plantas39

Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas. En el Twituniverse se me conoce como @havingdrink«

Bienvenidas a otro episodio de estas chicas malas, que por malas han terminado entre rejas. En fin, sabemos que la mayoría no son angelitas precisamente, pero ¿no habrá alguna que realmente no merecería estar en la cárcel? Los nuevos ingresos de reclusas al comienzo de este capítulo nos darán oportunidad para reflexionar sobre este asunto. Las adquisiciones son dos, diferentes entre sí como el día y la noche: Zandra y Mónica. La primera es una yonqui malhumorada y la segunda una educada señora mayor que no sabemos muy bien qué pinta en una cárcel.

Quien ingresó en el episodio anterior y ya ha tenido tiempo suficiente para hacer el tonto imprudente es una chiquita llamada Rachel. Como estuvo en el tema de las drogas, todas las reclusas piensan que todavía puede suministrar, así que la acosan para ver si pueden pillar algo de lo que sea. La única idea (nada buena) que se le ocurrió a la muchacha para protegerse fue ponerse a la vera y protección del malvado Fenner. Y ahora, Shell (la aviesa reclusa que se lo beneficia) se huele que tiene rival –con toda razón, porque el muy sátiro ya se la ha tirado- y no quiere perder su puesto de putita primera del guardián.

Nikki advierte a la nueva que va a tener muchos problemas si sigue siendo tan “amiga” de Jim, pero creo que olvida especificar que “problemas” significa que tal vez termine con los ojos sacados de cuajo por las uñas de la arpía. En éstas, Helen Steward no descansa en encontrarse pufos. Ahora tiene sobre la mesa un chivatazo sobre un posible fraude en el control antidopping de las reclusas. El truco está en que alguien selecciona previamente a las presas limpias, luego son sólo ellas las que hacen el obligado pis (no las demás, que se meten de todo), y así sale siempre en los análisis que allí no se droga nadie. La estadística está perfecta, pero en esa cárcel la mayoría son politoxicómanas, digan lo que digan los papeles. Como es habitual, la guardiana bulldog hace el comentario de la mañana, expresando su disgusto por tener que coger los botecillos de orina: opina que eso en las cárceles de hombres está bien, porque ellos están todo el rato exhibiéndose los unos frente a los otros. En el caso de las mujeres, le causa mucho disgusto tener que ver desnudeces. Señoras, esta tía quiere un buen polvo femenino, está que se muere por ver chicas en bolas; tanto asquito oculta mucha necesidad.

Cuando Fenner empieza a defender el modelo establecido, nos percatamos pristilinamente de que está en el ajo y de que eso es lo que Helen sospechaba. Y esto es una de las cosas buenas que tienen las tortillas (no se rían), que se dan la vuelta: resulta que Sylvia –voy a llamar a la bulldog así cuando demuestre merecer que se le denomine como a una persona normal: por su nombre- expresa que la mayor parte de la farlopa y sustancias afines entra por la vía de los visitantes-bis a bis. Reducir los contactos físicos externos disminuiría el peligro de intercambio de “contrabando”. Pero claro, no vamos a privar a las reclusas que no se drogan de los premios extraordinarios sexuales. Así que Miss Steward resuelve que hay que controlar a tope el asunto de la toma de las muestras de orina.

¿Y a quién de entre todas las presas va a dar cuentas y a pedir colaboración? Pues a Nikki, claro. Pero la reclusa sigue en plan duro: no quiere intimar con la directora. Puede que porque verdaderamente no confíe en ella, o puede que porque no le interese que se la vea confraternizando con el alto mando. El caso es que le dice que le importa un pimiento la campaña antidroga y que pasa de ella.

No ha sido una buena decisión, pronto veremos por qué. Shell está decidida a ganarse el título de Primera Mala Oficial. Como todo el mundo sabe que a Rachel la están amenazando y coaccionando para que suministre estupefacientes, a doña mala se le ocurre que sea ella quien delate a las consumidoras (que son quienes la están presionando). Pero, ¿ha de delatar a las verdaderas culpables? Nop, porque eso incluiría a la propia Shell. La gracia del asunto es chivarse de aquellas inocentes que estorban. Adivinen en quién ha pensado la muy maligna. Exacto, acertaron: en Nikki.

Nikki hace una llamada de teléfono. Salta el contestador automático y ella le habla. Pregunta por una tal Trisha y la llama “cariño”. Esto nos da buenas perspectivas sobre Nikki. ¿Entenderá o son sólo imaginaciones nuestras?

Otra que está muy pesada con lo de intentar hablar por teléfono es la recién llegada Mónica (la educada señora mayor, ¿recuerdan?). Después de pasar todo el fin de semana en una habitación con más mierda que el palo de un gallinero, al fin la instalan junto con Zandra, la yonqui, en la celda de la acólita número 1 de doña Mala Mayor. Resulta que la tal Zandra estuvo ya el año anterior ingresada en este convento, y le dejó a deber a Shell unos dinerillos por compra de droga. Qué malas son las deudas, y más en determinados ambientes. Zandra lo va a pagar con intereses sobre su propio cuerpo. Le hacen una cruel cochinada que prefiero no detallar. Pero qué le vamos a hacer, señoras, estamos en una trena y aquí el ambiente es algo sórdido y la vida difícil.

Mónica pronto hace migas con Nikki, por aquello de que los malos con los malos y los buenos con los buenos. A Helen también le cae bien, y gracias a su entrevista con ella nos enteramos de que a la pobre mujer le han caído 5 añitos de condena y que fuera tiene un hijo con síndrome de Down, llamado Spencer. Pues menudo panorama.

Alertados por el chivatazo falso, acuden los servicios de saneamiento de drogas de la cárcel: es una especie de comando con mono azul, liderado por un ser de raza negra, más grande que un armario y que yo bien pensé que era un tío (qué quieren, es que parece un tío, ¡de verdad!).

Se meten en la celda de Nikki y la enorme jefaza se encara con ella. Nikki cae en el mismo error que yo, y la llama “señor”, lo que es interpretado por el enorme monstruo como una falta de respeto. De malos modos, le ordena desnudarse –esto de mandarle a Nikki quitarse la ropa va siendo una costumbre- , y le pone un espejito a los pies. La idea es que la reclusa se ponga en cuclillas sobre el espejito para así poder mirar si lleva algo oculto en…. bueno, ya saben. Nada por aquí, nada por allá. Así que toca registrar la celda, pero el registro lo hacen estilo elefante en una cacharrería.

Jim Fenner se encuentra con Helen y no pierde ocasión de mortificarla: le dice que enhorabuena, que su plan para acabar con las drogas en la cárcel va fenomenal, porque a él todo lo que signifique fastidiar a Nikki Wade le parece de perlas. Helen no es estúpida y se da cuenta de inmediato de que su reclusa favorita está siendo perjudicada de alguna manera. Así que se va derecha a la celda de Nikki, que para entonces está recogiendo lo que queda de sus objetos personales. Digamos que no la pilla en buen momento: Nikki está de los nervios, entre lo degradante del examen corporal y el destrozo de su celda, así que manda a la directora a hacer morcillas.

La hora de visitas semanal va a ser diferente de otras veces porque estarán presentes la ogra con hechuras de tío y sus secuaces, para controlar si alguno de los visitantes le pasa drogas a las presas. Conocemos al hijo de Mónica, que acude acompañado de una monja de la institución donde le cuidan. Y, lo que más nos interesa, acude una chica rubia a ver a Nikki. Cuando se dan un beso, confirmamos nuestras sospechas: efectivamente Nikki no sólo es lesbiana, sino que tiene novia y es la persona a la que llamó “cariño” por teléfono.

De la entrevista entre ambas sacamos algunas ideas: 1) La novia (Trisha) ha dejado de fumar, gracias a la ayuda de un amigo, 2) Están un poco tensas, como si no supieran de qué hablar, 3) Cuando Nikki le dice a su chica que mire a la nueva directora y Trisha echa un vistazo, lo que dice es: “no me habías dicho que fuera tan guapa”. ¿Celos habemus? ¿Se ha percatado Trisha de que hay un futuro entre su novia y la gobernadora?

La visita colectiva termina abruptamente cuando el comando anti-droga entra en acción con la delicadeza que las caracteriza, tirando al suelo entre gritos a un visitante sospechoso. Spencer (el hijo de Mónica con síndrome de Down), ante tal follón, se altera sobremanera y empieza a chillar desesperado. Se arma la marimorena y a alguien se le ocurre empezar a aplaudir para que el chico piense que es todo un espectáculo y se le calmen los nervios.

La maniobra aplauditoria tiene éxito y la situación se salva por los pelos. En la reunión posterior con sus guardianes, Helen no tiene más remedio que reconocer que su política de control antidroga ha sido un desastre: ha generado problemas y encima no ha conseguido evitar el tráfico en absoluto.

La jornada termina en el trullo. El sol se pone, sale la lunita lunera y antes de acostarse, las presas se comunican a voces dándose las buenas noches o deseándose lo peor (depende de cómo se lleven). Mañana será otro capítulo.