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Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas.»

Bellas damas, sean muy bienvenidas a un nuevo episodio de Hospital Central. Este capítulo tiene ciertas particularidades que se explican por tratarse claramente del primer episodio de una temporada, en vez de su número sexto. Los finales de entregas suelen obsequiarnos con fugas, marchas, muertes o desapariciones de personajes centrales. Efectivamente, Waldo expiró y ahora abrimos episodio con el funeral de Fernando (el disparo en toda la cabeza fue muy perjudicial para su salud).

Las primeras espadas del hospital contemplan cariacontecidos un panteón, en el que acaban de depositar los restos mortales del finado. Todos debaten lo inesperado de su muerte, porque Fernando era un luchador y parecía que nada iba a poder minar su fuerte determinación por sobrevivir. Terminado el acto fúnebre, Maca deposita una roja rosa en el féretro, pasa su brazo por el hombro de Esther y todo el grupo se aleja camino del hospital a trabajar un poco. Un cartelón nos avisa de que han transcurrido dos semanas. Teresa, la secretaria, entra por la puerta de Urgencias. Maca y Sotomayor la reciben con abrazos. Ha estado de baja laboral porque sufrió una crisis nerviosa muy gorda, y ahora tiene que tomarse las cosas con calma para evitar recaer.

Esther aparece hablando sola por los pasillos. No ha perdido la chaveta, no ha perdido la razón: está ensayando un discurso. Su mujer se presenta burlona para aconsejarle relax, porque si se lo toma con tanta presión escénica no va a disfrutar del acto. Así nos enteramos de que Maca ha tragado con lo del negocio de los cuentos, y como la paz del hogar es lo primero, mejor es dejar a la mujer que haga lo que quiera y no discutir, que terminar en una masacre con heridas de pronóstico reservado. La angustia de Esther se dirige hacia las llamadas telefónicas de su editora que no ha podido atender: ¿a qué se deberán? Maca apunta con guasa: “Eso es que no le ha gustado tu discurso”. Ambas se ríen de la tomadura de pelo.

Claudia está rara. Claudia está diferente. Hay que estar con las gafas sin graduar para no darse cuenta de que le ha crecido la barriguita una barbaridad, respecto a cómo se la veía en el episodio anterior. Parece mentira que en un medio hospitalario todo el mundo achaque tal expansión de su abdomen a un posible atracón de bollos (con perdón, jejeje). Ya veremos si es sobrepeso, obesidad u otra cosita de las que crecen. Ella sospecha lo que le pasa y le dice a Gimeno (con quien se sigue comiendo los morros por los pasillos) que es su propósito que vivan juntos. Es muy fuerte para un independiente-desastroso soltero que convive con una colección de revistas –alucinante, pero cierto- ponerse a compartir espacio con una señora (que va a moverse más por la casa que las revistas, como es obvio). Así que escapa de la situación sin pronunciarse. Claudia se queda tristona y desanimada. Ella se lo ha buscado, ¡por hetero! Cuando se encuentra con su amiga Maca, la hace partícipe de sus sospechas y hace prometerle que no dirá nada a Gimeno. Maca se alarma: ¿Es que el probable bebé no es de Gimeno? ; Noo, qué barbaridad, es que no quiere presionarlo. Y remata la faena declarando que ya se enterará, que ella no piensa decirle nada. A ver, a esta chica las hormonas del embarazo la están afectando al cerebro. Esperemos que se sensatice según vaya discurriendo el episodio.

Maca visita médicamente al hijo del malogrado Fernando. En cuanto le den el alta, esta calamidad de muchacho ingresará en la cárcel o en un psiquiátrico penitenciario. Ahora está empeñado en ver a su hijo, que va a ser encomendado a una familia de acogida. Maca, inducida por la compasión extremada de Teresa (a la que le da pena todo bicho viviente), promete que procurará el encuentro.

Gimeno entra en un box y exhala un alarido asustado: acaba de ver a Héctor (marido de Alicia, que porta un suave acento argentino) tumbado en una camilla con su manita dominante sobre la región inguinal. Tan extraña y sospechosa postura obedece a que está practicándose a sí mismo una ecografía abdominal. Es lo bueno de ser médico, que te puedes hacer todo lo sanitario en plan self-service. Gimeno se disculpa por haber pensado que estaba realizando maniobras más íntimas sobre su cuerpo, destinadas al propio placer (traducción: que se obsequiaba con una paja). La autoexploración diagnóstica, explica Héctor, está motivada por lo preocupado que se siente debido a su falta de rendimiento en materia sexual desde antes de contraer matrimonio con Alicia. Al final deciden hacer las cosas en serio y aplicar el protocolo de detección de impotencia o disfunción eréctil, en vez de andar autodiagnosticándose a lo tonto.

Hablando de protocolos médicos: una niña acude a Urgencias transportada por su padre con múltiples hematomas. Atendida por Vilches, surge el dilema de activar el protocolo de malos tratos, porque realmente la criatura tiene un montón de golpes y tanto pueden ser accidentales como proferidos por su progenitor. Aunque hay sospecha de que la niña ha podido ser golpeada, resulta que el hijo de Vilches conoce al padre y por ello el médico decide concederle el beneficio de la duda. Pero Maca se entera, y decide que los protocolos están para activarlos; Valeria, la Borde (que está en plan de enroscarse a Vilches cual boa constrictor haciéndole la pelota todo el rato) manifiesta que la actitud de Maca es “medicina preventiva”. A ver, Valeria, “Medicina Preventiva” es una especialidad médica que se ocupa de eso: de prevenir. Lo que quieres decir es “medicina defensiva”, que es practicar la medicina curándose en salud, intentando evitar posibles demandas judiciales y reclamaciones variadas, pero sin realizar las actuaciones médicas que realmente están indicadas en cada caso. Esto es como hace unos cuantos episodios, en que esta misma sujeta declaró que se tomaba un zumo de naranja, porque padecía de “acidosis” estomacal (en vez de decir “acidez”; ¡la acidosis es otra cosa muy diferente!).

Dejemos los lapsus linguae de doña Valeria y centrémonos ahora en la peripecia principal que ocupa a Maca y Esther en este capítulo: La editora de cuentos (llamada Gabriela) se encuentra con nuestra flamante autora y pide hablar con ella en privado.

Ya en sala aparte, la editora le dice a Esther que ya se figura que es lesbiana y que Maca es su pareja. Explica que ha llegado a tal conclusión porque “es evidente”. Acto seguido, se desvive por demostrar que ella no es nada homófoba, que le parece todo fenomenal, que está admiradísima de cómo de normal es todo y “la naturalidad con que lo llevan”. Expresa también cuán congratulada se halla porque ellas estén plenamente admitidas en su trabajo.

El problema es que el gran dirigente de la Editorial es un hombre mayor y conservador (y de ello deduce que estará horripilado ante cualquier cuestión lesbiana y con la mente llena a rebosar de prejuicios). Es medianamente lógico- argumenta- porque Esther escribe cuentos infantiles. Nuestra enfermera no cabe en sí de indignación: “Ah, claro, perdona, que las lesbianas no podemos educar a los niños, sólo podemos pervertirlos o dañar sus delicadas mentes, o…sí ya, lo entiendo”- responde ofendida. Gabriela insiste en que ese no es su parecer, sino el del gran magnate, y aconseja que Esther no muestre “su condición” delante del señor en cuestión, porque peligraría el contrato cuentil. Y eso pasa por extremar la discreción respecto a la figura de Maca y su papel dentro de la vida de Esther. No sólo no debe mostrarla como su pareja, sino que sería mejor que ni apareciera por el acto, para evitar sospechas.

Esther está tan indignada (creo) como yo lo estoy, porque ve claramente que lo que le piden es que reniegue de su pareja, así de sencillo. “Tú no sabes lo que me estás pidiendo”-se queja nuestra enfermera. La respuesta es: “Sé que quieres mucho a Maca, pero la cuestión es si quieres seguir escribiendo o perder la ocasión de tu vida”. OK, es decir que hay que elegir entre la profesión y la propia vida, o lo uno o lo otro. Una elección que nadie obligaría a tomar a una persona heterosexual. Pues estamos bien.

Cuando Esther se encuentra con su Maca por el pasillo (como de costumbre, todos sus encuentros son en el pasillo), le dice de entrada que no va a asistir al famoso acto. Explica que ella no va a ir a ninguna parte porque Gabriela le ha sugerido que no acuda Maca. Cuando va a aclarar el porqué de tal petición, nuestra Jefa de Urgencias se adelanta con su propia explicación: piensa que es simplemente que Gabriela no quiere parejas en la reunión, sin imaginar siquiera que lo que no quiere es parejas de mujeres. Y así, sin querer, pone en bandeja a Esther la posibilidad de asistir sin ella al acontecimiento.

Todos los enanos le crecen a Maca en su circo. Activado el protocolo de malos tratos, aparece la madre de la cría herida. Esta señora acude rodeada de medios de comunicación, con el nada loable propósito de mostrar ante toda España lo maltratador que es su ex (antes de saber si en realidad el hombre este le ha puesto o no a la niña la mano encima). Así que era verdad: la madre es una arpía y el protocolo ha sido activado erróneamente. Maca ha metido la pata hasta el fondo, pero la verdad es que Vilches tampoco explicó por qué no debía avisar a la madre: se limitó a decir que “tenía sus razones” y punto. Y cuando Maca se le encara y le dice “tú sabías que no había sido él”, ni responde; se queda mirando al tendido con expresión de impávido vaquero. Él no da explicaciones. Faltaría más.

Por si no tuviera bastante nuestra héroa, aquí sí que le van a tocar la moral. Aparece Gabriela y le da las gracias por no asistir al cóctel de presentación de los cuentos. Y en la conversación, descubre la papeleta diciendo: “Total, sólo es un rato. Bueno, y aunque sólo sea un rato, la verdad es que no tiene ninguna gracia, que bastante habréis luchado vosotras para que se acepte lo vuestro. Está claro que quieres mucho a Esther. La verdad, te lo agradezco mucho, Maca. Yo no tengo nada en contra”. Y encima le dice que ha quedado con Esther en recogerla con el coche por la puerta de atrás (para que no se la vea salir, suponemos). Y como Maca no es tonta, se da cuenta rápidamente de lo que ha pasado; y el mundo se le desploma encima. En efecto, no es de extrañar que se sienta humillada, porque está siendo “ocultada”, negada y engañada por Esther, que ni siquiera ha tenido la valentía de contarle la verdad.

Y por si no tuviera suficiente, al padre de la niña le han levantado ya la calumnia, le han atacado las hordas justicieras anti-maltrato infantil y ahora Guille le echa la culpa a Maca de todo por haber activado el dichoso protocolo. Caray, pobrecilla, nos la van a matar entre todos a disgustos.

Realizadas las pruebas diagnósticas correspondientes, se concluye que Héctor no padece de ninguna disfunción eréctil. Su mal no es de naturaleza orgánica, sino psíquica. Después de varios patinazos mentales del paciente, que busca en su inconsciente posibles traumas, Gimeno le aconseja que se deje de tanta causa y ataque el problema con soluciones. Héctor se lo toma por fin con desenfado y decide que, siendo él oriundo de La Argentina, el síndrome que debería tener sería “el del pene descomunal”. Jajajaja, chiste de argentinos.

Sigue el Dr. Gimeno sugiriendo posibles terapias: la mejor, una buena fantasía sexual. Pero no procede, porque Héctor ya lo ha intentado con la fantasía de la enfermera, y no funciona (claro, porque es real, al ser su mujer enfermera de verdad, eso es una birria de fantasía erótica). Al final, el médico propone que entre en internet y compre un juguetito erótico que ayude a la estimulación. Con Alicia visita la web en cuestión y de común acuerdo eligen uno de esos chismes con mando a distancia que llaman huevos o balas vibradoras. El cacharro (por si alguien no lo sabe) consta de dos elementos: un control remoto que activa la vibración del huevo, que se encuentra insertado en la vagina. Supongo que tiene que ser divertido, pero no si te olvidas el mando y la portadora del chisme recibe sacudidas sin ton ni son en cualquier momento mientras está trabajando. Esto es lo que sucede: Héctor se deja en el mostrador de recepción lo que parece ser el control remoto de la puerta de un garaje y la gente lo coge y aprieta los botoncitos a cada momento. Alicia acaba desesperada con tanto vaivén. Y lo curioso es que tales maniobras, que aunque involuntarias son ejercidas en la vagina de su esposa, despiertan los celos de Héctor. Bueno, a ver si así se le anima el apetito.

Maca va camino en este episodio de convertirse en la cordera de Dios que quita los pecados del mundo, porque de todo acaba teniendo la culpa. El hijo del fenecido Fernando le monta un pollo de cuidado, movido por su propia autoculpabilidad; el padre de la niña accidentada se intenta suicidar tirándose desde la azotea, porque tras haberse activado el protocolo, la gente piensa que efectivamente es un maltratador (hasta lo han despedido del trabajo, al pobre). Y Sotomayor le echa una bronca del quince a nuestra querida Jefa de Urgencias por meterse en los casos de los médicos “como un elefante en una cacharrería”.

Para no dejarse vencer por la presión, Maca se quita la bata y sale fuera a tomar un poco el aire. Apoyada en un pilar con gesto abatido, se le acerca un muchacho muy majo. Ella no lo sabe, pero es el nuevo médico de plantilla, que ha pasado una aventura de cine cuando intentaba incorporarse a su trabajo: cogió un taxi, el supuesto taxista le atracó dejándole en paños menores, y se ha recorrido medio Madrid medio desnudo hasta lograr llegar al hospital. Dotado de un hermoso acento mexicano, el nuevo galeno se ofrece a ayudar. Una vez que Maca vence su resistencia a contarle sus problemas a un desconocido, acaba declarando: “Me va de puta pena. Tengo una pareja que se avergüenza de mí y que piensa que soy un obstáculo en su carrera. ¿Qué te parece?”. El muchacho elabora la siguiente reflexión: “Tal como lo veo, o es blanco, o es negro. Si estás decidida a pelear por tu pareja, es blanco; y si no, pues tienes que pasar página”. “Hazme caso, tú decides lo que va a ser tu vida”. Órale, de verdad que no había oído nada tan sabio en mucho tiempo. Y nuestra Maca, que es mucha Maca, hace lo correcto: coger al toro por los cuernos y darle un buen viaje.

Esther, Gabriela y el gran jefazo se encuentran en conversación en el cóctel, tal como estaba previsto. El señor superpoderoso está en ese momento insistiendo en que la carrera de un escritor a largo plazo depende más de la personalidad, de la propia vivencia, que de los éxitos puntuales. Interrogada sobre la clave del éxito de sus cuentos, Esther aclara que no parecen infantiles y que gustan más a los niños porque no se les dice lo que tienen que hacer (o sea, que no son infantiloides, que no se trata a los pequeños lectores como si fueran medio idiotas). Y en mitad de tal explicación, aterriza Maca de improviso y le planta a su mujer un piquito a modo de espontáneo saludo. Se disculpa con toda naturalidad por haber llegado tarde y se aparta a tomarse un vinito en las cercanías. El superjefe se queda helado y balbucea:

Jefe: Es tu…novia. Eres….lesbiana.

Y entonces le sale el coraje a nuestra Esther por entre toda la epidermis. Aquí está nuestra chica, echándole unos ovarios descomunales a la situación. ¡Ole con ole y olé!

Esther: Sí, es mi mujer. Estamos casadas.
Jefe: Pero entonces, esos hijos de los que has hablado…
Esther: Sí, tenemos tres. Y la verdad es que yo creo que la experiencia de madre me ha ayudado mucho a la hora de escribir para niños.
Jefe: ¿Entonces tus hijos tienen dos madres?
Esther: Sí, sí. Y la verdad es que es curioso, porque a la hora de irse a la cama es el mismo infierno que si tuvieran un padre y una madre. Lo único que quieren es que les cuentes un cuento y se lo cuentes con cariño.

El señor se queda envarado un momento y Esther le echa un trago al vino. Después, se acerca a Maca.

Esther: ¿Por qué has venido?
Maca: ¿Cómo has podido hacerme creer que no venían las parejas?
Esther: Te lo iba a decir, pero tuve miedo. Gabriela prefería que no vinieras y me asusté. Perdóname, porque me equivoqué. De todas maneras, habíamos quedado en que no ibas a venir. Y lo podíamos haber hablado en casa, pero no, tú te tenías que presentar aquí. ¡Como te da igual todo!
Maca: Perdona, pero a mí no me da igual todo, Esther. Esto es una cuestión de principios.
Esther: Ya, pero los principios es una gran palabra, y luego está el día a día. Y creo que por eso no te lo dije: porque no ibas a ceder.
Maca: ¿Y a ti qué te hubiera gustado? ¿Que hubiera cedido?
Esther: Pues igual en esto, no. Pero que alguna vez cedas, no está mal.

Ante tal injusticia, Maca se va muy dolida. Qué quieren que les diga: creo que Esther aquí se ha pasado. A fin de cuentas ella es la que se ha portado un poco mal con su señora y ahora le da la vuelta a la tortilla y culpa a Maca una situación que ha provocado ella. ¿Le parece poco ceder en dejarla escribir con reducción salarial y que eso le haya llevado sólo un inter-episodio de reflexión? El caso es que le sale bien todo: el jefazo, una vez pasado el descoloque de saber que su mejor cuentista pertenece al gremio de la lesbianidad manifiesta, resulta que está encantado. Tanto lo está que ofrece un super-mega-contrato a Esther como directora de la sección infantil y juvenil de la editorial entera. El único problema es que tiene que teletransportarse a Buenos Aires, gran ciudad, pero situada justo al otro lado del Océano Atlántico. Pero no es un obstáculo insalvable: Maca puede ejercer allí y hay colegios estupendos para los niños. Además, ser español en Argentina es glamouroso (no sé si es verdad, pero él lo dice) y en el mundo literario porteño, una familia como la suya va a causar sensación.

Lo que tiene de curioso el destino es que a veces lo que crees que más te puede perjudicar es justo lo que más te beneficia. Es el caso de Esther: lo que más ha impresionado al jefazo ha sido la fuerza con la que ha relatado su relación de pareja. Y eso es precisamente lo que ha abierto las puertas de su promoción profesional.

Pero Maca nada sabe de tan gratas perspectivas y camina desolada por las calles de Madrid, preguntándose si merece la pena la vida entera.

Así finaliza el episodio. O mucho me engaña el instinto, o poco de Maca y Esther nos queda por disfrutar, así que bebamos hasta el último sorbo de la copa de su historia. Snif, no me digan que no, que las vamos a echar de menos. Hasta la próxima semana.