Leigh Grove es la típica protagonista de un libro lésbico: lista, mona y de buena familia. La vida le va bien, pero tiene un ojo para los hombres pésimo de verdad. Se ha enrollado con su jefe, un tal Peter, que se pasa borracho la mitad del tiempo y la otra mitad se dedica a ponerle los cuernos con otra empleada. Profesionalmente, ambos trabajan en la gestión de fondos de inversión. A Peter se la refanfinflan las pérdidas que puedan sufrir los inversores, a Leigh no: posee una cartera de clientes compuesta de señoras de cierta edad que le ponen sus ahorros en las manos y confían ciegamente en ella. Así que cuando se entera de que Peter no sólo resulta un traidor en la cama, sino que manipula las inversiones con alto riesgo bajo los auspicios de un “Comité”, valora que es la última gota que colmaba el vaso de su paciencia y le deja en el transcurso de una cena.
“Casualmente”, una de sus clientas se encontraba en el restaurante esa misma noche y, antes de que Leigh pillara la puerta toda cabreada, se había acercado a saludarla. El nombre de la clienta en cuestión es Jen Stryker. Jen estaba tomándose unos chismes con su sobrina, Conn. ¿De dónde viene “Conn”? De Constantina, nombre que ella detesta mucho, así que hay que llamarla Conn o se puede armar.
Quedamos pues en que Miss Grove abandona el restaurante y su relación con Peter. Previamente al abandono, alguien se dio cuenta de que Leigh era un elemento a controlar. Así que le pegaron suavecito (moratón en cara y labio ligeramente partido), con el aviso de que la próxima vez la leña sería más contundente si no “obedecía”.
Parece que la obediencia no ha sido suficiente porque, justo cuando Leigh va por su coche al aparcamiento del restaurante, sufre otro ataque. Un individuo encapuchado se la acerca por detrás y, sujetándola, comienza a amenazarla con un cuchillo. Pero no contaba con la intervención de Conn, que había salido detrás de ella y ahuyenta al energúmeno.
No contenta con el salvamento, Conn Stryke se empeña en llevar a la atacada a un lugar seguro. Estaba en lo cierto, Leigh sigue corriendo peligro. Un coche las sigue. Se inicia una feroz persecución al más puro estilo Harry el Sucio. Conn parece tener habilidades más amplias de lo que esperábamos.
Conn dirige su propia empresa, gana una burrada de dinero (estamos en esas típicas novelas en que las protagonistas son ricas y famosas, al menos una de ellas), y se dedica a la informática forense. Además trabaja para el Gobierno de tapadillo, lo que la convierte en un ser misterioso y peligroso, con vida secreta y fascinante incluida.
Para ponerla a salvo de los malos, Conn lleva a Miss Grove a la casa de su tía Len, que es casi más su madre que su tía. Leigh se encuentra agustísimo con ellas, aunque allí habite también un gato desvergonzado que todas las mañanas la despierta acostado entre sus tetas. La que no vive allí, para disgusto de Leigh, es la propia Conn, por quien cada vez siente más cosquilleos extraños.
Como podéis deducir gracias al tema del novio capullo, Leigh es (o más bien, cree ser) heterosexual. El caso de Conn es muy distinto, ya que viene precedido por la tradición familiar –sí, su tía Jen también es lesbiana y disfruta de una larga y consolidada relación con otra mujer-, así que no ha tenido problemas para asumir su bollitud, ni siquiera en la más tierna infancia.
Pero a pesar de su pretendido heterismo, Leigh no acarrea prejuicios. Es más, en un momento dado durante una breve excursión de la que ambas están disfrutando como enanas, un sujeto se mezcla en la situación pretendiendo meter baza. Leigh, ante la típica pregunta del machito conquistador (“Buenas tardes, señoras. ¿Están solas?”), responde:
-Claro que no. Estamos juntas. Adiós.-Se levantó y se dirigió al coche.
Leigh miró por encima del hombro y vio que Conn también se levantaba, le guiñaba un ojo al hombre, se ponía las gafas de sol y la seguía. El tipo murmuró:
-Vaya por Dios. No puedo creerlo. Es que no me lo creo.
Cuando Conn alcanzó a Leigh, ambas sonrieron y continuaron caminando.
-Piensa que somos lesbianas –comentó Conn.
A Leigh no le importa que la “confundan” con una lesbiana. Es más, empieza a sentir una extraña alegría cuando está con su nueva amiga, y una correlativa molestia-desazón-contrariedad cuando Conn se ausenta de su lado. Y como no es tonta, acaba por reconocer que nada le agradaría más que tener una relación con ella.
A Conn también le gusta Leigh. En realidad le gusta muchísimo. Pero tiene algo feo y peligroso entre manos: descubrir qué oscuros manejos se traen en la empresa donde Leigh trabaja. La forense informática tiene como misión introducirse en los sistemas de la tal corporación y así evitar una estafa a gran escala, a punto de producirse. Los malos son gente muy perversa, y teme que si Leigh se involucra demasiado en su vida (y en la investigación), correrá grave peligro.
Conn escuchó el mensaje un montón de veces durante la noche. Su cabeza no cesaba de dar vueltas. Imágenes de Leigh. Sus labios, su tacto, sus ojos. La sensación de abrazarla. En cuanto se deslizaba por aquel camino, procuraba situar de nuevo la mente en el rígido punto de supervivencia que siempre había funcionado. El distanciamiento significaba control, pero también significaba soledad y aislamiento. Leigh era distinta: le costaba más dejarla. Resultaba más difícil borrarla de su corazón. Cada vez que se movía, lo único que veía era el rostro de Leigh. Por fin se durmió.
En realidad, Leigh ya está en peligro, como bien lo demuestran aquellos desagradables encuentros que tuvo con el tipo del cuchillo. Por si fuera poco, tiene la casa llenita de micrófonos, los teléfonos pinchados, etc, etc. Está siendo, pues, seguida muy de cerca por el “Comité”.
Cuando Conn confiesa a Leigh cuáles son sus actividades y qué se propone, Leigh le ofrece inmediatamente colaborar. Se trata de instalar un disco en el PC de su trabajo para que un programa-espía fisgón autoejecutable le cuente a Conn qué cosas incriminatorias hay allí almacenadas.
Aunque no le hace mucha gracia, la investigadora acepta la ayuda. Pronto su amistad comienza a llamar la atención y “se ven obligadas” a “fingir” que tienen una relación. Así que, besito va y besito viene para despistar al enemigo, en realidad lo que acaba por pasar es lo inevitable: que ambas se dejen llevar por sus deseos y terminen juntas. Una vez convertido en verdad el fingimiento, sólo queda finalizar la misión y…correr; porque los malos son muy tenaces y las perseguirán mientras puedan.
Si queréis acción, aventura y algo de romanticismo, esta es la novela ideal. Se lee con mucha facilidad, estás pendiente todo el rato de qué va a pasar, de los ataques y las persecuciones…en fin, perfecta si no se quiere una lectura de mucho peso, simplemente pasar el rato. Disfrutadla. Sólo en caso de que os apetezca, por supuesto.
Edición citada: Meyer, J Lee: Primer impulso