Es chocante lo que me pasa: me ha gustado tanto este libro lésbico que me cuesta un montón arrancar con la reseña. No sé por dónde empezar. He disfrutado como una enana. Han sido de las mejores horas que he pasado leyendo porque para mí tiene los ingredientes necesarios para que me lo pase bien, pero bien, bien de verdad.

En primer lugar, la novela se construye en torno a un misterio. Es un misterio muy misterioso, aunque se aparece de la manera más casual posible a la protagonista y que nace de una aventura: el descubrimiento de una lápida en un cementerio en que se ha colado para contemplar un entierro, el de su tío “el chache” Antonio, al que odia enormemente –y sus motivos tiene.

Allí, escondida entre los panteones para no ser descubierta, alcanza a ver una lápida de contenido desconcertante: “María Bielsa. Veinticuatro veces”. Resolver el enigma se convierte para nuestra protagonista poco menos que en la razón de su vida entera. Desde ese momento hasta que termina por descubrirlo un montón de años más tarde, cuando ya está bien metida en la adultez, ella vive por y para descubrir quién fue María Bielsa y el porqué de su asombroso epitafio. En realidad no sólo acabará por revelar el misterio, sino también la verdadera naturaleza de su propio ser. Es, en este sentido, un viaje iniciático de la protagonista que termina en el momento en que se encuentra a sí misma –una Bildungsroman, una novela “de crecimiento”. Hasta ese momento, vemos desfilar la vida en un pueblo de la provincia de Jaén, con todo su sabor localista, la peculiar manera de ser de sus paisanos y las terribles dificultades que tiene la joven detective para iniciar su investigación.

Normalmente no suelo leer las críticas de los libros que comento, por la sencilla razón de que no me interesa lo más mínimo porque ya me los he leído y no necesito que nadie me diga qué me tiene que parecer. Porque los críticos suelen ser bastante arrogantes: se erigen en jueces de obras y con tono suficiente acaban por dejar caer entre líneas que si lo lees eres subnormal (si no le ha gustado), y si no lo haces te conviertes en el ser más inculto de la tierra (si le ha gustado). Pero esta vez no sé qué mosca me picó y tecleé en el Google el título de la novela a ver qué decía el personal sobre la misma –supongo que me contagié de la curiosidad de la protagonista, jejejeje.

El caso es que di con un pavo –y pavo infatuado, que conste, porque supongo que habrá pavos humildes, pero éste no era de esos- que escribía en “El Cultural” de el diario El Mundo y que decía que la autora caía en el localismo y el coloquialismos y la oralidad, y que eso “perjudica el discurso literario”. No estoy para nada de acuerdo: es una pintura tan veraz del mundo rural, de un pueblo de hace unos cuantos años, que me recuerdo riendo a carcajadas en algunos de los pasajes, de puro cómico –por lo conocido- que me resultaba. Y es que acababa de estar en mi pueblo unas semanas antes y, aunque el mío está en la Castilla profunda y el de la novela está en el Jaén profundo, comparten precisamente esa “profundidad”. Hay que saber muy poco de la gente de pueblo para decir que lo que plasma Pilar Bellver es falso, artificioso y “coloquialista”. Allí hablaban así, pensaban así y vivían así. Y si me apuráis un poco, todavía son así en muchos aspectos.

Al pavo en cuestión se le ve la pluma de pavo machista lesbófobo además, y eso es lo que acabó de calentarme los cascos, cuando afirma que la autora “parece querer acatar todos los tópicos que pueden esperarse de una colección publicada bajo la etiqueta de “femenina”. Pero el tópico, en literatura, es mal compañero de viaje”. Se refiere, por supuesto, a escribir sobre lesbianas. Somos un tópico, amigas mías, y es un aviso a navegantes: quien escriba sobre amor entre mujeres no tiene sitio en la narrativa seria y quedará relegado/a al mundo de la pseudoliteratura. Gracias a los cielos ni siquiera entonces esto era así.

Ante tamaño exceso de palurdez crítica me indigné tanto que he caído en su trampa: meterme a criticar al crítico. Prometo no volver a leer opinión ninguna porque acabo en estos cenagales y no debo. Sólo quiero rematar diciendo que alguien tan preocupado de la puridad en la redacción y la calidad literaria debería tener más cuidado para no escribir frases tan pedestres y alejadas de todo frescor como la siguiente: “una suerte de rebeldía que se traduce en la búsqueda de pistas alrededor del misterio”. Por favor, ¿qué es eso de “una suerte de rebeldía que se traduce en…”? Horroroso y para darle de patadas. Tal vez se sintió aludido, además de por el molesto lesbianismo “tópico”, por cómo la autora le ajusta las cuentas en unos párrafos de la novela a la progresía impostada y vacua de unos jovenzuelos universitarios poseedores de la Cultura que se pasaban el tiempo en las cafeterías de Moncloa, mientras se fumaban las clases y sus pedantes cachimbas a partes iguales.

Pero a lo nuestro, que ya le he dedicado demasiado tiempo a payasadas sin sustancia que no nos importan en realidad. Sólo confío en que, dado que la “crítica” es del año 2000 (año en que se publicó la novela), algo haya cambiado en las mentes garrulas de este planeta desde entonces.

Volviendo a la veracidad de la pintura del mundo rural, véase un ejemplo: “Me burlaba de mis paisanos, como si no fuera una de ellos, imitando su manera de expresarse y sus comentarios más típicos; esa intensidad que ponen para nada que dicen…Hasta cruzaba los brazos por debajo del pecho, como las mujeres gordas, empujando hacia arriba mis tetas, y movía no menos de tres veces la cabeza con todo el tronco, afirmando mis propias palabras en suave balanceo, afirmando, afirmando…- Sí, sí os entra mucha prisa, sí, vaya si sí…” (Pág. 10).

Qué queréis, me troncho porque yo esto lo he visto hacer cientos y cientos de veces a muchos especímenes rurales de mis pueblos y alrededores. Es cierto y es así, aunque un capullo intelectualoide de Moncloa no lo crea verdadero porque no se ha acercado ni a un pueblo, ni a una gallina, vaca o cualesquiera bicho en su puñetera vida –y cree que los pollos nacen ya pelados e insertados en el espetón del horno. Y la narrativa de lesbianas NO es un tópico en la literatura femenina, tenemos derecho a tener nuestro propio espacio literario y un lugar en la cultura, ¡hombre ya!

Hala, ya está, ya me centro. La voz narrativa es algo interesantísimo: se dirige en singular y directamente al/la lector/a. Cierto que parece que su interlocutor es una figura mítica inventada en su infancia, pero el resultado es muy distinto: yo he tenido la impresión de que me hablaba A MÍ directamente. No es como en las novelas del XIX y principios del XX, cuando el autor decía cosas como “y verás, querido lector…” y similares; no, ella se pone de cara a ti y te lo cuenta como si te tuviera delante. Y ahí es donde toma mucha más fuerza esa “oralidad” que tanto molestaba al pavo de quien no quiero acordarme más: sirve precisamente para que quien lo lee se sienta increpado, aludido, llamado a atender a lo que cuenta (con tanto entusiasmo, por otra parte).

La protagonista vive su descubrimiento (la lápida de María Bielsa) con un ardor tan grave que, como ya hemos dicho, se convierte en el puntal más importante de su existencia vital. Y con este comportamiento, sólo consigue acentuar la impresión que causa en sus convecinos: esa manía que tenemos todas nosotras de relacionarnos con la realidad de una manera tan diferente y poco convencional, que hace que nos ganemos fama de “raritas”.

El castigo que se gana por la infracción de colarse en el cementerio le viene en realidad de perlas para quedarse sola en casa y con el teléfono a su disposición y sin vigilancia adulta. Ahí empieza sus pesquisas, y esa investigación telefónica no puede ser más divertida y más clarificadora sobre cómo muchas veces la “literatura” cambia la propia realidad. El enigma es el telón de fondo de la vida de la protagonista durante toda la primera parte y algún trozo de la segunda, antes de ser el verdadero eje de la acción. Pero esto no es censurable, sino lógico: por más esfuerzos que hiciera nuestra heroína, más no puede hacer sin más medios ni más edad para resolver el misterio. No puede indagar en archivos, ni salir del pueblo, ni contar con la oportuna colaboración del FBI o del CSI.

Es ya en su primera adultez cuando se pone finalmente manos a la obra en serio con lo que ha terminado por ser una obsesión como la copa de un pino. Ella probablemente percibe que en la solución del enigma está también encontrar su propia identidad. Y cuando, tras peripecias varias y una investigación científica en toda regla, – clasificando datos, analizando materiales y concluyendo que su imaginación, durante todos aquellos años, no había estado muy lejos de la realidad-, descubre por fin la clave y la llave del epitafio, es cuando se desvela una hermosa, conmovedora y gran historia de amor entre dos mujeres, con vocación de trascendencia más allá de la muerte (al más puro estilo de “polvo serán, mas polvo enamorado”, que diría Quevedo).

Como deslizándose por un tobogán, todos los demás pequeños misterios se revelan de forma natural: por qué María Bielsa compró el caserón donde vivía en el pueblo perdido de Jaén, por qué llegó a adquirir hasta tres sepulturas distintas, etc, etc. Y ella, nuestra protagonista, encuentra su personalidad, entiende la verdad de su propia existencia. Si le pusiera algún pero a la novela tal vez sería que la parrafada final en la que “descubre” su descubrimiento íntimo, en su último viaje al cementerio, es un tanto farragosa. Pero no voy a poner “peros”, estoy muy dispuesta a pasarlo por alto en justo tributo a lo mucho que me ha gustado y los buenísimos ratos de lectura que me ha hecho pasar.

¿Queréis saber por qué María Bielsa esculpió con sus propias manos la frase “Veinticuatro Veces” bajo su nombre en su lápida? Pues nada, no tenéis más que leer el libro. Yo sólo puedo transmitiros mi opinión, pero nunca acercaros a la experiencia de leerlo porque, como se dice en la novela, “…los paisajes son como los libros: lo único de ellos que puedes comunicarle a otra persona es el estímulo para que quiera verlos” (Pág. 153).

Que lo disfrutéis, …si os apetece. 🙂

Edición citada: “Veinticuatro Veces”. Pilar Bellver. Ed. Lumen. 2ª Edición. Barcelona, 2000.