntas y firmar las dos juntas sin dar explicaciones. Y si para entonces se ha despertado la intriga del tercero, pues que pregunte. Ahí la opción es confirmar o no la sospecha, porque seguirá sin tener derecho a meterse en la vida de nadie y porque no tenemos que justificarnos más de lo que lo haría un hetero (argumentos A y B). 2º Punto: Pero qué tía más falsa. ¿Cómo que son una familia “moderna”? Es el típico comentario hipócrita de quien no sabe qué decir y acaba con “moderna”, cuando lo que piensa es “rara”. Por lo menos las ha reconocido como “familia”, que ya es de agradecer.

Sigamos con el desarrollo de la trama.

Esther recibe un aviso del cielo y, alegando mucho trabajo, rehúsa firmar por el momento. Maca parece captar la idea y ambas deciden que o estampan su rúbrica las dos o no hay contrato. La agente inmobiliaria repliega velas y se queda acechando a la siguiente oportunidad.

Sotomayor se encuentra entregado a firmar permisos, entre ellos el de Maca. Teresa informa del motivo, que no es otro que hacer la mudanza (Esther por lo visto no necesita permiso). Capullus Directivus expresa su desconocimiento sobre la futura convivencia de ambas, ante la lógica sorpresa de la omnisciente secretaria. Lo sabe todo el hospital, el mundo entero menos Capullus Directivus, que sólo está a sus cosas. Como, por ejemplo, a recibir morreo público de Raquel. Yo debo tener un gusto hetero muy extraño, pero no puedo entender qué se le puede ver a este sujeto. Preocupado por su imagen, insta a Raquel a suprimir manifestaciones afectuosas delante de la secretaria. Según él (y es el único juicio ajustado que le he oído emitir hasta el momento), Teresa es TODO el hospital a efectos informativos.

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Esther recoge de la mesa el famoso contrato y se lo encuentra sin la firma de Maca. Extrañada, sale fuera del cuarto en busca de una explicación y se encuentra en un box a su pareja y Gimeno atendiendo a una vomitante Elvira. “Se ha puesto mala”, dice Maca. No, si ya lo vemos. Descartado un posible ataque de apendicitis, por faltar el mismísimo apéndice, Gimeno explora otras probabilidades diagnósticas. Resulta que tras ver el piso se fueron las tres de cañas. Sigo pensando que es una manera muy rara de alquilar pisos. Con la cañita pusieron tapa, como es habitual en Madrid. Y entre la alquilanta y Esther se zamparon la ración de boquerones en vinagre.

Y resulta que la agente inmobiliaria lo que más probablemente tiene es Anasakiasis (o Anasikiasis). Pero… ¡¡¡Eso es muy grave!!! ¡Y a mí me encantan los boquerones en vinagre! Voy a NO grabar esta situación del episodio en mi disco duro cerebral, no vaya a coger un trauma culinario y no pueda volver a comerlos. Quedamos en estado preocupado por la posible contaminación intestinal de Esther y pasamos a otro tema. Jacobo. Ya le avisé que se tenía que portar bien porque lo tenía en el punto de mira. No ha sido así, sigue siendo un mal tipo. Te la ganaste, chaval. Examinemos su historial delictivo: Llegó al hospital con pintas de chulo autosuficiente y aires de dios clínico y, si algo ha de alabarse de su personalidad, es que es incapaz del todo de engañar sobre la prepotencia que le adorna. Se encarga de competir con Fernando y robarle pacientes y operaciones. A su mujer la trata como si fuera imbécil (claro, dado el concepto que tiene de sí mismo es lógico que piense que a su lado cualquiera es subnormal) y se dedica en los ratos libres a ponerle la cornamenta. Pero se equivoca, su esposa no es imbécil, y acaba percatándose de que el peso que nota en la frente no se debe sólo al cansancio. Lo mejor del asunto es que el tal Jacobo es tan mezquino que hasta la infidelidad la comete desde lo despreciable: se acuesta con la Consejera sólo para trepar. Fíjense en el dato: cuando le diagnostica a su amante una terrible enfermedad degenerativa, lejos de sentir penita por ella, lo que más le duele es que se le ha acabado a él la carrera política que pensaba desarrollar a su sombra. Segunda característica de su persona: es un ambicioso trepa y carece de sentimientos humanos dignos de reseñarse. La tercera característica que lo adorna es igual de elogiable: enterado de que les van a abrir un expediente disciplinario por abrir un quirófano que no debía ser abierto, queda a solas con el jefe y se desmarca del resto del colectivo, estilo párvulo acusica de escuela de primaria (ya saben, el típico: “¡Señorita!, ¡Señorita!, yo no he sido. Ha sido…. ¡el Juanito! ¡Que lo he visto yo!). Y remata con la autojustificación de que él hace estas delaciones tan hermosas para que el jefe sepa con quién puede contar. Yo tengo un tío así en el trabajo y propongo a los demás compañeros que todos juntos lo linchemos en el servicio de señoras (para que encuentren su cuerpo lo más tarde posible). En el pasado episodio, recordemos que se ofrece a acudir a la joyería atracada, pero en un ataque de cobardía que hace juego con el resto de su personalidad, retira rápido su ofrecimiento. Esto es sólo para hacerle la pelota al jefe del modo más servil y rastrero que ha podido perfeccionar. Y, por último, pillado en la infidelidad, no penséis que se arrepiente, o se duele, o experimenta algo normal como ser humano medianamente sensible, no: él se cabrea con el hotel por haberle descubierto y la paga hasta con el propio reloj. Aquí todo el mundo tiene la culpa de las cosas menos él. Lo que digo, una joya con perlas engastadas, es lo que es este hombre. Habida cuenta de las características halladas en su persona, decididamente lo llamaremos Lameculus Trepationis.

Esther, en éstas, se entera de que la agente inmobiliaria no es tal y que el alquiler del piso es una farsa y se lo comenta a Maca, lógicamente.

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Esther: La inmobiliaria contrató a Elvira para que limpiara el piso que habían vendido a una pareja…
Maca: O sea, que nos ha intentado timar, la muy cabrona.
Esther: Sí.
Maca: ¿Has hab1ado ya con ella?
Esther: No, todavía no, porque me quiero calmar primero y luego no sé si la voy a denunciar o…bueno.

Algo me conturba de esta conversación: ¿No van a alquilar juntas, ambas a dos, conjuntamente, el dichoso piso? ¿Por qué se da por sentado entonces que es Esther la que tiene que cantarle las cuarenta a la timadora? Y, más importante aún, ¿Por qué Esther es quien va o no a denunciarla? Veamos, no me parece a mí que presentar denuncia por un presunto delito de estafa no deba ser una decisión a tomar entre las dos, toda vez que ambas son las titulares del negocio que se pensaba perfeccionar. Tanto que se ha quejado Esther de que Maca no cuenta con ella para nada y todo lo hace a su bola y aquí la vemos, excluyendo a su pareja (la pobre no osa ni protestar) de decidir si van o no a interponer acciones legales que van con toda probabilidad a generar gastos importantes.

Y así, tomando ella solita las riendas de la situación, Esther se va junto a la cama de la estafadora y comienza un diálogo cínico-ilógico en la que la sujeta delincuente no se molesta siquiera en justificar su actuación. La culpa, según ella, la tiene la crisis. Esther se incauta de los dos meses de fianza metiéndole mano al bolso de la sujeta y se va no dando crédito a la jeta que usa Elvirita.

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Terminado el turno y listas para marcharse, Maca y Esther conversan sobre lo sucedido.

Esther: Me da pena, porque ya nos hacía en la casa nueva.
Maca: Ya, ¡si por lo menos tuviéramos la que te gustaba a ti! Yo creo que nos precipitamos diciendo que no.
Esther: Yo no dije que no.
Maca: ¡¿No llamaste?! (Esther niega con la cabeza)
Maca: ¿Y cómo eres tan perra?
Esther (sonriendo): Yo soy así, Maca.
Maca: Pues ya estás tardando. ¿Tienes el teléfono?
Esther: Sí. Hola, soy Esther García, no sé si se acuerda de mí. Sí,…pues quería preguntar si sigue disponible. ¿Y cuándo podríamos ir a verlo? (Maca susurra “ahora mismo”) ¿Ahora? ¿Dentro de media hora? Vale, perfecto, pues nos vemos en la puerta. Pues muchas gracias.

Mira cómo Esther al final saca partido del intento de estafa y se sale con la suya. Una “perra”, es lo que es, según Maca (a quien no parece importarle, más bien es posible que lo considere una virtud en su pareja). Así que ahí las tenemos, dispuestas a mudarse a ese piso tan enorme y tan lejísimos del hospital. Pues se van a gastar el sueldo en transporte y las fuerzas en limpiarlo. Si es verdad que el espacio en que se habita influye en el carácter de las personas, confiemos en que la nueva casa de Maca y Esther esté cargada de buenas vibraciones y tengamos por fin matrimonio armónico y bien avenido.

¿Qué nuevas emociones nos depararán las aventuras de estas dos? Lo veremos la próxima semana, y aquí lo comentaremos, sí señoras.