Escrito por: Genix
Isleña de nacimiento, desperté en este planeta en las Islas Canarias. Pese al amor al mar, a días soleados tumbada en la arena y noches cálidas paseando por la orilla, siento que pertenezco al país más grande del mundo: la humanidad. Adoro a Lesbicanarias y no solo a la página, ya me entienden… las que me conocen. Me encanta el mar y aislarme del mundo escribiendo hasta meterme en mis propios relatos generando realidades emocionales que hagan mover mis propios cimientos. En definitiva, amo respirar y ser consciente de ello cada vez que lo hago. Y como no, me gusta analizar las situaciones, las posibilidades, jugando a algo que cada vez hacemos menos: meternos en la mente de aquel que no piensa como nosotros. Comprendo todo menos la guerra, la intolerancia y las malas maneras, siempre he pensado que un buen argumento se defiende con buenas palabras no con buenos insultos ni ofensas.

Disclaimers: Todos los personajes de Venice The Series y por lo tanto de este Fan Fic, son propiedad de Open Book Productions, sólo los he tomado prestados para saciar un poco la ansiedad de no poder verlos durante una larga temporada, y con fines no lucrativos, solo por diversión pura y dura, además de un homenaje a esta serie que tanto nos ha hecho debatir

Episodio 4

Activarse o dejarse morir

En la mañana temprano el despertador sonó. La atención de Gina se desvió desde el techo al que llevaba mirando durante la última media hora, hasta él. Se incorporó, aprovechando la acción para apagarlo y quedarse sentada en el borde del colchón unos instantes.
Miró el espacio vacío de la cama y estiró su mano para coger la foto que se había pasado mirando gran parte de la noche, en realidad cada noche después de haber visto a Ani por última vez. Y de eso hacía ya un par de semanas.
Abrió el cajón de su mesa de noche, pero tras titubear unos segundos se levantó y caminó hacia su cómoda. Abrió uno de los cajones de la parte superior y tras darle un último vistazo la colocó bajo una cantidad respetable de camisetas.

Se metió con fuerzas renovadas en el cuarto de baño.
Giró el grifo sin titubeos. Esperaba que aquella agua fría le hiciera olvidar las pocas horas de sueño que había tenido y con un poco de suerte, borrar todos aquellos pensamientos revueltos en su cabeza.
Movió su rostro hacia arriba cerrando sus ojos y dejó que el agua golpeara su cara.


Durante toda la semana, Ani dedicó la mayor parte del tiempo centrada en la exposición de sus fotografías. Con Lara cada tarde con Cris en las reuniones de AA y el tiempo que dedicaba con fuerzas renovadas a su libro, le dejaba a ella todo el tiempo libre necesario para dedicarse a su estudio y su exposición.
Estaba convencida de que Gina estaría inquieta, preocupada pero esperaba que el esfuerzo en hacerle entender que no la quería cerca de ella, le hubiera herido hasta el punto de ser la única persona de este mundo a la que no quería ver. Sin embargo había momentos en que extrañaba hablar con ella. No sentirla tan lejos como le había obligado a permanecer.
Tomó su teléfono móvil en las manos, buscando en su agenda el nombre de Gina, con unos sentimientos contradictorios que le hacían tomarse tiempo para respirar, lo soltó sobre la barra de la cocina, sintiendo lástima de sí misma por dedicarle a aquella mujer, un minuto de su tiempo.
Miró hacia el sillón del salón y vio como Lara parecía ajena a cualquier cosa que no fuera la concentración en sus escritos. Estaba avanzando muy bien con su rehabilitación. Sonrió a la imagen de la joven escritora convenciéndose de que haber sacrificado su amistad con Gina era lo más sano para su relación.

Se giró y se dispuso a fregar los vasos sucios del desayuno.
–Hoy hace un mes que no pruebo ni una gota –dijo Lara estirando su espalda.
–Lo sé. Y estoy orgullosa de ti –dijo Ani desde atrás besando su mejilla.
–¿Qué te parece si salimos a pasear o algo así?
–Eso suena genial –dijo Ani acercándose mientras secaba con un paño uno de los vasos. –. Llamaré para que no me esperen en la exposición


Las protestas del coronel, no parecían inmutar la decisión de Gina.
–Lo siento coronel, pero esto no es negociable –le replicó al viejo con la esperanza de que sus palabras hicieran parar al hombre con sus protestas.
–No necesito ningún masajista, ni fisioterapias ni nada de eso.
–Tengo que regresar al trabajo y no voy a dejarte solo todo el día.
–No soy ningún niño pequeño, yo quiero estar solo.
–Y lo estarás, en cuanto estés mejor, pero para eso no te queda de otra que cuidarte, y los dos sabemos que eso se te da jodidamente mal.
–¡Bobadas! Estoy perfectamente. Eres tú la que te refugias en aquí, no yo.
Gina detuvo su acción de meter su móvil en su bolso, con el evidente golpe bajo que habían sido las palabras de su padre. Apretó sus párpados fuertemente y acabó cerrando su bolso y colgándolo de su hombro.
–Intentaré regresar temprano– dijo emprendiendo el camino hacia la puerta–. Ah y no lo olvides, a las 6:30 vendrá tu fisioterapeuta –dijo sujetando el pomo de la puerta–. Pórtate bien coronel –continuó diciendo dirigiéndole una mirada desafiante y apuntándolo con su dedo índice en señal de amenaza antes de cerrar la puerta tras ella.
El viejo respondió a su amenaza con un ligero movimiento de cabeza en negación.

Nada más salir de la casa, una sonrisa se dibujó en la cara de Gina. Últimamente parecía que el coronel le leyera el pensamiento o peor aún, leyera esos borrones oscuros alrededor de esas heridas que tardaban en sanar.
Lo cierto es que el viejo estaba en lo cierto, posiblemente a esas alturas era ella la que se refugiaba en su cuidado, no al contrario, pero que el viejo fuera capaz de darse cuenta de ello le hizo sentirlo más cercano. No sabía cómo explicarlo, pero cuidando de él, saberlo débil y decaído, como el resto de los mortales, le había hecho darse cuenta de que el pedestal en el que lo había colocado desde siempre, no era sino una vana barrera reforzada por ella para no permitirse ser luchar consigo misma. El coronel no era sino eso, un hombre amargado por la pérdida del amor de su vida, cegado por las normas y leyes de las pautas que le marcaba el ejército y sus convicciones religiosas, a las que se agarraba a falta de no tener nada más de qué hacerlo. Y eso, al fin y al cabo, no era sino lo mismo que le sucedía a ella. De pronto sintió cierta empatía por el comportamiento de aquel viejo protestón e introvertido.

Cuando Michele escuchó las llaves en la puerta de la oficina, sintió como si su corazón hubiera dado un latido más de lo normal.
–Buenos días Michele
–Gina –dijo incapaz de mediar ninguna otra palabra.
–Así es. He vuelto –dijo esperando un gesto de entusiasmo de su asistente
–No esperaba que me recibieras con fuegos artificiales pero una sonrisa me valdría. –La asistente se levantó y escondió su rostro en un afectuoso abrazo.
–Lo siento, no te esperaba tan temprano –dijo intentando disfrazar su angustia con sorpresa. –¿Café? –preguntó viendo a Gina adentrarse hasta la puerta de su despacho.
–Cargado y…
–Con una cucharada y media de azúcar –Michele completó su frase.
Gina sonrió a su asistente, recordando cómo la conocía su asistente y como la eficiencia siempre fue su punto fuerte.

Michele entró en el despacho justo cuando Gina apoyaba las manos en su mesa ante la pantalla de su portátil, dándole al botón de encendido.
–Tengo tanto por hacer que no sé por dónde empezar –dijo mientras se erguía y tomaba la taza de la mano extendida de Michele –.¿Alguna novedad?
–Nada que no haya podido manejar Gina.
–Eso está bien Michele, no por nada eres la mejor asistente que pude haberme encontrado.
Michele dibujó una sonrisa forzada a la mirada verde de su jefa por encima de la taza de café de la cual tomaba un largo sorbo.
El pitido del portátil interrumpe el momento desviando la atención de Gina hacia la pantalla.
–Solo…Hay algo… –dijo titubeando una Michele que jugueteaba nerviosamente con los dedos de sus manos con los ojos fijos en su jefa.
–Dime –dijo Gina tomando asiento en la silla de su escritorio.
–Se trata de Alan Anders.
–¡¡Cielos!! Alan –dijo Gina dejando caer la cabeza hacia atrás, en el espaldar de su silla –. Déjame su expediente –dijo con rotundidad
–Déjame que antes te explique.
Los ojos de Gina fueron un enorme interrogante.
–Se cumplía el plazo para el contrato y amenazó con denunciarnos. Tú estabas con lo de tu padre, y yo… yo…
Gina la miraba expectante, incapaz de descifrar lo que trataba de explicarle su asistente.
–Yo le envié esto–. Extendió un papel en su mano.
La otra mujer tomó el papel y lo ojeó por unos interminables segundos.
–Esto…esto lleva mi firma Michele –dijo empezando a entender lo sucedido.
–Así es Gina. No hubo mala intención en lo que hice. Yo solo…
–Hiciste algo a mis espaldas, sin consultarme siquiera –Gina completó su frase, levantándose abruptamente de su silla y empezando su típico andar nervioso con las manos en la cintura–. No puedo creerlo Michele, ¿cómo pudiste…?
–No lo sé. Simplemente lo hice.
Tras unos minutos en los que la vena de la frente de Gina parecía explotar. Dejó el papel sobre la mesa y, con ambas manos hizo su pelo hacia atrás en un afán de que no le estallara la cabeza.
–Lo llamaré ahora mismo, quizás si le prometo otro par de botas pueda… –dijo acercándose a su agenda a un lado de la mesa.
–Está aprobado –dijo Michele en ataque de valentía y deseos de echar todo fuera de una vez.
–¿¡Qué?!
–Alan me llamó hace unas semanas para dar su aprobación.
Gina acarició su frente con dos de sus dedos antes de darse la vuelta y quedarse parada ante la ventana.
– ¿Qué quieres que hagamos? –preguntó Michele sabiendo que se arriesgaba a que su jefa le regañara e incluso le hablara de despido.
–Déjame sola por favor—fue la única respuesta que obtuvo.
–Por supuesto –dijo girándose hacia la puerta–. Lo siento –dijo antes de cerrar la puerta y dejar a su jefa a solas.

No había transcurrido quince minutos, Gina llamó a su asistente.
Michele entró con cautela en el despecho buscando al momento ver el rostro de su jefa.
Gina mantenía sus ojos ocultos mientras acariciaba su frente.
–Siéntate –le dijo sin apartar la mano de su cara.
La mujer obedeció y se sentó en una silla del otro lado del escritorio.
–He pensado sobre lo que has hecho. Quisiera poder mandarte Tombuctú en este mismo momento… –dijo mirando al fin a la cara de Michele que bajó sus ojos a sus manos–. Pero la verdad es que no estoy en condiciones de aguantar una denuncia de Alan y esto que has hecho me ha salvado el culo.
Michele relajó su rostro pero no dio la batalla por finalizada. Conocía a su jefa, sabía que sus actos de algún modo u otro iban a tener consecuencias.
–¿Vas a seguir adelante con el proyecto?
–No, vas a seguirlo tú, no se trata de mi proyecto por mucho que lleve mi firma.
–Pero cómo voy yo a…
–Con mi ayuda.
–¡Hay que ir a Londres!
–Irás. ¿Dónde ves el problema?
–¿Yo? ¿A Londres? Te refieres a acompañarte ¿verdad?
–Nop
–¿Yo sola?
–Sip
–No voy a…
– Sí, sí vas a poder Michele. Ten más confianza en ti.
Los ojos de Michele estaban extremadamente abiertos.
–Venga, relájate y vámonos de aquí. Invitas a comer –dijo intentando relajar un poco a su asistente. Caminó delante de ella mientras Michele, sin cambiar la expresión de su cara, se levantó y caminó tras ella.


La tarde había transcurrido rápida tras un largo paseo por la playa y una visita a la exposición. Ani parecía cansada pero Lara sonreía llena de vitalidad. Los ojos de la fotógrafa se recreaban en ver en su novia aquella mujer de la que se había enamorado. Se alegraba de la idea de haber salido de casa y pasar ese tiempo juntas.
–Te invito a un café.
–Mmmm, eso sonó a música celestial.
Lara caminó delante sujetando de la mano a Ani que la seguía disfrutando de ver a escritora tan sonriente y llena de energía.
Subieron las escaleras del High Bar y un Jamie atento las saludó con su sonrisa perpetua.
–¡Hola chicas! Cuánto tiempo sin verlas por aquí –dijo el hombre mientras daba un abrazo a cada una.
–Hola Jamie. Más vale tarde que nunca –respondió Lara guiñándole un ojo mientras que Ani tomaba asiento en una de las mesas cercanas a las hermosas vistas del local.
–Dos cafés por favor –dijo Ani antes de que Jamie se fuera a atender a una mesa contigua.
Lara miró a Ani a su lado que la miraba con una sonrisa en su cara.
–Extrañaba esa sonrisa.
–Yo te he extrañado a ti –dijo Ani con cierta melancolía en su tono de voz.
Lara miró hacia las olas cerrando sus ojos.
–¿Estás bien?
–Perfecta
–Me refiero a estar aquí…Ya sabes
Lara la miró y respiró hondo.
–Mírame y dime que ves.
–¿Una hermosa mujer radiante?
–Uh, no esperaba eso –sonrió ladeando su cabeza–, pero sí, estoy bien.
–Ok –respondió Ani dejando de lado su preocupación por ella para dedicarse a disfrutar el momento.
–Señoras. Aquí están su cafés –dijo Jamie dejando un par de vasos ante ellas.
Ani levantó sus ojos hacia su amigo con una sonrisa, cuando de pronto una silueta conocida llamó su atención. Agudizó la vista para verificar si aquella silueta era Gina.
A pesar de apenas ver parte de su rostro, la reconoció un momento antes de que bajara sus ojos hacia algo en su mesa. No tardó mucho más en darse cuenta de que estaba en compañía de Michele.

–Yo, en Londres. No puedo creerlo.
–Cada acción tiene una consecuencia. Jugaste y te tocó el premio.
–Vas a tener que ayudarme. No sé ni por dónde empezar.
–Te mereces que te deje completamente sola ante el peligro, pero como soy la mejor jefa que puedes imaginar, sí, te ayudaré –dijo esto bajando su mirada hacia el plato de aceitunas sobre la mesa de la que cogió una de ellas.
–Eso podría haber sido bonito si lo hubiera dicho yo –dijo Michele dando un sorbo a su margarita.
Gina sonrío metiendo la aceituna en su boca y levantando su mirada hacia Michele.
Su sonrisa fue difuminándose poco a poco para sorpresa de su asistente.
Sus ojos verdes se percataron de la presencia de Ani en el otro lado del local. Durante un segundo sintió la mirada de Ani cruzarse con la suya, aunque ese segundo bastó para que la otra mujer desviara sus ojos a alguien a su lado.
Gina vio que Lara estaba sentada frente a ella.
Michele pudo notar como su jefa tensó su mandíbula y desviaba sus ojos exactamente hacia el lado contrario.
–¿Te pasa algo?
Gina solo movió su cabeza negando. Acercó la copa de margarita a sus labios y dio un ligero sorbo mirando hacia el fondo del local y por encima del hombro de Michele, como Ani sonreía tímidamente a la mujer frente a ella.
–¿Crees que Alan aceptará que sea yo quien supervise el trabajo? Ya sabes que es muy exigente.
–Lo sé, pero yo ahora no puedo irme de la ciudad. Necesito estar aquí –contestó observando a Ani escuchando a Lara.

–Ayer Cris me llevó a su despacho.
Ani la interrogó con la mirada porque tenía en la boca llena de café, aunque no pudo evitar cierta incomodidad al saber a Gina cerca.
–Me sorprendió ver diplomas en todas las paredes –dijo enfatizando con un gesto de sus manos el tamaño del despacho. La fotógrafa asintió con su cabeza y sonrió levemente al tiempo que dejaba bajar el café por su garganta.
–Está pensando en abrir un bufete con uno de los socios del antiguo bufete de Nueva York.
Los ojos de Ani se desviaron hacia la dirección de Gina. Notó como aquellos ojos verdes escudriñaban a Lara y luego a ella.
Lara vio cómo su novia tomaba otro sorbo de su café con los ojos puestos en algún lugar.
Siguió su mirada y vio a Gina ocupando una de las mesas del fondo. Devolvió sus ojos a Ani que en ese momento observaba el vaso en su mano.
–Deberíamos irnos a casa, está empezando a hacer frío –dijo Ani de pronto apurando el ultimo sorbo de café.
–No voy a salir huyendo –dijo Lara haciéndose cargo de la situación.
Ani respiró hondo y desvió sus ojos de los de ella hacia la playa.
Lara alzó su mano y sujetando su barbilla la obligó a que la mirara a los ojos.
–Tranquila ¿ok? –le dijo reclamándole que se relajara.
Ani sonrió levemente y Lara acarició su mejilla.

–Dos semanas y estaré en Europa. Nunca imaginé que llegaría tan lejos –dijo Michele saboreando el triunfo que suponía para ella volar hasta el otro lado del hemisferio.
–Te encantará, Londres es una ciudad preciosa –le aseguró Gina dando otro sorbo de margarita a su copa.
Tomó la aceituna de la copa, sujetándola por el palillo y mientras la acercaba a su boca vio como Lara acariciaba la mejilla a una Ani sonriente. Metió la aceituna en su boca, sacando con un movimiento seco, el palillo y arrojándolo en el plato con una fuerza exagerada e innecesaria.
–¿Gina, estás bien? –preguntó la asistente al reconocer como tantas veces ese fuego en su mirada y esa vena hinchada en su cien.
–¿Sabes qué? –dijo levantándose y cogiendo su chaqueta de la silla contigua–. Tengo que irme –añadió acercándose y dando un beso en su mejilla–. Mañana te veo.
Emprendió su paso hacia la salida.

Ani observó a Gina acercándose hacia ellas. Los ojos verdes de aquella mujer estaban fijos en los suyos. Un escalofrío le invadió todo el cuerpo dejando de punta los pelos de su nuca.
Gina caminó firme y segura, pero al pasar junto a la mesa de aquellas mujeres desvió sus ojos rompiendo con su mirada para bajar los párpados en señal de saludo frío y silencioso al tiempo que desviaba su camino hacia la puerta pasando por un lado de ellas.
La fotógrafa sintió como si de pronto pudiera inhalar sin ninguna dificultad al verla alejarse de espaldas.
–¿Otro café? –oyó una voz familiar que la sacó de su estado.
–No, gracias –respondió con una pequeña sonrisa a su novia.
–Jamie por favor, tráeme otro de estos
Cuando Lara devolvió sus ojos hacia Ani, notó que la otra mujer observaba hacia otro lado. Siguió la dirección y observó la espalda de Gina alejándose hacia la puerta.
Una vez más giró su cabeza hacia su novia, que mantenía el ceño fruncido sin apartar sus ojos en la misma dirección. Bajó su barbilla y centró su atención en jugar con la cuchara de plástico dentro del vaso vacío.


Gina se quitó sus zapatos y con los pantalones arremangados hasta la rodilla, caminó hacia la orilla. Dejó que el agua mojara sus pies desnudos. Con sus ojos perdidos en el horizonte, sintió como cientos de cuchillas el agua helada que cubría ahora hasta sus rodillas.
Se dio la vuelta y arrojó sus zapatos a la arena y tiró sobre ellos la chaqueta de su mano. Avanzó sin apartar sus ojos del mar hasta que el agua cubría hasta su cintura.
Sin vacilar, solo con el recuerdo de ver la sonrisa de Ani junto a Lara, entremezclado con el que una vez miraron juntas al horizonte, se sumergió en el agua sin ningún miramiento dando unas brazadas.


Ani salió de la ducha mientras que Lara seguía con su inseparable portátil, añadiendo algunas líneas más a su libro.
Se dio prisa en escribir las últimas dos frases, cuando sintió que Ani salía del baño
-Me lo he pasado genial hoy -dijo Lara levantando sus ojos por encima de la pantalla de su ordenador, observando como Ani se ponía la parte de debajo de su pijama.
-Necesitábamos darnos un tiempo juntas. Yo también lo he pasado muy bien.
Un silencio se hizo entre ambas mientras que Ani abría las sábanas del lado y se metía en la cama.
Lara cerró su portátil y lo colocó sobre la mesa de noche. Se giró con su mano bajo la almohada hacia el lado de Ani que con su cabeza sobre una de sus manos observaba algún punto del techo de la habitación.
-Me gustaría saber en qué piensas cuando estás así -dijo Lara intentando ser partícipe de ese momento.
-No creo que te gustaría -respondió ladeando su cabeza hacia ella.
De pronto Lara se sintió insegura. Había barajado la idea de que tal y cómo habían pasado la tarde, cabía una posibilidad aunque fuera remota de que Ani diera por fin un paso hacia ella.
Se puso a acariciar un mechón del cabello de la otra chica que cubría parte de la almohada.
Ani cerró los ojos y al abrirlos miró a los de la mujer a su lado. Conocía esa mirada, conocía esas caricias y se daba perfecta cuenta de los esfuerzos que estaba poniendo Lara de su parte para entablar conversación.
Lara sonrió sintiendo que había conseguido llamar su atención. Ani se incorporó sobre uno de sus codos y acercándose besó sus labios.
-Buenas noches -dijo dedicándole algo parecido a una sonrisa y acomodando su cuerpo hacia el otro lado.

La decepción se hizo latente en el rostro de Lara que se quedó con la mano que acariciaba su pelo, sobre el espacio cercano que ahora Ani había dejado libre.
-Buenas noches -respondió estirando su mano y apagando la luz de la lámpara sobre su mesa de noche.
Sus ojos azules se quedaron mirando a cualquier parte de su lado de la cama.
Los ojos de Ani se abrieron al sentir como había bajado la intensidad de la luz en el cuarto a través de sus párpados cerrados. Su mente viajó lejos de aquella situación.