Escrito por: Arcadia:
Comienza una nueva jornada en la cárcel de Larkhall y, como ya viene siendo habitual, una camioneta trae más presas para internar. Denny y Shaz comparten “habitación” tan contentas y tan juntitas (solas de momento en la celda, porque Crystal está castigada en aislamiento: en el momento más álgido de su indignación por la muerte de Zandra, le echó un escupitajo en plena cara al médico inepto). En realidad, Shell tenía razón cuando acusaba a Denny de hacer demasiadas migas con Shaz; efectivamente, le gusta más que un caramelo y les ha faltado tiempo para enrollarse.
De hecho, la atracción de Denny por Shaz se nota a kilómetros de distancia: basta darse cuenta de los ojos que pone sólo con que la pequeña rubita se pase la esponja por el cuello en el lavabo. No obstante, Denny no acaba de estar tranquila con el nuevo objeto de sus amoríos: le inquieta lo del triple asesinato. Por un lado, es cierto que un crimen tan grave le da a su nueva novia un halo de atractiva peligrosidad. Pero por otro, tener de amante a una asesina múltiple pone la carne de gallina.
¿Qué están tramando las Julies? Porque algo traman, eso seguro. Dominic pasa delante de ellas y se dedican a comentar lo buen ejemplar de macho reproductor que podría ser. Una de ellas está interesada en meterlo en su cama, pero le ve demasiadas dificultades a la estrategia. Qué raras están estas chicas, ¿qué pretenderán?
Shell Dockley quedó malherida por el encontronazo con Barbara del final del capítulo anterior. Lleva un brazo en cabestrillo y, según opina la Bulldog, ese es un estado óptimo para que no genere problemas. Shell ha explicado que su lesión se debe a una caída, pero Ms Karen Betts no se lo cree y está dispuesta a investigar el incidente. Es obvio que Dockley tiene muchas enemigas entre sus compañeras reclusas y resulta probable que la pupita haya sido ocasionada intencionalmente.
Así que Karen se planta en el centro mismo de la galería y con firme voz, reclama la atención de las internas. El mensaje es muy claro: no se tolera la violencia en el Ala que ella gobierna, la G. La culpable debe aparecer.
Yvonne susurra a Babs que no se preocupe porque nadie la delatará. Efectivamente es así. Pero Barbara se levanta de la silla y se declara culpable. Caben varias posibilidades para explicar el comportamiento de nuestra Babs, examinémoslos: a) Se ha acordado de sus años escolares y ha decidido portarse como una buena niña y confesar para que no castiguen a sus compis de parvulario; b) Ha perdido la cabeza de tanto escribir en su Caro Diario; c) Es tonta de capirote. No hay más que verle la cara que pone Shell para averiguar que ha marcado la opción c).
Rápida como un rayo, Dockley se reafirma en la versión de la caída: ¿cómo podría Barbara, en evidente desigualdad física dado la edad que las separa, haberle arreado porrazo tal? Inverosímil, afirma Shell. Nosotras sabemos que tan imposible no es porque de lo contrario no hubiera ocurrido. Pero Dockley negará siempre la agresión porque le resultaría humillante que una “vieja” haya podido con ella -que hasta el momento era la peleona más terrible de toda el Ala G. Si se conoce su vulnerabilidad, ¿cómo podría seguir amedrentando al resto de la población reclusa?, ¿quién iba a tenerle miedo a partir de ahora? No, le interesa seguir aparentando ser la camorrista intocable de siempre.
Denny por fin descubre los detalles del triple asesinato que motiva la estancia de Shaz en prisión. Resulta que la rubia mozalbeta trabajaba en una pescadería. Y ustedes se preguntarán: ¿Qué tiene eso que ver con matar gente en abundancia? Vamos a ello. Shaz tenía una jefa normal –que a ella le parecía una tía zorra abusiva sólo porque le decía lo que tenía que hacer. Un día, a la irresponsable Shaz se le olvidó meter unas ostras en el congelador y se fue tan pancha a su casita. Cuando la jefa llegó al día siguiente, se encontró las ostras pochas totalmente y le echó la bronca a la empleada. A la arrapieza le parece esto un gesto de prepotencia y despotismo insufrible; pero, ¡es que las ostras están muy caras, menudo estropicio! El caso es que la empleada decidió “dar una lección” a su empleadora y no se le ocurrió otra cosa que servir el producto corrompido y tóxico a los clientes.
Ella pensó con su pensamiento pseudodesarrollado que alguien cogería una pequeña indigestión y a su jefa le sacarían los colores por vender productos en relativo mal estado. La muy inconsciente no tenía conocimiento de que algunos alimentos cuando se estropean se vuelven tóxicos; y como puro veneno que son, matan. Así que la moza se cargó a tres clientes de una sola sentada. Lo peor de todo es que lo cuenta con un desahogo imposible de ocultar: algo así como si siguiera pensando que se trató de un pequeño accidente inevitable, sin ser consciente de que fue ella y nadie más quien provocó la muerte de esas personas.
Podríamos disculparla hasta cierto punto porque la chavala parece no tener mucho fondo de madurez. Ella y su nueva novia (Den) se dedican a hacer travesuras por las noches en la cárcel. Mediante una chapucilla que aprendió Shaz en prisión preventiva, la puerta de su celda nunca se cierra bien; así que salen todas las noches por las galerías a gamberrear.
Las hazañas con las que se encuentran los guardianes al día siguiente son de patio de escuela: un monigote representando a la Bulldog, condones llenos de agua colgados de las puertas para que al día siguiente el suelo sea un completo charco, detergente en una cisterna para ponerlo todo perdido de jabón…en fin, niñerías. Pero no resulta tan sencillo, porque denotan que hay un fallo de seguridad. Y no olvidemos que esto es una prisión, así que se trata de un tema serio.
A una de las dos Julies le ha entrado un locurón terrible desde que tuvo en sus brazos al bebé de Zandra –que en paz descanse. Su despertador biológico ha empezado a sonar y está obsesionada con que quiere parir su propio bebé. Mal asunto, porque para tener hijos lo primero es embarazarse y es completamente necesario tener al menos un chorrito de esperma para alcanzar el éxito en esta labor. ¿Y de dónde sacar el esperma? Pues de un señor. Pero en el Ala G (prisión femenina, por si se nos olvidó), hay una escasez manifiesta de hombres. Las dos Julies se enfrentan al problema como si se tratara de encontrar una vaca a la que ordeñar para obtener leche (con perdón). El primer candidato que se les ocurre para el ordeño es Dominic McAllister: chico guapo, amable, bastante buena persona si tenemos en cuenta lo que hay alrededor…un candidato perfecto.
Pero Dominic no está por la labor de dejarse ordeñar impunemente. En primer lugar porque no está interesado en follarse ni a la Julie ni a ninguna otra reclusa, y en segundo lugar porque una acción así le acarrearía problemas sin cuento. Cuando el intento de seducción de McAllister falla, las Julies piensan en algún otro semental disponible. Descartan a Fenner, porque aunque sea un vicioso capaz de eyacular fácilmente encima de cualquiera, no está para fiestas. Bastante tuvo con las sospechas generadas con la denuncia de Shell. Incluso llegan a contar con el cura de la prisión; lo rechazan por improbable. Y pensando y pensando, encuentran que no les quedan más fabricantes de esperma disponibles dentro de la cárcel: así que habrán de buscarlo fuera.
¿Y qué mejor donante de semen que un pajillero habitual? Total, desperdicia a todas horas tan preciada simiente sin cortarse ni un pelo. ¿Qué inconveniente tendría el masturbante en donar algo que tira todos los días a raudales? ¿Para qué querría lo que echa a la basura? ¿Y dónde se encuentra a un pajillero compulsivo? Pues en una línea telefónica erótica, que satisface a este tipo de elementos masturbatorios. Y ellas trabajan para “Nenas tras los Barrotes”, empresa que cubre precisamente estos fines “sociales”.
La Julie obsesionada cita para la próxima hora de visita a su cliente más agradable, un tal John. El tipo se presenta pensando que tendría una especie de vis a vis.
La verdad es que el encuentro sexual no puede ser más chapucero: la Julie pre-mamá planea pajearle debajo de la mesa a la que ambos están sentados y tomarle la “muestra” de semen en un vasito de yogur. Se pone a ello, pero lógicamente John se percata de que algo más que la mano de Julie roza con sus órganos reproductivos: el bote de yogur. Extrañado, pregunta qué demonios tiene en la entrepierna. Julie-pajillas niega la existencia de objeto alguno en tal señalado lugar. John se empeña en que nota algo. El vaso de yogur se cae el suelo, el pajillero se da cuenta de la maniobra de recolección de semen y se mosquea. Armado el follón, Dominic se acerca a ver qué pasa y se encuentra con el pastel: un visitante con los genitales fuera del pantalón.
De inmediato, la Julie-con-afanes-embarazosos es llamada a capítulo ante la gobernadora. Karen ya piensa que la prisión que le toca dirigir está fuera de órbita: cómo imaginarse que se pudiera producir un incidente como ése. Interrogada sobre las causas que llevaron a su visitante a mantener fuera de la bragueta lo que tuvo que estar dentro, la Julie no sabe qué contestar. Como no hay manera de justificar que un desconocido visite a una reclusa, se descubre que era un cliente de la línea erótica. Las Julies intentan minimizar los daños y afirman ser las únicas partícipes del negocio. Pero Karen no se traga la mentira, tiene que haber por fuerza alguien más metida en el ajo.
¿Recuerdan lo que dije al principio de este resumen sobre la frecuencia con la que ingresan nuevas inquilinas en Larkhall? Me reafirmo: no es normal, llegan furgones también por la noche. La nueva adquisición es una tipa altiva, borde a más no poder, de andares despóticos y personalidad abusiva. Llega la señorona con unos aires de grandeza y autoritarismo que no presagian nada bueno. Primera prueba de ello: ya tiene que ser capulla la tía para cansar al bueno de Dominic, que acaba harto de ella en el acto de recepción. Y como parece un peligroso reptil altanero, la llamaremos “Lady Tiranosauria”.
Las dos gamberras oficiales (Den y Shaz) están definitivamente enrolladas. Se meten mano por los rincones, para desesperación y rechazo de la Bulldog. La intolerante y pacata guardiana se pone enferma cuando ve las muestras de afecto de ambas reclusas en la galería, y amenaza con aislarlas. Por otra parte, aunque se conforma con la nueva relación, Shell Dockley se encuentra un tanto deprimida: Den ya no está tan a su disposición como antes. Ya ni siquiera pasa por su celda a compartir cigarrillos y sustancias varias. Shell se siente sola y pone mohínes de disgusto. A Yvonne se le va el color del rostro cuando ve a Lady Tiranosauria aparecer por el fondo de la galería. Resulta que se conocen…y mucho. El mundo es un pañuelo y en la misma cárcel coinciden las esposas de dos mafiosos rivales.
La cosa se pone fea porque, ¿no habíamos dicho que la reptil era peligrosa? Lo es: logró pasar el registro con una cuchilla de afeitar escondida en la boca. Por si quedara duda de su capacidad de hacer cosas malas, se atreve a aterrorizar a la mismísima matona Dockley. Atención a sus palabras, cuando Shell se niega a detallar los ingredientes de la lasaña que ese día ofrece el comedor de la cárcel: “¿Te gustaría que metiera tus tetas en la sartén de las patatas, cariño?”. ¡Jajajaja, cuánto amor!
Tras mortificar a Yvonne con varios comentarios maliciosos y veladas amenazas, la serpiente aterriza en la que va a ser su celda: la de las gamberras enrolladas. Pronto surgen los conflictos: Renné (que así se llama Lady Tiranosauria) saca la cuchilla a pasear cerquita del ojo de Den. Motivo: no le gusta cómo se estaban comiendo una bolsa de gusanitos.
La mafiosa, esto es seguro, tiene mal carácter. Y nuestras dos minibollos no han hecho una buena adquisición con la nueva compañera de celda. Pero su verdadero objetivo es Yvonne. No es de extrañar: resulta que Yvonne está en la cárcel precisamente por contratar a unos sicarios para asesinar al marido mafioso de la reptila. Éste le había dado motivos, por ser el instigador a su vez del fallido homicidio de su Charlie. El caso es que ahora a Renné le gustaría hacerle a Yvonne un bonito corte en la garganta con la famosa cuchilla, con el fin de que se desangre en tres minutos por la rasgada yugular. Tan llamativo propósito no se lleva a cabo gracias a que aparecen en un momento dado la Bulldog y Dominic hablando de sus cosas e Yvonne se pega a ellos y abandona hábilmente el pasillo en el que estaba siendo acorralada por la reptila vengativa.
La Bulldog sufre. Sus tripas se vuelven del revés como un calcetín puesto al sol cada vez que vislumbra las metidas de mano de las gamberras entre sí.
Tras amenazarlas con muchos reportes y desdichas variopintas, acaba por quejarse a la gobernadora Karen. Ms Betts está hasta el gorro de tontadas y, después de escuchar que “las actividades lésbicas están prohibidas dentro de la prisión”, explica a la Bulldog que la severidad en estos asuntos sólo conduciría a que la cárcel fuera aún más ingobernable de lo que ya es. Dominic se muere de la risa pero intenta contenerse. La Bulldog insiste en que no deben permitirse tales conductas, porque le resulta asqueroso verlas. Y entonces Karen apunta la solución perfecta: “Pues no las mires”. Y ahí Dominic ya no puede aguantarse más y se echa unas risitas mientras la Bulldog sigue rezongando a su aire. Cuando le comunica a las infractoras que la autoridad ha decidido ignorar sus actividades, añade que a ella le parece que lo que hacen es “antinatural y asqueroso”. Promete además que encontrará la manera de separarlas para que así dejen de caer en el pecado. Las dos gamberras se ríen en sus barbas: que le den a la Bulldog. Al final va a tener razón Shell, quien ha desarrollado la teoría de que si algo escuece a la guardiana es la ausencia de sexo: envidia de polvos es lo que tiene. Ms Betts está decidida a terminar con la telefonía erótica dentro del Ala G. Ordena redada de móviles y todos los guardianes se afanan en registrar las celdas. Afortunadamente para las reclusas culpables, no encuentran ninguno. Pero el negocio está chafado: es el fin de “Nenas tras los Barrotes S. L”.
Aunque para Yvonne el mayor problema ahora mismo es otro: Lady Tiranosauria sigue tras sus pasos. Se acerca sibilina y le espeta que, mientras ella estaba encerrada, se tiraba a su Charlie.
Yvonne mira a Renné desafiante y le dice: mi marido no te tocaría ni con un palo. La serpienta contraataca: no fue con un palo con lo que la tocó, sino con cierta cosita que tenía entre las piernas. Y para rematar la faena, detalla que el marido de Yvonne tiene una cicatriz inmensa justo encima del instrumento con el que ambos pasaron un buen rato; por si alguien aún no se ha percatado de a qué nos referimos: la polla de Charlie (Charlie´s cock). Yvonne queda descolocada, no es un farol, es cierta la infidelidad. Y se retira a su celda a llorar un rato, teniendo buen cuidado de pasar de perfil por la puerta para no rozar la pared con los cuernos tan grandes que le ha puesto su querido esposo.
Y esto es todo por hoy. Elevemos nuestras preces para que en el próximo capítulo hallemos noticias sobre la historia que realmente nos interesa. Porque todo esto es entretenido, pero aquí a lo que hay que darle caña es al tema Helen & Nikki. Creo que voy a sacrificar cuatro o cinco carneros en el altar de Isis, a ver si la diosa se apiada y nuestras protagonistas hacen su aparición. Nos vemos la semana que viene.