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Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Llegaré muy pronto a la cuarentena, así que me voy resignando. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas.»

Amanece un nuevo y atareado día en el hospital. La primera novedad es la incorporación de un nuevo residente (Dani), que llega como todo el mundo el primer día de trabajo (más perdido que un burro en un garaje). En un papelito lleva anotado ante quién ha de presentarse, misión que resulta imposible porque Sotomayor hoy no está y Maca anda ocupada con el tema del trasplante de su mamá.

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Así que Teresa se lo encasqueta a Waldo, a quien le va a tocar hacerle de lazarillo todo el santo día. Esther tiene el día enérgico y va dando órdenes a diestro y siniestro para liberar un montón de camas que tiene que liberar. Y entonces sucede algo que me ha encantado: Dani comenta lo autoritaria que parece Esther y Waldo dice sin inmutarse: “Pues espera a conocer a su esposa, la Jefa de Urgencias”. Sólo le falta terminar la frase y soltar: “Son las dos iguales, a cuál más mandona”. Lo mejor es que el novato residente no hace ni el más mínimo gesto de sorpresa, extrañeza o pasmo ante la noticia (tampoco hubiera pasado nada: acaba de llegar, le sueltan que las Jefas de Enfermería y Urgencias están casadas entre sí y lógicamente el chico podría haber dado un pequeño respingo). Ah, que bonito sería que el mundo fuera como este hospital en el que cosas como ésta ni siquiera son una novedad y/o noticia.

Maca está en la sala de médicos ensimismada en los papeles. Ha pasado por casa y tras ducha, dormir un poco y comer otro poquitín, se la ve preocupada aún pero más tranquila. Fernando y Héctor están de un solidario que abruma y van a asumir las obligaciones de Maca, para que ella pueda pasar de cualquier asunto médico que no esté relacionado con su madre. El tema ahora es a ver si encuentran un pulmón por alguna parte y quién es el guapo que se atreve a llamar a Vilches, que no ha llegado todavía. A éste le tienen terror-pánico, y no deberían: se ha metido una importante torta con el coche y no está el hombre ni para enfadarse.

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Maca entra en la habitación de su madre. La pobre mujer está muy fatigada y se quita y se pone la mascarilla de oxígeno con evidentes ansias por respirar. Su maridito la ha dejado sola y, sí, lo han adivinado: se ha ido a hablar por teléfono. Como a Maca la cubren los compañeros (en el mejor sentido de la palabra, no piensen barbaridades), puede quedarse con ella. Y juntas las dejamos a las dos por el momento.

La que sí está trabajando a pleno rendimiento es Esther. Ahora toca asistir a un parto de una señora que lleva 40 semanas de gestación. Corríjanme si me equivoco pero, ¿no es esto mucho tiempo? Yo creía que las mujeres tenían embarazos de 9 meses o así. Lo de 12 meses o más es más bien cosa de burras, ¿no? Una vez colocada la paciente en posición propia de parto, Esther se pasa por donde su suegra a ponerle el antibiótico y se encuentra allí a su amada cónyuge. Como Maca no ha podido moverse porque no llega el relevo (su padre sigue a sus cosas), Esther se ofrece a quedarse un ratito mientras la jefa de Urgencias se va a solucionar asuntos. Justo en el umbral de la puerta, Maca se topa con su papá y le echa una regañina. Una hora entera hablando por teléfono es mucho teléfono. Se descubre además que no ha estado todo el tiempo hablando con sus hermanos, sino con temas del trabajo, como tiene por fea costumbre. Promete con insistencia que no va a dejar otra vez sola a su mujer, pero Maca se queda mirando desde la puerta con gesto entre preocupado y abatido. Esther lo nota cuando sale y le pregunta si está bien. Maca miente: “Sí”, es su respuesta.

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Tras informar a un familiar sobre el estado de una pequeña paciente, Maca sigue de ronda por el pasillo con Claudia. Nótese el extremo grado de compenetración que ostentan las dos amigas: ambas con el mismo gesto y con ambas manos metidas en los bolsillos de ambas batas. De tal guisa se tropiezan (más bien es él quien irrumpe en el pasillo) con Gimeno. Claudia le pregunta por sus cosas con naturalidad (que si qué tal está Greta, que si esto o lo otro…) y Maca percibe lo que hemos notado todas: que Gimeno desvía constantemente los ojos hacia todas partes menos en dirección a ella porque es incapaz de mirarla. Esto es por una parte producto de su turbación enamorada, que lo tiene enajenado y, por otra, consecuencia de la frustración de verse rechazado por el objeto de su amor. Justo cuando están medio aclarando las cosas y Gimeno se queda embobado por enésima vez mirando a Claudia, llega Esther anunciando el parto de la señora del luengo embarazo/de la gestación interminable.

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Y está visto que hoy Esther no sale del quirófano. Primero es el parto, luego hay que operar a la acompañante de Vilches en el accidente. Porque Vilches está muy pesadito con que quiere operar él mismo a su exnovia, quién sabe si para que se lo agradezca no dándole calabazas. Tan imposible se pone que Gimeno le atiza una dosis king-size de sedación y lo deja fuera de combate.

Pero cuando salen del quirófano de operar, a Gimeno se le va bajando el atrevimiento y empieza a preguntar a Héctor y Esther cuál podrá ser la venganza del drogado cirujano cuando vuelva en sí. En el momento en que parece iniciarse el debate sobre el tipo de tormento inquisitorial que Vilches le aplique con toda probabilidad, llega el aviso de que ¡por fin! aterrizó un pulmón. Gimeno queda a la espera de que Vilches despierte y se cobre su venganza y Héctor y Esther se van corriendo a ponerle el pulmón a Rocío.

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Cuando el padre de Maca vuelve a la habitación de su esposa después de otra de sus escapadas furtivas, se la encuentra vacía y se pone en lo peor. Llega su hija y comienza a leerle la cartilla porque ya vemos dónde quedaron las promesas de estarse quieto y quedarse allí acompañando a la paciente. Pero le ve cara de angustia inminente y acaba tranquilizándole: “Está bien, no te preocupes. La están reparando”, dice mientras le coge de la mano y se lo lleva a que vea a la paciente antes de la “reparación”.

La pillan por el pasillo y se la ve con el típico asustonazo que lleva encima todo el mundo antes de entrar en un quirófano cualquiera. Tras dar a la enferma múltiples besitos, padre e hija se quedan sentados a la puerta. Y Esther se va a seguir trabajando, no sin antes darle un tierno achuchoncete a su mujer para insuflarle ánimos.

Pero poco dura el padre en posición de espera. Vuelve a sonarle el móvil y de inmediato levanta las nalgas del asiento y se dispone a salir para hacer una llamada “importante”. A Maca vuelven a bajársele los niveles de paciencia: “¿Más importante que mamá?”, le espeta. Lejos de reestructurar las prioridades en su existencia y percatarse de que la vida de su esposa tiene más jerarquía que cualquier otra cuestión, el tipo sale a hacer la llamada.

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Y, tal como suele suceder en estos casos, justo en ese momento salen Héctor y Esther del quirófano a informar de cómo ha ido la operación. Las noticias son buenas y malas, más o menos al 50%. El implante es satisfactorio (pulmón colocado sin problemas en su sitio y funcionando), pero ha presentado signos de reperfusión. Maca se queda con la mente vacía y el rostro descolorido. Se sienta derrotada junto a Esther en el mismo banco que ocupaba durante la espera.

Todo el mundo pregunta por el funcionamiento del pulmoncete implantado a su mamá. Vilches a Héctor, que informa de un posible mal pronóstico porque además se ha instaurado un edema pulmonar. Mal asunto. Fernando a la propia Maca, y de paso comparten una barrita dietética para no tener que comer comida de verdad.

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Nuestra Jefa de Urgencias alaba la pericia diagnóstica del Dr. Mora (Fernando es, no se me desconcierten) por haber detectado un difícil caso de Alexitimia secundaria a traumatismo por accidente. Esta alexitimia es una enfermedad que se caracteriza por la incapacidad del paciente de identificar y, por consiguiente, expresar los sentimientos. Si tu chica se mete un buen golpe en la cabeza y justo después te pide que te pudras y no quiere saber nada más de ti, no sólo cabe la posibilidad de que sea una auténtica cabrona: puede haberse cogido una alexitimia bien grande. Vamos a añadir esta patología a la pequeña enciclopedia de dolencias que vamos confeccionando gracias a Hospital Central, y que nos ilustra sobre la cantidad ingente de cosas que se pueden padecer.

Mientras Maca y Fernando deambulan por los pasillos hospitalarios, el telefonoadicto papá se presenta despavorido preguntando por su mujer. Maca reacciona indignada y echa en cara a su padre su falta de preocupación por el estado de su esposa y que nunca está presente cuando lo tiene que estar. El individuo encima se impla de enojo y acaba soltándola que le EXIGE que le tenga más respeto porque es su PADRE. Y se lleva en toda la frente la justa, necesaria e irónica respuesta de su hija: “Es verdad, perdóname, es que a veces se me olvida, ¿sabes?”. El Dr. Mora, incomodísimo y todavía con la barrita a medio ingerir, anuncia que se va. Maca le retiene, “No, no, no, Fernando. El que se va es él. Te recuerdo que le has prometido a mamá que estarás con ella cuando se despierte. A ver si por una vez en tu vida eres capaz de cumplir una promesa”. ¡Ole con ole y olé! Esto es decir las cosas tan claritas como la mismísima luz.

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Y desde luego parece que al papá de Maca le va la marcha, la terapia de choque y que le pongan en su punto. Le ha sentado la bronca de maravilla: ahora no se despega del lado de su mujer ni aunque Esther se lo recomiende porque falta tiempo aún para que despierte de la anestesia. Y ahí está el hombre pegado a la cama sin si quiera moverse a tomar un café, no sea que vaya su esposa a volver del sueño justo cuando se encuentra en ausencia. Como no quiere ni quitar el trasero del asiento, Esther se ofrece a traerle el cafecito y él (Oh, qué cambio de actitud para con su nuera) se niega dándole las gracias con una sonrisa. Sale Esther de la habitación apretando cariñosa el brazo de su suegro y se reúne con Maca que espera sentada en el pasillo. “¿Cómo va la saturación?”, pregunta Maca. “90”, responde Esther (¡Pues bastantísimamente bien, de saturación no nos podemos quejar!). Maca no quiere entrar en la habitación porque está todavía cabreada con su padre y no quiere ni verlo. Esther pregunta si han discutido y suspira con desánimo tras respuesta afirmativa de su mujer.

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Maca: Tú, ¿Qué tal tu día?
Esther: Me duele la espalda. Odio a los médicos, a los pacientes. Quiero que me toque la lotería para mandarlo todo a la mierda.

Dudo mucho que alguna vez tenga un grado de identificación con el personaje de Esther como el que siento en estos momentos, ¡Es que yo digo eso un día sí y otro no! Después de la verbalización de esta pequeña frustración por estrés laboral, Maca hace una bromita con la positividad de Esther y ésta le regala un tierno besitín.

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Más tranquila, Maca entra por fin en la habitación dispuesta a no dar más importancia al incidente con su padre y dejar que las cosas se arreglen por sí solas. El móvil famoso suena y suena descontrolado mientras su padre tiene la cabeza recostada en la colcha, con las manos cogiendo las de su mujer. Parece una escena afectuosa y Maca le dice al entrar que apague el móvil si no lo va a coger. Se acerca un poco más y le toca mientras le llama, pensando probablemente que se ha quedado dormido. Pero al segundo zarandeo, su cuerpo se desplaza sin resistencia alguna. Maca se alarma mientras lo llama con desespero: “¡Papá! ¡Papá!”. Le palpa el cuello y al no sentir pulso lo deposita en el suelo y pide a gritos ayuda: “¡Una parada! ¡Rápido!”.

De nada sirve el masaje cardiaco ni la desfibrilación, el corazón de este pobre hombre no se pone en marcha. Cuando Esther llega corriendo avisada por sus compañeras, se encuentra a Maca abrazada a su padre en una situación de aflicción y desconsuelo difícil de superar. Si se fijan en la posición corporal, recuerden la famosa “Piedad” de Miguel Ángel, porque la composición se parece mucho. Esther se acerca y abraza a Maca por detrás mientras ambas lloran con total desconsuelo.

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Y ahora, ya lo verán, Maca se va a quedar con el dolor y además la culpabilidad por haber reñido a su padre justito antes de que a éste le llegara su hora fatal. Si no teníamos bastante con la mamá malita, ahora tenemos papá difunto. A todo esto, a ver si llegan los hermanos y se ocupan un poco de las cosas de la familia, porque hasta ahora estas dos pobres infelices (Maca y Esther) son las que se están llevando todos los disgustos.

¿Qué les parece? ¿Tendremos aún más drama o nos las dejarán descansar por lo menos un episodio sin deshacérnoslas a ambas en llanto?