plantas39

Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas. En el Twituniverse se me conoce como @havingdrink«

Nikki y Helen se hicieron una promesa mutua en el capítulo anterior: no meterse en líos. Y por el lado de Wade, los buenos propósitos han de concretarse empezando por la jardinería. ¿Es la jardinería una actividad peligrosa? Según y cómo, pues sí, puede serlo: una de las macetitas que Nikki cultiva amorosamente llaman la atención de Barbara. Tienen las plantas unas hojillas características cuya forma todo el mundo conoce. Wade le dice a su compañera de celda que prefiere deshacerse de la marihuana, antes de que la trinquen por cultivo de tan ilegal hierba.

Pero Barbara, enterada del uso terapéutico que esta planta puede tener, sugiere que más bien la guarden, la sequen y se la den a Zandra en infusión. Porque Zandra sigue con esos horrorosos dolores de cabeza que la traen mártir total. Su guardián personal, Dominic, ha estado ausente por encontrarse de vacaciones en Ibiza (buena elección, ¿no?). El muchacho viene relajadito y feliz. Pero poco le dura el contento: Karen le informa de que la dolencia de Zandra es grave. Tiene un tumor cerebral. Aún queda alguna esperanza: es necesario hacerle un escáner y, si el tumor es operable, todavía puede salvarse. Dominic, con el semblante demudado, se va a ver a Zandra –quien ignora lo malita que está- y se ofrece a acompañarla al hospital para hacer la prueba.

Shell ha vuelto. Aunque sigue tocada del ala, parece que algo ha mejorado y puede vivir en la cárcel con relativa normalidad. Pero su preocupación primordial ahora son sus hijas: sigue pensando en si su mamá las estará cuidando correctamente; o más bien dejará que su compañero se las cepille como hizo con ella su padre. Desde luego, la progenitora de Shell no parece tener mucho éxito en evitar abusos sexuales a los menores a su cargo, y esto es precisamente lo que preocupa ahora a Dockley. Karen sugiere que reciba una visita de su madre para hablar con ella y aclarar la situación. A Shell le aterroriza la posibilidad de ver a su mamá: hace que no la visita un montón de años y no parece que se adecúe mucho al molde de mamaíta querida. El cariño materno-filial no se manifiesta demasiado en su caso. Al final cede ante la insistencia de Karen, quien llama a la Sra. Dockley para pedirle que visite a su hija.

Como a Yvonne no le llega tanta pasta como antes del exterior porque su marido también está preso, urde un plan para establecer un rentable negocio dentro de la trena: montar una línea erótica. Ella piensa –con razón-, que a los clientes les dará un morbo increíble pensar que están hablando con una puta…encarcelada. Se agencia unos teléfonos móviles y queda con las dos Julies y Denn Blood para que cada una haga un papel distinto.

Por cada minuto que consigan tener al cliente pegado al teléfono, ganarán un buen montón de libras. La recién constituida empresa se llamará “Nenas tras los Barrotes”; cuenta con la colaboración de Barbara, que es un hacha en informática, redes, panoplia publicitaria y llamadas por Internet.

Los teléfonos móviles llegan de la mano del chico de mantenimiento (el noviete de Crystal, la ultracristiana) y la entrega se realiza en el patio, mediante el método tradicional de siempre: organizar una trifulca para que los guardianes se entretengan en separar a las peleantes y así no vean dónde está la verdadera movida.

Con el paquete ya en su poder, Yvonne procede a abrirlo: allí aparecen cuatro teléfonos móviles metidos entre pan de sándwich (como si fueran el jamón). Tan sabrosos bocadillos proporcionarán a las telefonistas eróticas una buena cantidad de dinerito.

Shell está tan nerviosa por la visita de su madre que incluso vomita en la espera. Cuando entra Karen a buscarla en su celda, se pone borrica y dice que no quiere acudir a la cita materna. Parece que le tiene a su progenitora un verdadero pavor. Karen procura insuflarle ánimos: Shell debe enfrentarse con sus demonios y dejarle muy claro a su mamá que está pendiente de sus hijas y que le pedirá cuentas si no se porta bien con ellas. Tiene que responsabilizarse por fin de las niñas y aclarar que las protegerá pase lo que pase. Tras varias vacilaciones, Dockley decide echarle ovarios al asunto y presentarse en la entrevista. Vemos por fin a su mamá: tiene la señora unas pintas curiosas (mezcla de zorra de carretera y macarra de burdel; aparte de –y que me perdone la actriz- ser más fea que Picio, ¡qué narizotas, por favor, ni un oso hormiguero!). Shell (a quien la “dama” llama por su nombre completo y no por el diminutivo: Michelle) lleva la cara limpia de pinturrajos y va vestida en plan sencillito.

Esto es interpretado por su madre como prueba de que las autoridades penitenciarias la han dopado/maltratado/humillado: obligándola a no ponerse sus vestidos de furcia, no pintarse como una puerta con varias capas, no exhibir su descaro sinvergüenza…en fin, que según ella, han capado su preciosa personalidad de buscona –o algo así. Tanto Karen como Shell niegan que ésta haya sido presionada de ninguna forma, ni mucho menos drogada. Después de dos o tres intercambios de frases absurdas, Karen deja a solas a la presa con la joya de su madre.

Las Nenas tras los Barrotes siguen adelante con su plan: en estos momentos ultiman detalles sobre los papeles de putas especializadas que representarán al teléfono. Denny sugiere que tal vez se podría incluir a Dockley en el negocio, dada su habilidad para suscitar apetitos sexuales. Yvonne lo deja muy claro: Shell no es de fiar y no la quiere en el business. Respecto a los papeles dramáticos, las Julies se lo van a montar en tándem –que es como lo hacen todo- así que serán numeritos del “bis a bis” y “de las hermanas ninfómanas”. Qué raro que no se lancen al clásico “lésbico”, que es todo un clásico en este tipo de operaciones empresariales. Denny no tiene ni idea del producto que ha de vender, así que se lo diseñan entre las otras tres socias: será la virginal novia profanada que no se entera de que se la están follando. Con gemir y jadear todo el tiempo será suficiente. Yvonne escoge el rol de la severa dómina que disciplina al sumiso cliente con virtuales latigazos, castigos imaginarios y humillaciones llenas de morbo.

Yvonne ensaya su papel de Dominatrix

La entrevista de Shell con su capulla mamá se inicia como era predecible: la progenitora sigue con el rollo de que le han desgraciado a su hija, convirtiéndola en un montón de mierda (palabras textuales). Mientras fuman ambas como chimeneas, Shell encuentra al fin el valor para preguntar por sus hijas. La cuidadora se desliza de la respuesta: ni aclara si están bien, ni tampoco si preguntan por su madre –que eran las dos cuestiones planteadas por Shell. A cambio, redirecciona la conversación al punto de inicio: Dockley debe preocuparse sólo por ella y por nada ni nadie más, para evitar seguir como está (siendo vilmente maltratada en esa sucia cárcel). Tal monomanía de la sujeta no obedece más que a sus deseos de evadirse de las preguntas y no dar explicaciones a su hija. En resumen: no hablar de lo que no le interesa. Porque, digamos que si no la ha visitado nunca en los últimos años, no puede estar muy afectada por las vicisitudes de Shell en la trena. Mientras sigue bramando y perorando, por la cabeza de Dockley circulan pensamientos muy distintos: recuerda con una nitidez aterradora las palabras de su padre cuando abusaba sexualmente de ella. Y también, con la misma claridad, la actitud condescendiente y cómplice de su madre, que se daba perfecta cuenta de lo que estaba pasando y nunca hizo nada para defender a su hija. La mamá de las tinieblas interpreta cuando ve a Shell en estado de shock que más bien se halla en la inopia de la droga: ida perdida, colgada de un guindo, posada en las nubes de la ausencia narcótica.

Así que cuando Karen entra de improviso porque ya ha pasado la media hora concedida, es como si le pulsara a Dockley el interruptor de despegue: Shell comienza a increpar a su madre, a soltarle todas las verdades juntitas en racimo, a exigirle explicaciones sobre su omisión de socorro cuando era niña; en suma, a enfrentarse por fin a la cómplice de su maltrato infantil. La madre (nombre que no merece) intenta primero negar los hechos.

Pero cuando Shell grita desesperada que quiere saber cómo están sus niñas y que no se fía de ella para su cuidado, termina manifestando que la culpa era del borracho del padre y que ella no les hará daño nunca. Implícitamente acaba de reconocer que es verdad: el padre de Shell, borracho o no, abusaba de ella y su madre lo consentía pese a las súplicas de su hija, que imploraba su protección. Aún intenta justificarse diciendo que le tenía miedo al borracho: pues bien, más pánico le tendría la pobre niña. Lo dicho, una joya de mamá; para esto mejor salir de un repollo. Al menos la entrevista ha servido para dos cosas: que Shell se enfrente con sus fantasmas y que decida por fin llamar a los Servicios Sociales para que se hagan cargo de sus hijas. La parte mala es que su estado mental sigue siendo rarito: cuando se queda a solas en su celda, coge las fotos de las niñas primero las besa y luego las rompe en cuatro cachos. ¿Qué pensamientos rondan la cabeza de Shell? Oh, misterio.

Las noticias no son buenas para Zandra. Resulta que tiene un tumor cerebral muy grave y no es operable. Dados los efectos secundarios de la radioterapia y su baja efectividad en este caso, tampoco es un tratamiento a considerar. Por lo tanto, sólo queda darle calmantes, analgésicos y paliativos en general. Dominic está desesperado con la noticia y casi le casca al inepto médico de la cárcel.

Dominic, a punto de meterle un guantazo al médico inútil

Luego discute con Karen porque no entiende cómo puede ser que mantengan entre rejas a una enferma terminal. Porque Zandra, efectivamente, se está muriendo. A Karen Betts se le ocurre una forma indirecta de ponerla en libertad: darle un permiso provisional y que, una vez fuera, alegue que no está en condiciones de volver a ingresar en prisión. Dominic se queda medio convencido. Pero entre tanto, la medicación que se le suministra a Zandra dista mucho de ser suficiente para lo que necesita. ¿Recuerdan que en los comienzos del episodio Barbara y Nikki idearon secar la marihuana para calmar las dolencias de Zandra? Pues bien, a la ultracristiana Crystal no le pareció bien (porque ella es muy radical para todo) y simplemente tiró las hojas a la basura. Ahora Zandra sufre los dolores sin alivio suficiente, y Crystal cambia de opinión: reclama la marihuana. Podría decirse que ha bajado a la tierra, como su admirado Jesucristo, y acaba de ver el mundo de verdad. En vez de tanto sermón, tanta moralina y tanto juzgar a los demás, decide por fin que lo primero es ayudar a su amiga.

Y si para ello hay que suministrarle droga, pues se hace porque –sea o no pecado- la importancia radica en que no tenga dolores. Le pide, pues, a Nikki más hierba. Wade le dice que lo que ella tiró era lo último que tenía: pero apunta a que si quiere conseguir algo de fuera, la mejor fuente es el chaval de mantenimiento. Es decir, su novio.

Crystal se queda confundida: no pensaba que el objeto de sus amoríos se dedicara a traficar descaradamente. Ahora bien, una vez superada la sorpresa inicial, le pide que le traiga del exterior un tubo de potentes analgésicos para el tratamiento de Zandra.

Todo está previsto para la inauguración del puticlub virtual “Nenas tras los Barrotes”. Con los diferentes papeles repartidos, los móviles preparados y la página web en funcionamiento, sólo queda esperar a que llamen los clientes. Para evitar ser sorprendidas, los teléfonos no sonarán, sólo vibrarán. Por tanto, para notarlos, conviene que estén en contacto con alguna parte del cuerpo que perciba la vibración. Así que tienen que ser rincones corporales sensibles: tetas y alrededores se convierten en los lugares preferidos para ocultar los móviles a la espera de las llamadas calientes. De igual forma, para mejor discreción, un auricular con micrófono estará siempre en la oreja de la “Nena” prisionera de turno. Pero Denn es pillada in fraganti por Dockley, que de tonta no tiene un pelo y de mala un buen montón. Shell ya ha dado por zanjado su ataque de amor maternal (ha dado a sus hijos en adopción) y vuelve a ser la misma zorra insensible de antes.

Descubierto el plan, exige participar en el negocio como una chica calentorra más. Yvonne se enfada, se rebela y se sulfura, pero no le queda más remedio que aceptarla porque de lo contrario se chivará y adiós business. La posibilidad de que a Zandra le den suelta pasa porque tenga fuera de la cárcel un hogar donde residir. No le queda familia con la que tenga trato y tampoco amigos con quien pueda contar: en resumen, no tiene ni perrito que la ladre. Para colmo, su gran amiga Crystal sale de la cárcel al día siguiente por haber cumplido su condena y planea irse a vivir con el novio. Cuando se entera de que Zandra podría dejar el trullo si demuestra tener hogar de acogida, piensa que sería factible que se fuera a vivir con ella y su nueva pareja. Pero el chaval no quiere ni oír hablar del asunto, así que la solución no cuaja.

Crystal no se arredra: ayudará a su amiga cueste lo que cueste. Así que rebusca entre la basura y…¡voilá!, rescata el cannabis perdido. Un anónimo se desliza bajo la puerta de la sala de guardianes: explica que la ultracristiana tiene drogas en su poder. Dominic y Di no se lo pueden creer: es una acusación inverosímil tratándose de la reclusa más anti-estupefacientes del mundo entero. No obstante, hay que comprobar los hechos denunciados. Y efectivamente, investigado el interior de un horno, se encuentran las ilegales hojas de marihuana.

De forma automática, Crystal comparece ante Ms Karen Betts y es castigada por tenencia de droga a una ampliación de condena. Ya puede despedirse de salir al día siguiente.

Pero, cuando asisten a su recogida de bártulos para incorporarse al nivel básico (ya saben, lo más bajo en privilegios de la prisión), Dominic y Di observan algo curioso: la presunta infractora se abraza a Zandra y ambas sonríen felices. La conclusión es clara: Crystal ha provocado su permanencia en la cárcel para no dejar sola a su amiga. Vaya, menuda evolución la de esta chica: ha recorrido un elogiable camino desde la santurronería teórica y vacía hasta la bondad práctica y verdadera.

Y damos fin a este episodio, en el que Helen ha estado ausente una vez más y a Nikki se le ha visto muy poco el pelo. En estos capítulos parece que Simone Lahib estaba haciendo bolos por todas partes y, si cobran por lo que trabajan, Mandara Jones no se ha hecho rica. Confiemos en que la semana que viene tengamos más carne puesta en el asador.