Esta es un libro lésbico que parte de un referente y es un homenaje (en cierto sentido) a “Mujercitas”, de Louise Mary Ascott. Se sitúa cronológicamente en plena Guerra de Secesión de los Estados Unidos, y es la visión de la vida más o menos cotidiana de una familia de la burguesía medio-baja de Concord (Massachusetts), compuesta por mamá + un montón de niñas, con el padre ausente a causa de la guerra (como era exigible para el varón, por cuestiones de valentía y patriotismo)

No creo que sea imprescindible su lectura. A mí me basta y me sobra con haber visto un par de versiones cinematográficas. Sospecho, no obstante, que Isabel Franc (autora de este libro) tampoco ha hecho mucho caso de su antecedente literario y que su punto de partida está precisamente en las pelis. De lo contrario no se entendería cómo, con tono burlón, ironiza con imágenes visuales como la siguiente: “Se me estaba durmiendo la pierna por culpa de esa postura de gatitas en regazo, que siempre me resultó tan incómoda” (pág 17). Cualquiera que haya visto alguna de las películas tiene marcada en la retina la escena de la mamá sentada en un amplio butacón, con todas las damiselas más o menos ordenadas por edad, sentadas a su alrededor: una absoluta idealización de la vida familiar, de la cohesión materno-filial, etc, etc. Todo muy perfecto, muy hogareño y muy…pintado en tonos pastel (puro azúcar glassé).

El “problema” es que la óptica desde la que se ve la historia es, en la novela de Isabel Franc, completamente diferente a la tradicional. Ni siquiera el propio guión es el mismo: el papá que está en la guerra dista mucho de ser el ejemplar soldado que lucha por los ideales del Norte y la afectuosidad de las hermanitas con su entorno tiene también sus claroscuros.

Cierto que la narración original no es tan cursi como pudiera parecer desde nuestro actual punto de vista: para los cánones de la época, el papel femenino que reflejaba era bastante revolucionario. En especial, en lo que respecta al personaje principal que veremos en la obra de Franc: Jo.

Jo (diminutivo de Josephine) está siempre reflejada en todas las versiones como una chica fuera de lo normal. Es alguien que no puede ser más diferente y especial respecto al resto de sus hermanas. Posee características y virtudes un tanto alejadas de lo que representa ser una “auténtica señorita”. Ella es enérgica, independiente, decidida y fuerte. Tiene motor propio y está en las antípodas del ideal de “lo femenino”. Es cierto: Jo se sale del marco estereotipado de la época respecto a lo que debía ser una “mujercita” respetable. Y en el fondo, yo siempre pensé que Jo era muy especial. ¿Cómo y cuánto de especial? Pues, como desarrolla la novela de Franc, hasta el punto de ser lesbiana.

Esa diferencia fundamental se desarrolla ante nuestros ojos desde su propia perspectiva. Y este es uno de los puntos fuertes de la novela: revelar el proceso de autorreconocimiento de Jo. Es tan real que sientes con total complicidad –al menos yo- los pasos vitales con los que la protagonista va “descubriendo” que siente algo muy, pero que muy especial por las chicas. Ésta, además de que está muy bien escrita, es quizá la mayor virtud de la novela: que sin notarlo te encuentras de repente con una sonrisa puesta en la cara. Porque en ese proceso de autodescubrimiento, Jo no siente un conflicto traumático, ni grandes dramones, ni culpabilidad…simplemente se encuentra algo confundida al principio hasta que por fin se convence de cuál es la naturaleza de sus sentimientos. Y esa naturaleza es que es lesbiana, que siente atracción por otras mujeres en vez de por hombres: de paso descubre su cuerpo y su sexualidad. Pero nada de vergüenza, ni de tragedias abisales. Sólo nace a una nueva vida y a un mundo desconocido.

La primera razón de ese desconcierto es que el amor entre mujeres es algo inconcebible. Jo intenta reflejar lo que siente proyectándolo a los personajes de ficción de los relatos que escribe: planea narrar una historia de amor entre dos chicas. Cuando le cuenta a Beth, -su hermana más querida- estos proyectos, se encuentra con la siguiente observación:

“Pero eso es antinatural, ¿no? Las mujeres no se enamoran de otras mujeres. No conocemos a nadie a quien le suceda. Ni siquiera en la ficción. No existen ese tipo de heroínas en nuestras lecturas: las chicas no nos amamos, no al menos de esa manera. ¿Qué sentido tiene escribir sobre algo que no existe?”. (Pág. 65)

Bueno, esta es la famosa falta de referentes de la que nos quejamos siempre, ¿no? Algo contra lo que Jo lucha porque a pesar de las sensatas palabras de su hermanita, ella sigue sintiendo dentro de su ser que eso no es así. Y como comprende que lo de publicar novelas lésbicas está muy lejos de ser aceptado en el mundo editorial del momento, idea la argucia de cambiarle el género a una de las protagonistas y aquí paz y después gloria. Y digo yo, ¿no podría ser que mucha de la literatura lésbica clásica sea hoy en día irreconocible debido a algún tipo de maniobra formal como ésta, que hace pasar por heterosexuales historias amorosas que tal vez en su origen no lo eran?

Quizá la razón última de lo que hace tan agradable la lectura de este libro es que destila por todas partes un curioso, irónico y amable sentido del humor. Desde los descubrimientos auto-eróticos de la protagonista, hasta la rebeldía con la que ve su estereotipado mundo, Las Razones de Jo acaba siendo un divertido itinerario de descubrimiento personal en el que las lectoras (lesbianas) se sienten involucradas inevitablemente.

Jo se autorrevela en muchos aspectos, y también encuentra que su educación como “mujercita” tiene graves lagunas: desconoce, por ejemplo, la literatura escrita por mujeres (a pesar de que ella misma ha hecho sus pinitos en el oficio): Emily Dickinson, las hermanas Brönte, Jane Austen, Harriet Beechet, Mary Shelley, George Elliot y George Sand. Son todas ellas sus modelos a seguir, de quienes ni siquiera había oído hablar hasta el momento. Y en su cabeza brota el siguiente pensamiento: “Supe que había más mujeres que pensaban como yo. No había elección posible: tenía que encontrarlas”. (Pág. 114)

Otra parte de ese mundo desconocido y por descubrir son los cambios políticos y sociales del momento, al que como mujercita había permanecido ajena hasta entonces:

“Corrían aires nuevos, nuevas ideas, nuevos movimientos. El abolicionismo y el sufragismo avanzaban poniendo tintes de libertad y de justicia en un panorama social dolido por las guerras y marcado por la herencia de la Revolución Francesa. Yo nada sabía de eso”.(Pág 114)

Todas estas inquietudes y cambios llevan a Jo a conocer a Chris, con la que entabla una amistad que se alimenta cada día de todas las cosas en común que ambas tienen: ser mujeres libres –o que luchan por serlo-, la batalla ideológica y el interés por vivir una vida independiente. Y ambas se enamoran. Lo que siente Jo cuando Chris le confiesa su amor (porque nuestra valiente protagonista no se atreve a decirle nada para no perderla como amiga) es algo tan devastador que no puede por menos de describirlo como un “remolino de lava en el epicentro de mis entrañas”. (Pág. 166) Por supuesto, ambas se encuentran en un mundo muy hostil para las relaciones sáficas, y batallan con el lógico miedo al medio ambiente social. Asisten a locales cerca de Greenwich Avenue en New York, donde otras mujeres lesbianas (llamadas viragos) intentan vivir a su manera su orientación sexual y su inconcebible libertad fuera de los convencionalismos sociales.

El peligro las rodea, las teorías médicas del momento sobre las formas de sexualidad humana califica de “inversión” la homosexualidad. Y, de paso, los tratamientos de la supuesta enfermedad son por completo aterradores (lobotomías, castración, etc, etc). Vamos, toda una feria. Como para salir del armario entonces, quita, quita. Pero en ese mundo hay que vivir y ellas se apañan para hacerlo. Siempre hay subterfugios, siempre hay estrategias y siempre nos hemos sabido ocultar en los medios adversos. Lo de que antes no había lesbianas ya no se lo cree nadie. Así que Jo y Chris encuentran el modo de vivir su amor.

Respecto al sexo (sí, también hay sexo, y no digáis que no os interesa si lo hay o no lo hay, que nos conocemos), debo decir que no se trata de los típicos esquemas convencionales de siempre. Todas hemos leído miles de veces la misma escena, que se reproduce como un ritual preestablecido y rígido: me sé de memoria por dónde empiezan y continúan los besos, el recorrido de los lametones, las subidas y bajadas de las manos, el preciso instante en el que vienen los mordisquitos –si los hubiera o hubiese- y con qué dos dedos hay que apretar un pezón. Y lo siento de verdad porque ya me gustaría a mí disfrutar de esos pasajes, dado lo abundantes que son, pero me aburro como una ostra. Así que bienvenida sea la novedad.
El episodio de la masturbación es de tan delicada intensidad que llega a conmover. Sus intentos para descubrir qué demonios le pasa, con sentimientos lúbricos incluidos, son divertidos e ingenuos al mismo tiempo. Y las escenas de sexo con su pareja se mueven entre la ternura y la pasión a partes iguales.

Por último, el título. “Las Razones de Jo” se refiere al misterio de por qué nuestra protagonista accedió a casarse con un aburrido profesor alemán. Desde luego es muy paradójico, teniendo en cuenta tanto su personalidad como todo lo que hemos descubierto de ella. Pero ahí está: casada con Friedrich Baher. ¿Por qué? Leed la novela y lo comprenderéis.

Que la disfrutéis…si os apetece. 🙂

Las citas están tomadas de la siguiente edición: Franc, Isabel: “Las Razones de Jo”. Editorial Lumen. Barcelona, 2006.

Las razones de Jo
La propia Isabel Franc nos explica en el prólogo de esta nueva edición de Las razones de Jo, corregida y ampliada, el motivo que la llevó a reinterpretar los hechos relatados en Mujercitas y reescribirlos desde el punto de vista de su protagonista más carismática.