Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Llegaré muy pronto a la cuarentena, así que me voy resignando. Vivo en pareja desde hace un buen montón de años, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas.»

El jefe de Jess se ha llevado un susto monumental: su mujer (de nombre Miranda) sospecha que anda por ahí de picos pardos, porque ha encontrado un pelo largo y moreno del que no es propietaria. Jess se da cuenta de que una esposa con los cuernos asentados en lo alto de la frente puede ser peligrosa para la salud y también pasa su miedo. Pero la santa consorte de Simon es fácil de convencer (o aplica bien el “ojos que no ven, corazón que no siente”) y pronto ambos amantes pueden continuar sin peligro dándole al sexo sin mayores complejos.

Un día, mientras trabajan, en vez de realizar esas actividades lúdicas (por una vez), un machista comentario de Simon destapa la caja de los truenos. Simon pregunta a Jess: “Cuéntame, ¿Cómo van las cosas con los “felpudos”?”. Es de suponer que entre los planes a corto-medio plazo de este gañán no esté que las mujeres de este planeta le levantemos un monumento, porque en tal caso va listo. ¿Cuándo aprenderá cierta gentecilla que tener como pseudónimo de tu persona un mote de tus órganos genitales no es gracioso, sino más bien ofensivo?

Acto seguido, no contento con lo educadito que está demostrando ser, pregunta a su amante-subordinada: “¿Has pensado alguna vez cómo sería con una mujer?”. Jessica le dirige una mirada maliciosa que quiere decir “¿Qué pasa? Te pone, ¿eh?”. Contraataca preguntando si a él se le ha pasado por la imaginación cómo sería con un hombre y ¡Fin de la conversación! Pero a Jess ya se le ha despertado la curiosidad, y eso tiene por fuerza que tener sus consecuencias.

La boda al final va a ser en la torrecita que le mostró a Alex en el episodio anterior (Tower Valentine, se llama). La idea es: Íntima ceremonia + Grandiosa celebración posterior. Así se compaginan las contradicciones que traían a Jess de cabeza. Quedan más detalles: el menú del banquete, por ejemplo, o la vestimenta. Y Alex pide a Jess que la acompañe a recoger su traje para que le de su opinión sobre el mismo, a la par que hace una pregunta “directa”: “¿Estás follándote a Simón?”. Directa sí que es, efectivamente, y Jessica casi tira la mitad del vino que se estaba tomando. Hay un dicho (“el que calla, otorga”) que Alex transforma en “quien tira la bebida es que está diciendo sí”.

Otra curiosidad invade la mente de Alex: ¿Cómo puede compaginar Jess su dignidad personal con ser un plato de segunda mesa? Veamos el diálogo:

Alex: Lo que realmente quiero saber es si no estás harta de esto….De ser siempre la segunda.

Jess: No. Soy la primera. Para mí. Es decir, tengo lo que quiero. Sin niños, sin viajes los domingos a casa de sus padres. Y no tengo que mentirle y decirle que le amo. Así que…¿De qué voy a estar harta?

Alex: Un argumento frío y racional.

Pero la intriga tiene sus peligros y, satisfacer las curiosidades, su precio. Así que Jess tiene ahora la puerta abierta para entrometerse en la intimidad de Alex (Quid pro quo) y así lo hace.

Jess: ¿Puedo hacerte una pregunta directa? (Alex hace un gesto de resignación, aceptando el intercambio de confidencias). ¿Cuándo empezaste a salir con mujeres?

Alex: Hace unos cinco años.

Jess: Por Lisa.

Alex: No, por la anterior. (Da otro sorbito al champán, cava o vino espumoso). E imagino que quieres saber por qué. (Jess asiente con mirada maliciosilla). No es tanto la cosa mecánica…..(Mira hacia Simon que se acaba de derramar cochino-torpemente el líquido al que aludíamos por toda la pechera).

¡¡¡Es que los hombres son tan aburridos!!! Las mujeres son agradables.

Jessica se queda intrigada, sorprendida, descolocada….En fin, que ya vemos que al tema le va a dar más de cuatro vueltas a la cabeza.

Tal es el afán informativo que a Jess posee que, finalizado uno de los ya habituales revolcones con Simon, ella se pone a ver una peli de chicas teniendo sexo. Interrogada por su inefable amante, llama a ese repentino interés por el porno lésbico “una investigación”.

No sabemos si acompañar a Alex en todo el proceso del vestuario de la boda es parte de la “investigación”. Pero el hecho constatado es que Jess está pasando mucho tiempo con una de las novias y que eso no está incluido en su horario laboral. Para alguien que rentabiliza tanto todas las facetas de su vida, hacer cosas que no tengan un objetivo claro entraría dentro de lo sospechoso en su comportamiento.

Jess piropea a Alex, que sale del probador ataviada con un límpido traje blanco que refulge más que el sol. Pero aparte de reseñar lo guapísima que está, Jessica detecta con ladino olfato que algo no le cuadra a Alex del traje. La novia canta de plano en cuanto se le sugiere el conflicto: ella eligió el traje, sí, pero es que ella no quería traje. ¡Quería vestido! ¡Y además lo había soñado desde la infancia!

A mi humilde modo de ver, el vestuario nupcial resulta más libérrimo en una boda lesbicanaria que en una hetero. Si te casas con un hombre, no te queda otra que ir de vestido (quieras o no ni se plantea: la máxima tesitura de elección que se concede es si llevas mucho o poco escote, o si el velo es así o asá, o si la cola es más o menos larguísima). Así que hacer un conflicto de libertad de lo que te vas a poner en tu boda con otra mujer, es un acto de rebeldía raquítica (es decir, una rebelión sin mucho pedigrí). Si quieres ir de vestido, vas de vestido; y si quieres traje, pues traje. Porque como tu atavío no vincula al de tu contrayente, cada quien que se ponga lo que quiera.

Podría argüirse que tal vez Lisa sea una déspota-tiranoide que impone ese tipo de cosas tontas a su novia y que si ésta optara por otra indumentaria se armaría la marimorena y no habría boda. Eso no es así, porque Alex súbitamente resuelve que quiere probarse vestidos nupciales y así lo hace, sin pedir opinión ni beneplácito a su prometida y sin tampoco mostrar signo alguno de miedo, angustia, incomodidad o pánico por la posible reacción de Lisa.

Y se prueba un vestido nupcial entre otros muchos que colgaban de las perchas. Jess se lo ajusta prendiéndolo con alfileres y valora el resultado: “Estás preciosa”. Pero Alex no acaba de decidirse en la elección de la prenda y se le ocurre un modo de superar su indecisión: pide a Jess que se pruebe otro de los vestidos de novia para ver el efecto de ese otro modelo en su cuerpo gentil.

Alex no puede dejar de admirar lo guapísima que está Jess con el vestido. Qué gran suerte inmerecida –así lo dice- ver tal belleza por primera y última vez (puesto que Jessica no piensa casarse jamás de los jamases). Alex se siente afortunada y encantada. Y en tal estado emotivo-admirativo era inevitable que la mirara a los ojos, se acercara despacito y posara sus labios tierna y largamente en los de la asombrada pero fascinada Jess. Tras una brevísima vacilación, Jess contraataca con bastante más energía y decide que bueno es probar el fruto prohibido con determinación, pasión y aprovechamiento.

Traduciendo: le arrea un fantástico morreo a Alex que no delata para nada su inexperiencia en las artes lesbi-amatorias. Decididamente le ha cogido enseguida el tranquillo al asunto. De pronto, algo asustada por la interna revolución que está sintiendo, se aparta del beso y vuelve a mirar a Alex a los ojos. Como si quisiera romper un hechizo, retira la mirada y sonriendo exclama con suavidad: “Debería quitármelo”.

Y Alex se decide por el vestido que Jess se probó. Está claro que le ha gustado (el vestido y la modelo).

La red está desplegada. Ahora la pregunta es: ¿Quién se enredará más en la madeja?