Libro  Lésbico She Loves You

En Liverpool, a finales de los años 60 del siglo pasado, vive una joven llamada Claire. Es ella misma quien se lanza a contarnos su historia en primera persona. Claire siente pasión por la fotografía y sueña con hacer de ella su profesión. Para conseguirlo se mata a trabajar. En uno de sus pinitos como reportera gráfica, concretamente en un concierto de los Beatles y en el preciso momento en que tocaban “She loves You”, conoce a Manuel.

Manuel es español, sevillano por más señas. Entre el exotismo del muchacho, su delicadeza y dotes para camelar, Claire acaba cayendo rendida a sus pies. Los planes de boda se precipitan y ambos terminan casándose en un pis-pás. Robert –el hermano de Claire- la advierte de lo arriesgado que puede ser actuar con tantas prisas. Pero Claire está en la fase ilusionado-cieguita del amor y no atiende a más razones que ponerse el velo lo antes posible y, lo antes posible también, largarse a las Españas con su Manolo. Hasta se convierte al catolicismo para que el matrimonio sea válido legalmente en España.

A estas alturas, os estaréis preguntando qué tiene de libro lésbico “She loves you. Tranquilas, que todavía queda mucha tela por cortar.

Manuel, el conquistador andaluz, ha pintado un bonito cuadro de vida para Claire en su tierra: sus promesas de recorrer el país entrelazados de la mano y en perpetua luna de miel, tienen a la inglesita subyugada.

Pero la realidad es muy diferente a lo esperado: la Sevilla del año 1968 es, cultural, social y mentalmente, el polo opuesto al hábitat natural de Claire, y los planes de Manuel no contemplan andar por ahí de excursiones, sino dirigir la empresa familiar.

El choque es brutal. La flamante esposa aterriza en Sevilla igual que una extraterrestre, y así la percibe su nueva familia, quienes la ven como si fuera de otro planeta. Todo les turba y espanta: el comportamiento, el aspecto, las ideas de Claire; y ella se encuentra directamente teletransportada al Paleozoico.

Los intentos por domesticar a la inglesita, sus continuas confusiones y los malentendidos que se producen, generan un montón de situaciones divertidas.

“- Sod off! – les grité y cerré la puerta de un portazo en cuanto atravesaron el umbral. Siempre hay alguien “vaginándome” Manuel. No las aguanto más. -¿Te “vaginan”? – Manuel no pudo evitar reírse mientras lo decía. – Sí, me “vaginan” constantemente y no tiene gracia. Tenemos que cambiar la cerradura”. (Pág. 99)

En el trasfondo subyacen siempre las dos ideas centrales de la historia: la imposible adaptación de Claire y su camino hacia el autodescubrimiento personal.

Las cosas hubieran sido más sostenibles de haber podido tener cierta independencia. Pero viven todos juntos en la misma casa –aunque en pisos separados- y así los roces, las injerencias, el control y espionaje continuados, constituyen el pan nuestro de cada día. La convivencia es muy difícil, por no decir imposible. Y Claire tiene que sufrir a su familia política a todas horas; mañana, tarde y noche.

Las cuñadas son unas brujas; poseen en su más alto rango esa manía común que adorna a muchas mujeres heteros, consistente en una falta absoluta de solidaridad femenina: son incapaces de ver en otra mujer nada más que una rival. Los suegros son seres anclados en un profundo agujero de conservadurismo tradicionalista y los hermanos de Manuel, simplemente son unos envidiosos.

En ese mundo infestado de carcundia, Claire está perdida desde el inicio. Es como una planta silvestre trasplantada a un jardín hostil: no puede sobrevivir en el medio, salvo que abdique de sus principios, de sus ideas y de su modo de ser. Ni ella les comprende, ni ellos la aceptan. En realidad, da igual que se esfuerce, todo lo que haga les va a escandalizar. Como es lógico, el contraste tan abrupto entre Claire y este nuevo mundo le genera una rebeldía que no es más que una simple lucha de supervivencia. “Adaptarse”, como ella misma sugiere, sería renunciar a su libertad y a sí misma. Supondría convertirse, en suma, en la típica esposa sometida, eje sufrido y sufriente de la familia típica tradicional. Es lo que se pide de ella: que sea una mujer “decente”. No olvidemos que entonces existía una frontera muy clara, que separaba a las “buenas” de las “malas” mujeres. Y Claire, por no ajustarse a los convencionalismos, cae fácilmente dentro de la segunda categoría.

En este contexto, conocer a Ana es una liberación, un verdadero alivio, un soplo de aire fresco en su vida. Le permite volver a respirar, alejarse del tóxico mundo familiar que la asfixia. Como si se tratara de una premonición, en el primer encuentro se desliza un beso accidental: chocan en la calle y, al saludarse…

-No pasa nada, soy Ana. Encantada –la mujer fue a darme dos besos, pero como yo aún no estaba del todo acostumbrada a aquella tradición española de saludo, torcí la cara en el peor momento.
Los labios de Ana tocaron los míos, besándolos accidentalmente. Mis ojos se abrieron como platos. Los de ella también. Pareció detenerse el tiempo. Me retiré, azorada. (Págs. 54-55)

Desde ese momento, Ana se convierte en el centro de su existencia. Primero es un respiro, después un escape, luego una tabla de salvación, algo más tarde una ilusión y, finalmente, Ana es el amor.

Su pelo negro y ojos color miel contrastaban contra su piel blanca y delicada. Qué hermosa era…Saqué mi cámara del bolso y aproveché para hacerle unas fotos sin que se diera cuenta. (Pág. 76)

Claire empieza a salir y relacionarse con el mundo bohemio, tan opuesto a su cárcel familiar. Para entonces, Manuel piensa que es mejor soltarle un poco las riendas, con la vana esperanza de que esto sea suficiente para “enderezarla”; así que permite que Claire monte un estudio de fotografía…en la casa de Ana. Ni imagina el grado de libertad que acaba de concederle y que su mujer está en pleno proceso de autodescubrimiento emocional.

No era la primera vez que mi cuerpo se encendía con el de una mujer, pero la diferencia residía, en esta ocasión, en que había un sentimiento que me arañaba por dentro. Ana me hacía sentir demasiadas cosas y, mientras mi mente luchaba por mantenerlas encerradas, mi corazón me desobedecía por completo y me agitaba de alegría. (Págs. 85-86)

Poco a poco, Claire y Ana van acercándose cada vez más, intimando e, inevitablemente, enamorándose. Y se arma la marimorena.

Manuel reacciona con rabia. Él es un hombre bueno y está enamorado de su mujer. Pero dista mucho de ser una víctima inocente. De los dos, quien primero engañó fue él, generando en Claire falsas expectativas sobre lo que sería su futura vida de matrimonio. Incluso ocultó algo tan importante como que esperaba de ella que le diera hijos, arrastrándola a una maternidad impuesta.

Cuando me pediste que me casara contigo, me hablaste de fiestas, de folklore…no me explicaste que ser esposa en España significaba que me convertiría en tu asistenta, cocinera, incubadora y amante sumisa y muda. (Pág. 120)

No jugó limpio, metió a Claire en una trampa de la que no podría escapar, y ahora no concibe cómo ella tercamente insiste en liberarse. Por otro lado, la “traidora” ya no ama a su marido, sino a Ana. ¿Quería Claire a Manuel? Claro que sí, pero hay amores más poderosos que otros, y el que siente por Ana ha arramblado con todo su corazón. Manuel es la tierra y Ana es el cielo.

Pero en la España de aquella época, esta relación amorosa entraba dentro del campo de lo delictivo. Si hablamos de relaciones entre mujeres (tortilleras, que era la despectiva palabra que se empleaba, como bien se refleja en la novela), era asunto muy grave -castigado con penas de cárcel o, psiquiátricamente, con inhumanas terapias de aversión. Pero, además, el simple status de mujer casada significaba la sumisión al marido y la total dependencia de él para realizar los actos jurídicos más básicos. Vemos cómo la policía intervenía para devolver a la esposa a “su” casa ante la simple petición del marido, que podía reclamarla por “abandono de hogar”. Esta era la situación de las mujeres casadas, ni más ni menos.

Si encima tenemos en cuenta que el divorcio no existía, por ser invención del demonio (como afirman algunas lumbreras eclesiásticas hoy en día que también lo es el matrimonio igualitario), para una mujer el matrimonio significaba dejarse poner los grilletes para toda la vida.

Claire vive ese cautiverio no sólo desde la opresión externa, también desde su propia confusión interior. Ella quiere hacer lo correcto, pero se encuentra en la disyuntiva de tener que herir a alguien, haga lo que haga. Por un lado, desea respetar su matrimonio con Manuel; por otro, oír los mandatos de su corazón y elegir a Ana, por quien siente un amor devastador. En esta lucha interior entre su compromiso y su libertad, Claire pronto entiende que no valen paños calientes, ni jugar a dos barajas. No puede tener a los dos, debe escoger, por doloroso que esto sea para el/la desafortunada/o.

Volver a casa con Manuel es elegir la seguridad, el sosiego, el cariño (porque no puede convencerse de que su amor por él llegue a la suela de los zapatos del que siente por Ana), salvaguardar el honor familiar, ser correcta socialmente…convertirse en una señora respetable, pero infeliz y prisionera en su propia casa. Elegir a Ana significa emprender un camino lleno de rosas, con sus espinas incorporadas, ¡y de qué manera! Ana lleva al amor fuerte y poderoso, pero también al rechazo, al ostracismo social y quién sabe si al psiquiátrico o a la cárcel.

Este es un gran valor de la narración histórica: recordar que hubo una época en que las cosas eran así de injustas. En suma, volver la vista para saber en qué mundo deseamos vivir y qué realidad no queremos que vuelva nunca. Qué era España entonces y qué no queremos que vuelva a ser.

Pero no temáis, que aquí no hemos venido a sufrir. A pesar de todos los obstáculos, el amor todo lo puede y más cuando es valiente. Esta historia merece un final feliz y esperanzador. Nadie va a terminar ni en una mazmorra, ni en un cementerio.

La novela posee muchos puntos fuertes. En primer lugar, tiene lo fundamental: una buena historia que contar. El estilo es fresco, muy natural, con un dinamismo prácticamente cinematográfico. No resulta extraño porque la novela fue concebida primero como guión para un largometraje, y eso se nota en cada página. Existe una dificultad evidente para transformar esto en una novela, pero el esfuerzo se ha visto recompensado porque el resultado es muy bueno.

En su mutación desde lo fílmico, la narración no se ha despojado del aspecto más visual. Según se lee, prácticamente se ve. Las descripciones son poderosas, casi te obliga a evocar los espacios y situaciones. Por su parte, los diálogos están bien construidos y armonizados con el conjunto.

La trama se adorna con anécdotas y situaciones divertidas que son lo más dulce del pastel. Siempre consiguen sacarte una sonrisa o, directamente, hacerte reír sin poderlo remediar. Por último hay que añadir que es de lectura fluida; en realidad el libro puede terminarse en una sentada. Con un buen ritmo narrativo, tiene el picante suficiente como para ir generando intriga incitándote a continuar leyendo.

Me ha gustado muchísimo: completamente recomendada. Hasta el punto que esta vez no voy a despedirme con la frase de siempre. Hoy lo haré con “Disfrutad de ella, seguro que os apetece”.

Edición que cito: N. Wainwright, Rhoda: She loves you. Ed. Pigmalión. Madrid, 2013.