plantas39

Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas. En el Twituniverse se me conoce como @havingdrink«

Señoras, apuesto lo que quieran a que este episodio va a ser de su agrado. ¿Por qué? Pues porque…..¡¡¡hay beso!!! El mundo carcelario no es amable con el amor de nuestras chicas. La gobernadora Steward comienza su jornada laboral ignorando a la reclusa Wade, que se queda atónita cuando comprueba que pasa a su lado y….no le da ni los buenos días.

Postura tan poco educada por parte de Helen obedece a su intención de poner distancias entre ella y su amada. Y dirán ustedes: ¡pues vaya amoríos, que ni le dirige la palabra! Pero recordemos que la idea de Helen es que, dentro de la trena, su amor resulta imposible. Y los amores imposibles mejor dejarlos.

Si la estancia en la cárcel ya es difícil por sí sola, a Nikki Wade le crecen los enanos de su circo: además de su decepción por el poquito caso que le presta la gobernadora, encima es ahora el blanco de las sospechas de Fenner. No contenta con enviar cartas, Shell se ha atrevido a llamar por teléfono a su casa: hasta ha hablado con su mujer. La conversación no es que haya sido cosa del otro mundo; aparte de llamar “vaca” a la señora, también le ha mencionado algo de los revolcones que su marido se pega con la reclusa Shell Dockley (cuidando bien, claro, de no decir que es ella misma la que llama). Esto pone nerviosísimo a Fenner, que irrumpe en la celda de Nikki presto a ejecutar un registro a fondo para encontrar el móvil desde el que se efectuó la llamada. Wade, por supuesto, está a lilas.

Ni siquiera sabe qué es lo que busca el guardián con tanto celo, cuál es la razón última de que le esté poniendo la habitación patas arriba. Así que pierde los nervios, le da un bofetón a Dominic y acaba en la celda de aislamiento –recordemos que este destino era toda una tradición para Nikki en la primera temporada.

Fenner está tan desesperado que, aprovechando un breve instante en que no hay testigos, ofrece a la reclusa sacarla del aislamiento si simplemente le dice dónde está. Pero, claro, ¿dónde está EL QUÉ?, se pregunta Nikki. Jim se marcha airado, pensando que encima la presa rebelde se está riendo de él.

Dominic informa a Ms Steward del incidente con su presa preferida. Helen interroga al guardián, buceando en la verdad del asunto. La explicación es que Fenner tenía un chivatazo de que Nikki guardaba droga en su celda y se metió a registrar (vamos, la excusa de siempre en esa cárcel para revolverle a la gente sus cosas). Lo sospechoso, al parecer de Dominic, es que la interna se revolviera y le metiera el bofetón. Sin embargo, no encontraron ninguna sustancia prohibida. Helen se queda pensativa en su despacho, probablemente sopesando que no le va a ser nada fácil evitar involucrarse en la vida de Wade, que no para de tener problemas.

El siguiente paso de la gobernadora es preguntarle a Fenner los detalles del incidente: básicamente le amonesta por hacer un registro motu propio sin que estuviera presente otro oficial. Es una actuación del todo irregular. Jim se justifica por la urgencia del caso y la necesidad de intervenir rápidamente; y acto seguido, señala con su venenosa lengua que, dado que Steward siente un “interés especial” por Wade, en un futuro llamará a la gobernadora siempre que tenga el más mínimo contacto con esta interna para que pueda supervisarlo a gusto. Añade además que con menos razones se han trasladado reclusas a otra prisión. Está claro: acusa a Helen de favoritismos per amorosam causam, de no castigar debidamente a la culpable por el mismo motivo y, por tanto, de prevaricación en toda regla.

Helen se va a la celda de aislamiento derechita a cantarle las cuarenta a Wade. Está enfadadísima, nunca la hemos visto (creo yo) tan enfadada. Porque su cólera se alimenta del miedo: se encuentra entre la espada y la pared. O es severa con Nikki o habrá consecuencias. Pero trasladarla de prisión (como pide Fenner) es la última de sus opciones.

Helen: OK, Nikki, se acabó. Te he dado todas las oportunidades para hacer que tu vida fuera mejor aquí.
Nikki: Tienen suerte de seguir con vida. (Nota aclaratoria: en español no tiene ningún sentido esta respuesta de Nikki. En inglés sí: tú/vosotras es el mismo pronombre, así que Helen puede estar hablando del conjunto de las internas y decir: “Os he dado todas las oportunidades para hacer que vuestra vida sea mejor aquí”).
Helen: No es muy inteligente por tu parte decir eso.
Nikki: ¿De verdad crees que tengo drogas en mi celda?
Helen: ¡Si un oficial sospecha que las tienes….!

Nikki: ¡No me vengas con esas! ¡Fenner está completamente corrupto, ya lo sabes!
Helen: No permitiré esa clase de acusaciones contra mi personal. Vas a estar en aislamiento una semana, perderás tu nivel avanzado además. No pongas peor las cosas.
Nikki: ¡El cabrón estaba tirando mis libros por ahí!
Helen: ¡Tienes esos libros sólo gracias a mí! ¡Si sigues con esta mierda, me los llevaré!
Nikki: ¿Qué?
Helen: Ya lo has oido.

Nikki: Te comportas así sólo porque no puedes controlar la situación. Así que, ¿por qué no se rinde, Miss, y me mete la lengua hasta el fondo?
Helen: No lo entiendes. ¿No, Nikki?

Con esta última frase, la gobernadora ya no está escupiendo su enfado. Se siente dolida, decepcionada e incluso angustiada por la incomprensión de la reclusa, que no está colaborando nada en sus planes. Planes que ella elaboró por el bien de ambas, principalmente de la propia interna. Yo diría que en la despedida tantas lágrimas hay en los ojos de la una como en los de la otra. Pobrecillas, qué hechas polvo están.

Shell Dockley sigue jugando, cada vez más fuerte. La frecuencia de llamadas a la casa de Fenner se ha multiplicado de forma exponencial. Lleva todo el santo fin de semana molestando, venga a llamar y llamar; no es extraño que Mrs Fenner empiece a entrar en la histeria. Pero quebrantar su fe conyugal no es cosa fácil: Shell se da cuenta que para que Mrs Fenner se vea los cuernos va a necesitar mostrarle pruebas incontrovertibles. Así que la llama otra vez (sí, otra vez; además de mala, es pesada de narices) y le anuncia que dejará el móvil abierto mientras se folla a su marido a eso de las dos de la tarde, para que pueda oir todas las maniobras sexuales en vivo y en directo.

Entretanto, Ms Steward ha tomado una decisión sobre Nikki: la va a trasladar. Es de suponer que no le ve otra salida a la situación, dado el carácter imposible que muestra la reclusa, su indomabilidad y el lío en que se pueden meter las dos en cualquier momento. Nikki sale con el petate y justo antes de montarse en el camión de transporte (es que de verdad es una especie de camión, tiene el mismo confort que los vehículos que transportan ganado), le ruega a la directora que al menos le diga dónde la envía. Helen no contesta, sigue fría como el hielo.

Comienza el viajecito: el camión enfila por la autopista en dirección a las Middlands y tras kilómetros y kilómetros, la vejiga de Wade se va llenando. Pide a gritos al personal de cabina que hagan una paradita diurética, pero nadie contesta. Así que aguantándose las urgencias miccionales, prosigue Nikki su viaje al corazón de Inglaterra.

Poco a poco van llegando las dos de la tarde. Shell oculta el móvil en un recodo entre la colcha de su camastro y el camastro propiamente dicho. Está en comunicación directa con la señora esposa del malvado Fenner. Entra Jim en la celda, citado para la sesión de folleteo. Dockley empieza a provocarle diciéndole guarreridas y mostrándole lo que tiene bajo la falda (y no son las bragas, que esas las lleva en la mano): él se deja tentar, sobar y toquetear en plan lascivo. La reclusa se asegura de que el guardián participe a base de bien, manifestando en voz alta su lujuria. Su esposa oye los jadeos, las burradas sobre lo que le gustan a él las zorras e incluso tiene que soportar cómo declara que mientras se tira a su mujer en realidad está pensando en la putita reclusa. Dos grandotes lagrimones brotan de los ojos de la infortunada Mrs. Fenner; no es de extrañar.

El conocimiento de semejante canallada ha de tener, por fuerza, sus consecuencias. La indignada esposa se presenta en el penal con todas las pertenencias de su marido, le mete un bofetón digno de un combate de boxeo peso Welter, le tira la maleta a la cabeza y, tras comunicarle que acaba de ser expulsado del hogar conyugal, le manda a tomar el fresco. Jim se queda contrariado y con el careto dolorido.

Justo cuando porta su maleta por un pasillo, se encuentra con Helen. Obviamente no desea anunciar que su mujer lo ha echado de casa, así que dice que está cambiando la ropa de su taquilla. Pero a Ms. Steward las maniobras que realice Fenner con su vestimenta la traen bastante sin cuidado. Le informa que, tal como él quería, ha trasladado a Nikki Wade de prisión esa misma mañana.

Oh, veamos, piensa el guardián, si la sospechosa número uno no estaba en esta cárcel desde por la mañana, no pudo dejar el móvil en la celda de la amante a las dos de la tarde. Ergo….Wade no ha sido la causante de su inminente divorcio. Helen ya empieza a pagar emocionalmente los costes de haber enviado a su amada a kilómetros de distancia. Ha recuperado su expediente, está claro que algo quiere hacer con él: ayudar a Nikki legalmente, con toda seguridad. Pero el amor es muy puñetero: no puede evitar acariciar con levedad su foto-carnet con el dedito.

Helen se emociona hasta viendo el expediente de Nikki

Wade, por su parte, sigue rumbo a no-se-sabe-dónde. Cada vez con más pis en el cuerpo y más urgencia por evacuarlo. Jim llama a concilio a Shell Dockley. Se muestra preocupadísimo por el rumbo que han tomado las cosas: ¡su mujer se ha enterado del fornicio! ¡Oh, la malvada Wade ha debido esconder el móvil en la celda de Shell! Fenner se pone a buscarlo con insistencia, a pesar de que su amante-reclusa le dice que no está ahí. Es en cierto modo verdad: lo tiene escondido entre la teta y el sobaco. Shell se anima con el rumbo que parecen tomar las cosas: ofrece incluso tomar venganza de Nikki en cuanto la vea, por chivata y delatora de adulterios. “¿Qué le harías?”-pregunta Fenner. “Cortarla”-responde Shell. “¿Así?”- exclama Jim, mientras le propina un terrible guantazo que le parte medio labio a la listilla. Dockley sangra mientras el guardián la culpa ya en directo: Wade no estaba en la prisión, no ha podido ser ella. Fenner comienza un magreo de registro sobre la entrepierna, tetas y demás anatomía de Shell. Ella sigue negando su culpabilidad, pero al fin el guardián encuentra el móvil y, tras preguntarle si acaso es una teta falsa, le propina un porrazo aún más terrible que el anterior. Dockley cae al suelo, mientras sigue recibiendo estopa en grandes dosis: lo que viene a ser de toda la vida una paliza descomunal.

Cuando Jim Fenner abandona la celda, dejando a su amante tendida en el suelo en tan lastimoso estado, aún tiene jeta bastante para decirle a Karen –que por allí pasaba- que entre en el recinto porque la reclusa está dando problemas. La recién incorporada oficial se encuentra con la papeleta de una presa sangrando por todas partes que, de momento, se niega a soltar prenda.

Ante la directora Steward, Shell canta hasta por soleares. No le faltaba más a Helen, deseosa como está por pillar a Fenner en un buen renuncio: al fin tiene un testimonio de que este “buen señor” se cepilla a una interna y además la acaba de apalizar provocándole lesiones muy feas. La verdad es que, teniendo como tiene la cara cual mapamundi, no es demasiado difícil creer a Shell; ella confiesa estar liada con el guardián, pero niega -¡qué mentirosa es!- haber informado a su mujer de que hermosos cuernos adornan su frente. Dockley añade además un detalle de gran valor sentimental para la gobernadora: Fenner también se trajinaba a la difunta Rachel (reclusa que, como recordarán, acabó suicidándose en la primera temporada movida por todos estos contubernios). Por si todo esto fuera poco, Shell declara que Fenner lio la situación para provocar que Nikki Wade fuera trasladada (a cualquiera sabe dónde), creyendo que ella era la delatora de sus infidelidades conyugales.

Ahí sí que le han dado a Ms Steward: se acaba de dar cuenta de que ha sido vilmente utilizada en perjuicio de su amada. ¡Helen, debes reaccionar! ¿Consentirás que Nikki pase los próximos 9 añitos a cientos de kilómetros de distancia (tirando hacia el norte), porque precisamente tú misma la has trasladado, engañada por un engaño? ¡Poca sangre de valor has de tener en las venas si pasas por eso!

Bueno, conservemos la calma, no la vayamos a poner nerviosa. Efectivamente, lo primerito que hace Helen es coger el teléfono y llamar a “Asignaciones”. Eso es que va a mandar el camión porta-Nikki de vuelta. Lo segundo, convocar reunión urgente con el Big Boss y don Jim para que se explique ante Él.

Como es habitual, Stubberfield está dispuesto a creer cualquier cosa que le diga Fenner: que fue la reclusa quien intentó matarle a él, que no se la tiraba en absoluto, que todo son insidias y complots….En fin, Helen está ya más que harta y se enfrenta del todo con el jefe, amenazándole con quejarse a las más altas instancias, a dimitir y a lo que haga falta. Stubberfield accede a suspender cautelarmente de empleo y sueldo a Fenner: ¡pero eso no es una concesión, es el procedimiento correcto mientras se aclara la investigación! Ms Steward no está satisfecha, su postura es de franca oposición a la actitud de ocultamiento del jefe. Ella no está dispuesta a echar tierra al asunto y hará cuanto tenga que hacer al respecto. ¡Ole, Helen!

El camión porta-Nikki está de vuelta, y su ocupante se encuentra de repente con:

  • La vejiga bien llena.
  • El mismo sitio de donde salió.
  • La certeza de que le han dado una vuelta por casi toda la Gran Bretaña sin aparente objeto.
  • La convicción de que alguien se está cachondeando de ella y de sus circunstancias.

Nadie se compadece del estado de desconcierto de la reclusa, ni de su necesidad urgente de visitar el baño. Simplemente la devuelven al interior de la prisión; llega al comedor justo para asistir al abucheo que las presas le dedican a Fenner. Y, claro, continúa como si hubiera estado en Marte: sin enterarse de qué va nada.

Pronto va a satisfacer su curiosidad y su necesidad de explicaciones. La mismísima gobernadora aterriza en su celda con mirada dulce y reposada sonrisa.

Helen: Nikki, quiero disculparme. Me dijiste que Fenner te provocó, ahora tengo motivos para creerte.

Nikki: ¡Oh, bien! ¡Jodidamente maravilloso! Me tienen dando vueltas por todo el pais en un camión de animales mientras tú deduces lo obvio.
Helen: He dicho que lo siento.
Nikki: ¿Qué es lo que ha llevado a esto entonces?
Helen: Fenner acaba de ser suspendido por posible relación con una presa.
Nikki: ¿Shell Dockley, por casualidad?
Helen: Escucha, Nikki, sobre lo que ha pasado hoy…dejé que mis sentimientos nublaran mi juicio profesional. Pensé que podría evitarlo, he sido una estúpida.
Nikki: ¿Qué estás diciendo?
Helen: Ya no me ocuparé más de tu caso.
Nikki: ¿Qué?
Helen: He dimitido.
Nikki: ¡Helen, no puedes hacerme esto! ¡No es justo!
Helen: Escucha, acabo de suspender a Jim Fenner cuando yo soy culpable del mismo delito. De pensamiento, aunque no lo haya hecho.
Nikki: Y entonces…¿ahora qué?
Helen: Bueno, ya no soy tu carcelera….lo que significa que ahora puedo hacer esto.

¡Y la besa! ¡Sí señoras, la besa!

Nikki suplica que al menos la visite en la cárcel, ruega que comprenda que no puede dejarla así, entre la mierda que es la prisión.

Y Helen responde: “Esta mierda de cosas pasan”. Nikki se queda llorando desconsolada mientras ver marchar quizás para siempre a su amada que, por fin, ha reconocido que siente lo mismo por ella. Pero que la abandona….o eso parece. ¿Qué pasará a partir de ahora? Hasta la semana que viene, chicas: procuren sobrellevar la intriga lo mejor posible.