plantas39

Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas. En el Twituniverse se me conoce como @havingdrink«

Señoras, sólo una pregunta: ¿hay derecho a que nos hayan tenido en este feraz desierto, privadas de toda actividad amorosa, de toda relación, de toda cercanía entre nuestras chicas durante tres episodios? No lo hay. Pero alégrense, nos han levantado el castigo (no será por portarnos bien, que pecadoras somos, pero el caso es que ya estamos sin la penitencia impuesta). Algo de ellas habrá en esta ocasión, no se lo pierdan. ¡Y sale Helen, que ya se nos iba a olvidar hasta su cara!

¿Está enfadada Helen con Nikki? Para descubrirlo, no les va a quedar más remedio que seguir leyendo.

Karen, nueva gobernadora del ala G, no puede comenzar el episodio sin echarle la bronca a la Bulldog. La cosa no es para menos: por su infinita culpa al no identificar correctamente a las presas que ingresan, casi le hacen mucha pupita. Se libró de que le clavara la loca la jeringuilla en el ojo de puro milagro. En vez de disculparse y reconocer su humanidad en los errores, Sylvia insiste en endosarle la responsabilidad a otros. Además, anda detrás de cogerse una baja por la lesión en el cuello; tantas ganas de no trabajar son inmediatamente detectadas por la directora. Para mejorar su supuestamente maltrecho estado de salud, Karen la manda a un programa de entrenamiento físico.

La Bulldog no puede disimular el disgusto porque la obliguen a mover un poco el culo y hacer deporte, pero no le queda otra que obedecer.

En principio, Nikki no se lleva mal con Barbara –la presa claustrofóbica recién ingresada en prisión. Preguntada por el motivo de su estancia en Larkhall, responde que la han condenado por homicidio. ¡Qué fuerte suena eso! Pero acto seguido aclara que en realidad lo que ha cometido es un suicidio asistido, ayudando a su marido a terminar de una vez con sus inaguantables sufrimientos, dado que era un enfermo terminal. Por ello le han echado tres añitos de nada. Fenner entra en la celda haciéndose el simpático con la nueva y prometiendo que pronto la librarán de la compañía de Wade. Cuando se va, Barbara pregunta a Nikki por qué debería sentirse contenta porque la cambiaran de celda: la respuesta es obvia, Jim odia a Wade con todas sus tripas. ¿Ha satisfecho la explicación a Barbara o se ha quedado con dudas? Seguiremos informando.

Por si fuera poco, no hace más que llegar al pseudo-comedor (la sala cutre que usan para papear) y Shell la informa de que su compañera de celda tiene un terrible defecto. Entre gestos obscenos, acaba por aclarar que el terrible estigma de Wade es….ser LESBIANA. ¡Puffff, qué fuerte vivir con una de ésas, qué asquito incluso! Se le olvida que ella se ha tirado a Daniela Blood durante años. Pero claro, no es lo mismo hacer “esas porquerías” por pura necesidad (a falta de hombres) que SER lesbiana. En fin, procuremos olvidar esta lindeza; habida cuenta de que Shell está chiflada perdida, es muy dudoso que ahora sea responsable de sus actos. Y como dijo Cristo: “perdónalos porque no saben lo que hacen”. El caso es que Barbara suma esto a que Nikki le ha dicho que ella se encuentra en la trena por un homicidio “de verdad” y comienza a tenerle miedo a su compañera de celda. ¿La matará en un descuido? ¿La violará en otro descuido?

Barbara se atrinchera bajo las mantas, esperando ser vilmente profanada en cualquier instante.

Porque Dockley ya le ha recomendado que duerma con las bragas puestas, dada la costumbre que tenemos las lesbianas de tirarnos cualquier cosa en cuanto se nos pone a tiro: lo que viene a ser de toda la vida copular a tontas y a locas. Vamos, que por no tener no tenemos ni criterio. En fin…¡paciencia!

Sesión de terapia para las chifladas más graves de la prisión. Zandra no tiene problema en contar sus cosas: está bastante fastidiada con los terribles dolores de cabeza que sufre desde hace tiempo. Como el médico de la cárcel es un patata de cuidado, al principio no le hizo caso pensando que era cosa de las drogas y ahora su diagnóstico es que necesita gafas. Ella está sinceramente decidida a dejar la drogotería que tanto daño le ha causado; en este proceso desintoxicador tiene bastante que ver su guardián personal, Dominic. Él le ha imbuido suficiente fuerza de voluntad para dar el salto. Zandra está dispuesta a limpiarse del todo para complacerle.

Shell interviene: según ella, las mujeres realizan todas sus acciones con el principal objeto de complacer a los hombres. Desarrollando el tema, acaba por contar que sufre terribles pesadillas en las que machos apestando a cerveza la acosan sin piedad: especialmente uno, que es como una sombra a la que no puede ver la cara. Parece que Dockley está de verdad angustiada. La psicóloga la mira con interés, pero en ese momento da por finalizada la sesión. A la siguiente, Shell acude vestida de colegiala. Bueno, más bien con el típico disfraz de “colegiala” que pueden vender en cualquier sexshop. Pasen y vean:

Después se sube a la mesa, simulando estar en el metro exhibiéndose ante viajeros desconocidos. Ante tan provocativa actitud, la terapeuta sugiere que hablen a solas después de la sesión. En la terapia individual se produce un confuso diálogo que voy a intentar resumir: Shell dice al principio que le gustan los hombres. La psicóloga le pregunta qué le agrada específicamente de ellos; entonces Dockley responde que son unos cabrones. La cuestión es entonces si le gustan o no le gustan: Shell acaba reconociendo que en realidad los detesta, pero que finge que le agradan porque buscan sexo de ella todo el tiempo y si no se lo da de buen grado, lo tomarán igualmente.

Shell nos enseña “el mostrador” en plan niña mala.

La psicóloga informa a la directora Karen de que Shell está verdaderamente mal y aconseja que no sean muy duros con ella porque es un barril de pólvora a punto de explotar.

Nikki ni se imagina la paranoia sexual que tiene su nueva compañera de celda, así que se desnuda y se viste con total naturalidad, sin pensar en que Barbara puede interpretar tales maniobras como posibles acosos lésbico-depredadores.

Para acabar de rematar la faena, Nikki obsequia a Barbara con este strip tease al cambiarse de ropa

De hecho, la tal Barbara no se atreve ni a bajarse las bragas en presencia de Wade, por lo que ni se ducha, ni se cambia, ni usa el wáter con la normalidad y frecuencia que debería. ¿Se le ocurre a la muy tonta preguntarle a Nikki sobre si su orientación sexual incluye que se sienta impulsada a violarla? No, qué va, opta por la “solución” más absurda: decirle a Fenner que se encuentra muy incómoda viviendo con la lesbiana. Jim acude a la celda y “advierte” a Nikki de que no le ponga la mano encima a la compañera (lógicamente, Fenner se lo pasa en grande haciendo estas cosas, sabemos cuánto odia a Wade). Ésta se lleva una gran sorpresa: no se puede creer que una señora que incluso parecía normal se comporte tan tontamente. Como es lógico, discute con ella y le deja muy claro lo dolida que está, aclara además que si se cree la mujer más sexy del mundo es que no se ha mirado al espejo y que no la tocaría….ni con un palo. Barbara se queda pensativa, ¿será que comprende que se ha portado cual imbécil integral?

Barbara, poniendo cara de perrito contrito. ¿Se ha dado cuenta ya de que no va a ser violada salvajemente y sin contemplaciones?

Quien está loca de atar es Shell, definitivamente. Se pone como una histérica porque Dominic la coge del brazo para meterla en la celda: empieza a chillar pidiendo que deje de sobarla todo el rato y de paso explica que todos los guardianes masculinos son unos degenerados. Argumento de esta afirmación: los hombres que trabajan con mujeres lo hacen para tocarlas, mirarlas con lascivia y pasárselas por la piedra a la menor oportunidad. Llega Karen a poner paz y, ya a solas con Shell, propone que si se porta bien la volverá a asignar a la cocina. Dockley se muestra entusiasmada porque……¡así podrá agenciarse un cuchillo con el que matar a Fenner! Por otra parte, afirma que esa misma mañana la han sobado y violado en grupo un buen montón de tíos. Si no miente, si realmente se cree lo que dice, la chica está como una verdadera regadera.

Turulata o no, la ha preparado buena: todas las presas se conciencian de súbito sobre la preservación de sus intimidades corporales. Las julies tapan la mirilla de la puerta de su celda para que nadie pueda verlas desnudas –o vestidas; Den se cabrea con Fenner porque entra sin llamar y, aseándose como estaba, puede verle las tetas. En resumen, las presas entran en revolución: es su pudor lo que defienden. Como le dicen las julies a Dominic: “tus días de fisgón han terminado”. La verdad es que es una protesta un tanto pueril que terminará en cuanto se cansen. Son inofensivas, casi todas o prácticamente todas…menos Dockley.

Shell se abalanza en las duchas contra Barbara y le exige que le consiga un rotulador negro o le cortará las tetas y hará curry con ellas. Menuda curiosidad gastronómica acaba de inventar.

Barbara está aterrorizada y teme por sus tetas, así que le acaba dando el rotulador. Con él, Dockley se pinta bigote y dibuja un sencillo croquis en la pared en el que quedan claras sus intenciones de castrar a Fenner. Cuando Karen investiga la autoría del graffiti, obviamente piensa en Shell; pero ésta acusa a Barbara tanto de la pintada en la pared como en la de sus bigotes. Dockley está muy loca, pero sigue siendo muy mala.

La Bulldog está de servicio en el área visitas. De repente ve algo que le alborota los sentidos y llama a Fenner por el walkie con voz escandalizada: “tienes que venir a ver esto”, dice. ¿Y que es lo que ha provocado el escándalo en el espíritu bulldogiano?

Pues que HELEN HA VENIDO A VISITAR A NIKKI. ¡Sí señoras, al fin!

Se sientan ambas con la sonrisa en los ojos y en los labios, y comienza la siguiente conversación:

Helen: Hola, Nikki.
Nikki: No estaba segura de que vinieras.
Helen: Dije que lo haría.

Nikki: Sí. Pero no hace mucho creía que nunca te volvería a ver. ¿Todavía buscando trabajo?
Helen: Tengo un par de hierros al fuego.
Nikki: ¿Sí? (Silencio. Ambas se miran a los ojos y Nikki da un pequeño suspirito).
Helen: Te echo de menos, Nikki (frase dicha mientras la mira con arrobo, véase)

Nikki: Te echo de menos. Desde que te fuiste…..
Helen: Bueno, ahora estoy aquí.
Nikki: Hasta que te canses de venir. O hasta que conozcas a alguien, como hizo Trisha.
Helen: Escucha, nunca se sabe lo que va a pasar.
Nikki: Sí, de acuerdo. Aún me quedan nueve años, ¿recuerdas?
Helen: De eso quería hablarte. Creo que deberías apelar.

Sí, está claro que Ms Steward tiene bastante razón en esto: su relación va a ser de una dificultad prácticamente insalvable si Nikki sigue enchironada durante 9 largos años más. Por otra parte, las condiciones en las que se moverían sus contactos son muy limitadas y llenas de estorbos: para empezar, Fenner informa a Nikki que ha llegado una carta para ella, que la ha abierto por seguridad y…sugiere que estaba llena de afectuosidades de Helen. Tal falta de intimidad es ominosa.

Barbara casi se la carga. Si no llega a ser por Wade, que testifica a su favor en el “caso graffiti”, se piensan que ha sido ella la de las pintadas. Dockley acaba por esta razón en la celda de aislamiento. Debido a esta inesperada ayuda, Barbara decide definitivamente cambiar su actitud con Nikki. No ha habido ninguna carta, Fenner sólo estaba provocando a Wade para hacerla sufrir. Para evitar más episodios humillantes de éstos, Barbara se ofrece a ser su receptora personal de misivas, puesto que está claro que a ella no se las van a abrir. Así, las comunicaciones Helen-Nikki (y viceversa) no serán interceptadas y ellas podrán decirse cuantos cariñitos precisen.

Karen se apiada de la presa de los bigotes pintados y la llama a capítulo, a ver qué tiene que decir para explicar su actitud huraño-chiflada.

Shell se sienta ante ella con la misma actitud chulesca de siempre, pero según va hablando y hablando, acaba por derrumbarse y confesar. En ella el sexo es algo oscuro y dramático. Ha sufrido abusos de su padre (y quizá de su madre también) desde que puede acordarse. Además, como la inmensa mayoría de este tipo de víctimas, tiene alojado un fuerte complejo de culpabilidad: se hace responsable de los abusos sufridos, por entender que a ella en realidad le gustaban y de algún modo provocaba al/los abusadores. Se considera, pues, la culpable, la sucia, la puta. Karen intenta que abandone tales ideas, pero no es fácil. Para colmo, descubrimos que los hijos de Shell han quedado al cuidado de su madre (y del compañero sentimental de su madre); hasta la propia Dockley comienza a imaginar que tal vez sus niños estén en peligro. Y esa idea contribuye a aumentar su angustia y a que su precario equilibrio mental vacile cada vez más. Shell acaba llorando desconsolada en el hombro de Karen.

Tan tranquila se encuentra Nikki en la biblioteca leyendo un libro (“Retrato de una Dama”, de Henry James, concretamente) cuando, ¡oh sorpresa!, por la puerta del fondo se desliza silenciosa….Helen. Hemos pasado de no verla nunca a que esté omnipresente. Las noticias son muy buenas: Helen ha conseguido trabajo en la propia cárcel en un programa de atención a presas con cadena perpetua o larguísima. Esto la sitúa en el centro mismo del estudio del caso de la interna Nikki Wade.

Para que veamos la clase de alimañas que pueblan esta cárcel, examinemos al espécimen Fenner. Jim sólo tiene un apoyo claro dentro del equipo, y ése es Sylvia, la Bulldog. Ella le ha hecho algunos favores, le ayuda con sus maldades de vez en cuando y le sigue la corriente todo el tiempo. Podría acercarse bastante al término “amiga de Jim”. Pues a ver cómo entienden lo siguiente: la Bulldog ha estado escaqueándose de trabajos incómodos y de un programa de ejercicio físico, alegando sus dolores de cuello. Fenner le proporciona a la jefa un recorte de periódico en que se ve a Sylvia bailando desaforada sin que el cuello pareciera molestarle para nada. Jim, presunto amigo de Sylvia, pone en bandeja a Karen una buena razón para tomar con Sylvia medidas disciplinarias. Menuda amistad.

Shell abandona la celda de aislamiento y regresa al bloque más mansa que una ovejita lucera. Le dice a Dominic que esta vez va a ser muy buena porque ella lo que quiere es estar allí con sus amigas. Minutos más tarde, aparece en lo alto de la galería, ataviada con una especie de túnica harapienta y con una sábana enroscada y anudada al cuello. Grita como loca que es: “¡Vamos Mr Fenner! ¿Por qué no me ahorca como a Rachel Hicks? Es lo que quiere, ¿no?”.

Y tras este llamativo síntoma de trastorno psiquiátrico, concluimos el episodio. Nuevas aventuras nos esperan en el siguiente, no me fallen.