Escrito por: Arcadia:
Señoras, que no estoy bien de la cabeza es algo de sobra conocido. La semana pasada afirmé que en éste rematábamos la temporada. Pues no, abordaremos el penúltimo capítulo, no el final. En fin, paciencia conmigo, que son cosas de la edad. 😉
Araceli se aburre, como una ostra. De no ser así, no se explica cómo se decide a emprender una actividad laboral sin pedir remuneración a cambio. Tal vez esté verdaderamente convencida de que tiene poderes curativos y que empleándolos ayudará a la humanidad. O tal vez sea un síntoma más de las locuras que le dan.
El caso es que Araceli ha puesto un cartelón enorme en la terraza, para que desde la calle se vea bien: en él se anuncian sus servicios como terapeuta espiritual. Bueno, la idea no es mala del todo, habida cuenta que dentro de la propia comunidad no le van a faltar clientes a los que curar de chifladuras variadas.
El cartel puede ser un grave problema: no cabe duda que todos los vecinos van a protestar. Es algo que Enrique tiene clarísimo, y por ello advierte a su ex de que lo quite de inmediato. Pero no es éste el mayor de sus problemas: a Enrique, en castigo por el follón que se preparó en las ferias con la explosión provocada por Recio-El-Islamista-Radical, le han degradado. Ahora ya no es concejal de Juventud y Tiempo Libre, sino de Residuos y Tercera Edad. Nótese la mala leche del nombre: los ancianos vienen a estar al mismo nivel que la basura.
Como ya es tradicional que las desdichas se le acumulen sin medida, Enrique tiene que lidiar con los errores del gaznápiro de su hijo adolescente. ¿Qué ha hecho esta vez Fran? Pues coger el coche de su padre prestado, dejarlo sin el freno de mano puesto al pie de un barranco y apoyarse para darle un magreo a su novia sobre el propio coche. Resultado: el automóvil se ha despeñado y caído en el aparcamiento de un centro comercial, aterrizando justo encima del vehículo de una señora que, por supuesto, ha quedado destrozadito. Y menos mal que la propietaria no estaba dentro, porque si no la hace tortilla (con perdón). 😉
Y es precisamente Enrique la primera víctima (uy, perdón, quise decir “paciente”) de la loca mística. Araceli presencia cómo, además de todo lo que le está cayendo, al pobre Enrique encima le deja la cuchufleta-comecocos-presidenta (o sea, Judith, que es otra que tampoco sabe ni lo que quiere, ni de qué va por la vida). Apiadada de sus desdichas sin fin, Araceli le regala un colgante pseudomágico hecho con una piedra llamada “orgonita”; según su parecer, tal mineraloide contiene en sí un quintal de energías positivas y de terapéuticos efluvios.
Todos ellos harán que, de inmediato, deje de ser el desgraciado del bloque para convertirse en un hombre bendecido por la fortuna.
El segundo incauto que cae por la consulta es el Maroto-padre (ya sabéis, el progenitor vago del tío con una mopa en la cabeza). A este elemento le han recomendado que haga algo de ejercicio: con que se mueva un poco, del sofá a mear, ya sería suficiente. Se niega por completo y busca terapias alternativas. En el Araceli´s Sanatory le tumban sobre el suelo y recibe un completo tratamiento de poner piedrecitas en su barriga (eso sí, de todos los colores y pulcramente alineadas), mientras la doctora Araceli le canta salmodias y pega golpes a una especie de cuenco situado en la mitad de su vientre para que suene ¡Cling!
Aunque es vago, no por ello es tonto del todo, así que se levanta al final aburrido y proclama que a él todas esas cosas no le hacen nada. Doc Araceli receta otro colgante de orgonita y el pavo inane se larga tan contento. La que se siente tan feliz tras contemplar el acto pseudoterapéutico es Reyes. El tema de que su novia se dedique a perpetrar chorradas no le importa demasiado; pero que no cobre por ellas, eso ya le convence bien poco. Necesita con urgencia 1.500 €. ¿Para qué? Para flores con las que decorar el palacete –¡que ya son flores!-. El palacete cuesta otros 6.000 euracos de alquiler. Va a invitar además a unas 200 personas. Así que entre pitos y flautas, la boda se sale de cualquier presupuesto (hasta para una dentista, que ya sabemos que es un gremio de potentados, a juzgar por lo que cobran por cada empaste).
Pues así y todo, no cuadran las cuentas. Así que Reyes pide ayuda monetaria a su futura consorte, que tendrá que sacar algún dinerillo de su consulta tántrica. Araceli expresa que su motivación es más bien espiritual, dado que ella quiere con su actividad “limpiar su karma” y así encontrar un buen destino en su vida próxima, en vez de reencarnarse en algo sin futuro o simplemente despreciable (por ejemplo, un político). Reyes la tranquiliza: para no contaminar su karma, Araceli seguirá ocupada en el campo místico del asunto y ella cargará con la rama empresarial. De momento, ya piensa en hacer una tabla de tarifas: limpieza de aura, 40€. Según ella, es un precio justo, al constituir algo parecido a una depilación de ingles pero que dura más.
A la primera clienta (inicialmente paciente de Judith, la comecocos) le cobra 30€ por la consulta, 40€ por la “sanación pránica” y 50€ por la orgonita. Total, 120€ del ala por bailar a su alrededor haciendo ruiditos y gestos raros. No es mal negocio, no.
No tarda en personarse la tropa de vecinos, protestando por la instalación de esta nueva actividad empresarial en la comunidad. Pero, claro, si no se permiten este género de establecimientos lucrativos en el edificio, la consulta de Judith también habría que cerrarla, ¿no? La presidenta elude hábilmente este pequeño detalle y todos corren a arrancar el cartel anunciador del sanatorio espiritual de Araceli, como la jarca de vándalos que son.
Enrique ha intimado con la propietaria del coche despatarrado. Recordad: Fran ha dejado caer el automóvil de su padre justo encima del otro vehículo. Sólo hay (aparentemente) un problema en la relación, y no es pequeño: la mujer en cuestión es GAFE. Todos sus parejos se desgracian por una u otra razón. El primero se despeñó esquiando, perdió un brazo y una pierna y acabó suicidándose con la mano libre que le quedaba. Al segundo se lo cargaron en un quirófano por una operacioncilla de nada….en fin, que todo han sido desgracias: parece que el que se le acerca tiene los días contados. Cuando la manada de vecinos sale en desbandada a arrancar el cartel de Araceli, se encuentra con el primer beso entre el fracasado Enrique y la gafe. Todos alucinan, interpretando que la diosa Fortuna ha fijado su vista en Enrique por primera vez en toda su vida. Para rematar la faena, llega el vago inerte saltando de alegría (oh, sorpresa, se mueve) porque le ha tocado la lotería. La conclusión es evidente: la ORGONITA ha obrado el milagro, es verdaderamente eficaz para cambiar la suerte en la vida. Todos piden su orgonita al unísono; el precio ha subido: ahora son 60€.
Judith no puede ver feliz a Enrique. ¿Será porque tiene celos? ¿O porque no se dio cuenta de que le quería hasta que no lo vio con otra mujer? No, ella misma nos revela sus verdaderas motivaciones: Enrique es su “Plan B”. Le va a tener en la recámara del revólver por si, pasados 10 años, no encuentra a nadie mejor. El concejal es para ella una especie de seguro para el fracaso amoroso. Pero tal alarde de hijoputismo no tendrá éxito si es Enrique quien consigue pareja, porque ya no estará disponible para cuando ella quiera usarlo. Así que la solución pasa por reventarle el ligue.
Descubre la muy cabronaza (porque hay que serlo y con pintas para actuar de esta manera) que el concejal está muy contento con su nueva novia, pero que le tiene un miedo cerval. Ninguno de sus anteriores novios ha sobrevivido a su relación, salvo uno que se encuentra en coma irreversible. Las sospechas de Enrique toman cuerpo cuando, cenando, se le ocurre quitarse el colgante de orgonita y….¡zas! se atraganta. Casi se ahoga. Llega, pues, a la conclusión de que la orgonita le protege cual poderoso amuleto. Lo malo es que la puñetera de Judith ha sido testigo de los hechos y ahora sabe de sus temores. Resuelve la muy malvada que la solución es arrebatarle el colgante mientras duerme: el terror de Enrique le sobrepasará y dejará a su nueva novia. Efectivamente, se cuela en su casa por la noche y le roba la orgonita, sustituyéndola por un tampón.
El concejal corre con gran angustia al piso de su ex para procurarse un amuleto nuevo. Pero a Araceli se le han acabado: espera una nueva remesa para el lunes, pero Enrique no cree sobrevivir hasta entonces. Como solución de emergencia, le vende un pisapapeles de orgonita que tenía de adorno en una mesa. Enrique, convencido con fe ciega de la protección que ejerce sobre él, se cuelga al cuello el pedrolo grandote.
Pero Judith tiene que salirse con la suya, jodiéndole la relación al concejal a toda costa. En cuanto se entera de que va a hacer en la terraza una barbacoa romántica, no se le ocurre otra cosa que prepararle un accidente: cuando se queme bien quemado con la barbacoa, entenderá que su nueva novia es muy gafe y que seguir con ella es peligro mortal. La malvada, ayudada de sus amigas sinvergüenzas, boicotea la barbacoa echándole encima líquido inflamable. Lo que no estaba planeado es que no sería Enrique, sino la supuesta viuda negra, quien encendería el artefacto. Y, claro, se quema media cara –con cuero cabelludo incluido- y acaba siendo evacuada en una ambulancia. La terrible operación no ha salido como pensaban las terroristas, pero al final obtiene el resultado que buscaban: a Enrique se le acaba la relación, aunque es él quien termina abandonado (obviamente, la novia no estaba nada a gusto).
El suceso desencadena una agria disputa llena de reproches mutuos entre Araceli y Reyes:
Araceli: ¡Eres una bollera pesetera! ¡Con las energías del cosmos no se trafica!
Reyes: ¡Oye, perdona, yo sólo quería que tuviéramos una boda bonita!
Araceli: ¡Y dale, vaya una obsesión con la boda! ¡Pero si eso es un paripé, chica!
Reyes: ¡Vale, pues si yo soy la única a la que le hace ilusión….entonces, NO NOS CASAMOS!
Araceli: ¡Pues no nos casamos!
Y así, con la ruptura de ambas, nos despedimos de este episodio que sí es el penúltimo. En el siguiente, el título habla de “bodorrio”. ¿Será que finalmente se casan estas dos?