Escrito por: Arcadia:
Jim Fenner no está en la prisión: está suspendido de empleo y sueldo hasta que le investiguen. Las presas toman la noticia de manera desigual –es evidente que quienes eran bien tratadas por el guardián tienen un disgusto y las que no, un gusto. Bueno, no, hay una excepción: Nikki. Ella debería alegrarse, porque si había alguien a quien no le gustara Fenner (sentimiento que resultaba recíproco) era Wade. Por eso Dominic se extraña: debería de estar festejándolo y no con cara de vinagre en lo alto de la escalera. Entonces le entrega una carta, Nikki la abre; contiene una fotografía de una escritora famosa con pinta de siglo XIX -¿George Elliot quizá?- y una hojita de papel manuscrita. En la anotación firma H. El semblante de la reclusa cambia como por milagro: la carta le ha alegrado el día. ¿Adivinan a qué nombre puede corresponder esa inicial?
Exacto, acertaron. Y hablando de ella, supuesto que ha dimitido, el Ala G se ha quedado sin jefa. Aunque estaría encantado de hacerlo, Stubberfield no puede nombrar para el puesto a Jim Fenner porque está suspendido y bajo investigación. Así que acude a Karen, a la que visita la mejor oportunidad profesional de su vida.
Ella acepta halagada, como no podía ser de otro modo, pero pregunta por qué ha dimitido Ms Steward. La respuesta del Big Boss es ladina y torva: problemas de “dirección de personal”, insinuando que Helen se ha ido porque sus subordinados no la apoyaban. Falso, lo sabemos; y Karen –que es una mujer inteligente- apostilla que a ella le importa más tener el apoyo de los superiores que de los inferiores. Así obliga a Stubberfield a que le de sus bendiciones. El nombramiento de Karen como nueva gobernadora del ala G disgusta a Sylvia La Bulldog (decidida partidaria de Fenner, como sabemos) y agrada a Dominic y parece que también a la nueva (una tal Di).
Mientras tanto, Jim se ha ido a su casita y, sin aparente miedo a las dotes pugilísticas de su esposa, duerme allí metido en un saco adornado con los alegres colores de algún club de fútbol. Marilyn (su mujer) ha decidido tolerar su presencia en la casa, aunque muy a regañadientes, un tanto preocupada por la posibilidad de que su marido acabe por ingresar en prisión. No es que a ella le importe un pimiento, pero sí le turban las posibles consecuencias psicológico-sociales que para los tiernos retoños de ambos puedan surgir por tener un padre presidiario.Tras una visita de la policía y ruegos y súplicas variadas, accede a escribir una carta a Shell Dockley para animarla a que retire la denuncia que interpuso contra Fenner por agresión.
Jim le dicta la carta a su enojada pero complaciente esposa. En ella le dice a Dockley que ha destrozado su matrimonio y que su marido la ha dejado porque ya no la quiere. ¿Adivinan a quién se supone que ama furibundamente el señor Fenner? A Shell, claro.
El plan consiste en ablandar el corazoncito de la reclusa, que probablemnte esté colgada del guardián; si la convence de que él corresponde a sus amorosos sentimientos, es seguro que se apiadará y hará lo posible para que recupere su puesto de trabajo y así siga echándola polvos.
No parece suficiente. Shell sigue sin retirar la denuncia, a pesar de que la carta sí ha hecho mella en su espíritu, pero no lo bastante. El proceso judicial sigue en marcha y el mismísimo Big Boss Simon llama a casa a Fenner para comunicárselo (son muy amigos estos dos, ¿no?). Justo entonces llaman a la puerta y resulta ser la Bulldog, que viene a ver a su más admirado compañero. Apelando a su lealtad, Jim le pide a Sylvia que le ayude, introduciendo en la prisión y poniendo al alcance de Shell, una segunda carta. La carcelera se escandaliza…¡se va a saltar el protocolo! Pero finalmente cede porque se relame del gusto pensando que en cuanto vuelva Fenner, Karen –a quien ambos tienen un asco que no la pueden ni ver- será destituida. La mujer de Jim mira alternativamente a los dos, preguntándose quién de ambos es más repugnante.
La segunda carta, esta vez del mismísimo Fenner, llega a las manos de Dockley. Resulta que además de mala, es tonta de capirote. La muy ingenua se cree que el guardián la ama de verdad, la echa de menos y quiere volver a sus amorosos y calientes brazos (bueno, y más partes del cuerpo que se ponen aún más calientes). Así que, ni corta ni perezosa, decide consumar la estupidez suprema, declarando ante el Big Boss Simon Stubberfield y la gobernadora Karen que todas sus acusaciones son falsas y que fueron movidas por el despecho que sintió cuando Fenner rechazó sus requerimientos sexuales. Karen no se lo traga, claro; pero Simon está deseando creerlo y Shell le ha dado la excusa perfecta para darle carpetazo al asunto y rehabilitar al corrupto guardián.
Karen protesta e insiste en que se continúe con la investigación porque tiene claro que Dockley miente. Pero Stubberfield se agarra como una lapa a la retractación de la reclusa y decide que ni investigación ni nada: Fenner volverá eximido de cargos. ¡Pues sí que hemos hecho un buen negocio! ¿Para esto ha dimitido Helen?
El malvado guardián vuelve con aires de Rey. Pero en la entrevista con ella y el Big Boss, Karen le deja bastante claro que no se cree ni una sola palabra de la nueva confesión de Dockley. Así que, utilizando la más fina de las ironías, le aconseja que no vuelva a meterse en situaciones por las que pueda ser de nuevo acusado “injustamente”. Jim, que también es de armas tomar, le devuelve la pulla “felicitándola” por su ascenso mientras subraya la palabra “Jefa” con una venenosa sonrisa.
En cuanto la tiene a tiro, Fenner se muestra meloso a los ofrecimientos cariñosos de Shell. Se interna en su celda con el pretexto de “hacer las paces” y, tras decirle que a partir de ese momento deben tener mucho cuidado con sus amoríos porque les vigilan, le pide la carta que le envió. Tras una brevísima duda (producto sin duda de la lobotomía que en algún momento le han practicado a la reclusa y que no ha salido en pantalla, porque si no no se explica que siendo tan mala sea a la vez tan idiota perdida), Dockley le entrega la cartita de amor. La tenía custodiada en una cajita, que Jim atrapa hábilmente para sustraer también….la de Ms Fenner.
Tan atontada está Shell que no acierta a comprender cómo el guardián sabía que su esposa le había escrito una carta a ella. Jim, con otra de esas sonrisas lobunas que gasta, se lo aclara: porque fue él quien se la dictó. La reclusa –por fin- se da cuenta de que ha sido vilmente manipulada. Pero ya no hay vuelta atrás, ahora nadie se creería otra contra-declaración, porque con tantas contradicciones no hay manera de saber cuándo dice la verdad y cuándo miente. Nadie salvo Karen: ella tiene muy claro que Fenner es culpable y así se lo comunica al interesado. Llega a conminarle a que se pida un traslado, exponiéndole que no se fía de él y que no le quiere en su ala. Pero Jim no cede, tendrán que aguantarle hasta la eternidad, si de él depende. Karen, no obstante, le advierte que va a tenerle en el punto de mira: caerá sobre sus huesos como un ave de presa en cuanto le pille en un renuncio.
Entre lo frustradas que se sienten las reclusas por la vuelta de Fenner, lo unido que saben que está a la Bulldog y los muchos pueblos que se ha pasado ésta última recientemente, andan todas soliviantadas. Deciden por ello aplacar sus nervios mediante la venganza y urden un plan para lesionar (grave, levemente o ya se verá) a la antipática guardiana. Así que untan bien las escaleras de la galería con un producto altamente resbaladizo. Fingiendo ayudarla porque casi patina y se cae, en realidad la empujan escaleras abajo. El porrazo que se da es de dimensiones respetables: queda tendida en el suelo con el conocimiento perdido.
La nueva jefa –que ya nos ha demostrado que de tonta no tiene ni un pelo, pero sí unos hermosos ojos claros- mira al grupo de presas con la sospecha (y casi la certeza) de que ante ella se encuentran las culpables del “accidente”. Bien, aquí termina el episodio. Esta vez no hemos tenido demasiada marcha con nuestras chicas, supongo que para compensar la mucha que hubo en el capítulo anterior. De entrada Helen no nos ha regalado su presencia, lo que ya en sí es una tragedia griega. Pero no se preocupen, que poco a poco la cosa se animará.
Hasta la semana que viene. Sean buenas…si les apetece.