plantas39

Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas. En el Twituniverse se me conoce como @havingdrink«

Venga, chicas, que esta vez ya tengo bien construido el cadalso donde ejecutar al último de los capítulos de la serie. Ya veréis cómo le doy matarile a conciencia: éste ya no se menea más.

Araceli y Reyes han roto. Lo suyo ha sido un rompimiento envuelto en la paradoja: lo que debería haberlas unido definitivamente, es la causa próxima de su separación (su boda). ¿Es el desacuerdo sobre el modo de realizar la ceremonia o más bien la inexistencia de una intención real de matrimonio lo que ha provocado la rotura? Yo más me inclino por lo segundo, porque a Araceli nunca se la ha visto muy convencida de dar el paso; con el rollo de sus locuras, desequilibrios y misticismos, ha ido siguiendo la corriente sin ninguna intención firme de convertir un frágil hilván en una seria costura.

Araceli, centrada en su tarea de derramar lágrimas de cocodrilo

Reyes se va con sus maletas y le espeta a Enrique: “¡Hala, toda para ti!”. Es la verdad, porque hasta Recio se da cuenta de que los ánimos consoladores del concejal hacia su ex lo que verdaderamente esconden es una intención lúbrica clarísima. Lleva buscando su oportunidad un montón de episodios y por fin a ésta la pintan calva.

Araceli tiene mala conciencia: reconoce que se ha portado mal con su novia (ahora exnovia). Pero su preocupación reside en que, ¡oh!, probablemente sus malas acciones le deparen un destino poco grato en la próxima reencarnación: una cucaracha o una mosca del vino. Bueno, depende de lo que le guste el morapio, tal vez no esté tan mal.

Su siguiente paso es pedir asilo político en casa de su ex…marido (no su exnovia). Hay que aclararlo, porque esta mujer acumula exes. Enrique inicia un cortejo alimentario-sexual: le lleva el desayuno a la cama, le hace un cunnilingus…Vamos, lo normal cuando de consolar a alguien dolido por una ruptura amorosa se trata. Ella alucina con las habilidades orales del concejal mientras se come la tostadita y todo transcurre dentro de lo que viene a ser un cortejo de pareja típico y habitual entre la especie humana. 😛

En la siguiente escena nos los encontramos chupándose los pies recíprocamente. Supongo que habrán hecho un 69 o algo parecido (aunque nunca se sabe, con estos sujetos cualquier cosa lejana a la realidad siempre resulta más verosímil). El hijo zangolotino de ambos irrumpe de improviso en la estancia y reacciona con ese asco ancestral que se supone deben sentir los jóvenes ante la visión de sus progenitores teniendo relaciones sexuales (idea ridícula, salvo que piensen de verdad que los han engendrado por esporas o que volaron en el interior de un hatillo transportado por una cigüeña, desde París a su domicilio natal). Anuncia el adolescente que hay un tío raro esperando a su madre; efectivamente, es su Maestro de Chacras, Mantras y Misticismos Orientales (MCMMO). Estaba invitado a la truncada boda y el pobre hombre ha acudido educadamente, envuelto en su túnica azafrán.

¡Tragedia espeluznante la de Araceli! ¿Cómo le va a decir a su Maestro Nosecuántos-Pon-Yó (o algo así) que ha venido desde las cumbres del Himalaya, abandonando sus meditaciones, y ahora no hay boda? La solución, según Enrique, es el RECICLAJE de nupcias: no hay que suspender el acto, sólo cambiar a uno de los contrayentes. Con ponerse él en vez de Reyes se soluciona el tema: habiendo ceremonia no es necesario quedar mal socialmente ni dar explicaciones a los invitados. Araceli duda durante…¿medio segundo? , no sé, tal vez menos: acepta, dando así prueba incontestable de que no tiene ni una sola micra de fundamento en la cabeza. Al menos a mí me lo parece; una persona para quien lo de menos es la persona con quien contrae matrimonio, siempre y cuando lo contraiga, no puede ser más que una descerebrada mental.

Tan poco seso contiene su cráneo que no se le ocurre otra cosa que alojar a su Maestro en la caseta del jardín. Hasta el bobo de Enrique advierte que probablemente fenezca allí el huésped, víctima de un golpe de calor y la deshidratación consecuente; sus palabras son, concretamente, que se va a cocer vivo. Pero ella no hace caso: el lama es invulnerable porque vive trascendentalmente en el plano espiritual; su conexión con la Conciencia Cósmica le desaloja del mundo y sus inconvenientes. El supuesto Hombre Santo no habla nada, ni nunca (sus actos son sus enseñanzas y se le debe de haber comido la lengua el gato). Acto seguido comienza a escarbar en el suelo, lo cual puede significar dos cosas: a) Es un mensaje indicativo de que Araceli y Enrique deben profundizar en sus sentimientos ó b) Busca lombrices porque tiene hambre y sigue una dieta tirando a peculiar.

El Maestro Pin-Pón, impartiendo docencia

Jardiel Poncela se preguntaba si alguna vez hubo once mil vírgenes (es muy divertido, os recomiendo que lo leáis) y yo dudo ahora de si Araceli tuvo alguna vez cerebro…o corazón. Reyes está esperándola en casa, dispuesta a ceder, a perdonar, a tragar con lo que sea y a pasar por cualquier aro, por pequeño que sea su diámetro. Dice que la quiere, que olviden todos los agravios, que desea casarse a pesar de todo y que van a tener la boda íntima de ellas dos solas que siempre quiso Araceli. Recordemos que la mística lleva la tira de episodios defendiendo que sus agobios nacen de la marabunta de invitados y el folklore nupcial que ha preparado su novia (pensando que haría la boda más bonita).

Hagamos memoria además sobre lo que ha sucedido hace unos minutos: ha aceptado aprovechar la cita para casarse con Enrique. ¿Es decente acceder a contraer matrimonio con dos personas sucesivamente y no aclarar las cosas con ninguna de las dos? ¿Esta chica carbura? ¿O no será tal vez que simplemente es tan cobarde, tan gallina, tan capitana de las sardinas, que no tiene ovarios para hablar con sinceridad?

Enlazando con el tema de las psicopatologías, ocupémonos ahora de la presidenta. Judith es el ejemplo viviente de lo que podríamos denominar “Síndrome del Perro del Hortelano”; ya se sabe: el que ni come, ni deja comer. Lleva un montón de tiempo despreciando al concejal, quejándose de que la acosa y expulsándole de su lado. Ha bastado que Enrique la haya invitado a su boda proyectada con Araceli, para que Judith se conmueva, llene sus ojos de lágrimas y añore al concejal perdido. ¿Quién entiende a las mujeres?

Araceli, desde luego, no es comprensible ni con traducción simultánea. No quiere casarse, ni con Enrique, ni con Reyes, ni con el maestro armero, ni con la bruja de Blancanieves. Pero no lo dice, dejando que los planes sigan adelante. Y cuando va a comunicar al lama Pun-Pun – o Pin-Pán, o como demonios se llame- la hora en la que se perpetrará la ceremonia, ocurre lo esperado: el Maestro Zen se desploma sobre el césped con todo su cuerpo, su espíritu y su túnica azafrán. Está muy malito, evidentemente.

La confusión sobre las intenciones de Araceli tiene, por fuerza, que repercutir en la ceremonia. Reyes y Enrique se presentan, ambos, como prometidos pretendientes a contraer matrimonio con la “deseada” novia. Ninguno de los dos sabe que el/la otro/a viene como contrayente y no invitado/a. Llega el alcalde, pretende oficiar el casamiento y hay que aclararle que los presentes no desean casarse entre sí mismos. Un mensajero irrumpe en escena portando dos cartas. Por fin Araceli ha sido coherente con su personalidad, porque es muy de ella largarse a la francesa dejando una nota. A sus dos pretendientes explica que se ha vuelto al Himalaya, que va a enterrar a su Maestro difunto-por-un-golpe-de-calor, y que a ver si allí se aclara de ideas (esto va a ser más difícil, dada su personalidad psicoretráctil).

Enrique y Reyes comienzan un rifi-rafe emocional, centrado en quién ha tenido la culpa de qué. El concejal, llevado por su machista amor propio, termina por alardear del acostón doble que se pegó la noche anterior con la fugada. Y lo que debería haber terminado en amistosa comprensión entre ambos prometidos abandonados, acaba en el puñetazo que Reyes ha tenido ganas de atizarle a Enrique desde que lo vio por vez primera. Despechada, se larga por la puerta; segundos después, entra Judith dispuesta a casarse con Enrique. Estaba visto que la boda había que reciclarla como fuera.

Una vez desmontado el matrimonio entre nuestra pareja de lesbianas -por destrucción total de su relación, inmolada en los altares de la superficialidad- sólo nos queda llorar y ocuparnos de cosas más trascendentales: la Política. Antonio Recio, Mayorista, se perfila como nuevo candidato en las Elecciones Generales. Menudo problema que tiene Rajoy con la brusca irrupción de esta nueva corriente de indignados: son “La Revolución de los Centollos”, porque el loco del pescadero le arrojó este crustáceo a Zapatero. El ataque hizo gracia y ahora una masa de gente sigue al tarado mayorista. ¿Qué une a toda esa colectividad? Pues que todos/as ellos/as están, simplemente, hasta los cojones.

Yo nada puedo hacer para cambiar el mundo, ni para evitar que gane el Centollo las próximas elecciones. Pero sí lo que prometí: acabar con la historia. Y aquí está, completamente finiquitada y de un solo hachazo; casi ni ha sangrado ni nada. Y con mis tareas de verduga bien cumplidas, me despido por esta vez. Que la felicidad os absorba, os conturbe, os agobie; que acabéis hartitas de tanta felicidad. Aunque, ¿es eso posible? 😉