Elisa, Nuria y Valeria son amigas desde la adolescencia. Han compartido muchas cosas, han sufrido juntas, disfrutado juntas y, desde muchos puntos de vista, han construido juntas sus vidas porque éstas han estado estrechamente entrelazadas.
En el año 2011, lejos ya de sus años más juveniles, Nuria y Elisa acuden a una cita en el acantilado que fue testigo mudo de sus íntimas emociones. Allí charlaron, se confesaron y se hicieron confidencias. El acantilado, con un hermoso y gran faro proyectando su mirada al mar, es el lugar idóneo para volver a encontrarse. Entonces, Nuria comienza a evocar los años en que las tres amigas vivieron lo que probablemente constituyó lo más intenso e importante de sus vidas hasta el momento presente.
A Nuria le gustan las chicas, a Valeria los chicos y a Elisa…no se sabe bien. Aunque se da por sentado, como suele suceder, que camina por la acera hetero mientras no se demuestre lo contrario.
Esto lleva a Nuria por el camino de la amargura. Sí, lo acabáis de adivinar: Nuria está perdidamente enamorada de Elisa, nada menos que desde los 14 añitos. Para una chica «normal» lo de enamorarse en la temprana adolescencia (básicamente pubertad) sólo genera los problemas lógicos del evento: el típico deshoje de margarita -me quiere, no me quiere- y poco más. Pero Nuria sufre lo indecible porque además de insegura, está aterrada. Lleva años aterrada. Sabe que su amor es algo prohibido, algo que hay que ocultar a toda costa.
No he hecho nada, pero siento miedo, vergüenza y culpa. Algo va muy mal en el mundo si una chica de diecisiete años se siente así sólo por amar.
Valeria lo sabe. Valeria lo sabe todo porque es la mejor amiga que se puede tener: ella intuye cada sentimiento de Nuria porque la conoce y la quiere. Así que un buen día, en el acantilado, fuerza a base de humor la confesión aterrorizada de Nuria. Es una escena divertida y amable a la vez: Valeria declara «angustiada» su predilección por el género masculino, invocando la comprensión de Nuria, en un intento de que su aterrorizada amiga se abra por fin, con la estrategia desdramatizadora de poner al mismo nivel su atracción por los hombres y la orientación homosexual. El siguiente paso es que Nuria le diga a Elisa lo que siente por ella. Esto es más difícil, porque Nuria se ha refugiado en coartadas imposibles durante años y sigue padeciendo el mismo miedo insuperable del primer día.
Nuria siente lo que todas hemos sentido y que no debería sentir nadie. Miedo. Porque estaba prohibido amar a otra chica y era lo peor que podía pasarte en la vida. Ante tus ojos se abría una perspectiva tan terrorífica, que todo el pensamiento se centraba en que «se te pasara» y volver a «ser normal».
Es lo primero que aprendí. A esconderlo en un puño cerrado tras la espalda, mientras los demás lo mostraban en su palma abierta. A no pronunciar determinadas palabras, sentimientos, anhelos. Aprender que callar es la mejor opción, porque el silencio es la norma. Una norma que debería estar en el banquillo de los acusados, trabada por cien cadenas. Por delito de desamparo sentimental. Por condenarnos a vivir en voz baja, con una vida amputada.
Se trata de una defensa clara y didáctica de la visibilidad desde la perspectiva del daño emocional tan íntimo que se experimenta. Casi resulta apto para lo imposible: explicarle a quien no lo ha sentido (por ser hetero) lo que se sufre sólo por estar en el armario, las heridas que provoca la presión social, las consecuencias psicológicas e, incluso, las catástrofes que puedes llegar a hacer con tu vida por el miedo tan terrible que tienes encima. Creo que este es uno de los textos con los que las personas heterosexuales pueden comprender lo que implicaba (y por desgracia, aún implica para mucha gente) el simple hecho de ser homosexual.
Muchos y muchas hemos llegado agotados hasta aquí, no pueden no entenderlo, no pueden dejar de comprender que las dudas formaran parte también de nosotros, pero no porque nos rechazáramos per se, sino porque nos enseñaron a hacerlo.
Elisa y Nuria se encuentran por fin frente a frente, en el acantilado que tanto importó años atrás. Tienen cosas que decirse, asuntos que aclarar y cuentas que saldar. Ambas terminaron por alejarse de un modo bastante abrupto y ahora, dieciocho años después de haberse visto por última vez, es tiempo de recordar y resolver los temas pendientes.
Nuria comienza a relatar en ese momento la historia de las tres amigas. Lo hace rememorando, pensando y reviviendo los recuerdos. La narración empieza entonces a tejerse con una puntada del pasado y otra del presente, con los años vividos insertándose en los recuerdos de Nuria durante su cita con Elisa. La impresión final es que Nuria no sólo recuerda, sino que «revive» con total nitidez todo lo que ocurrió. Como puede verse, la técnica de Elisa frente al mar
Que las dos mujeres que hoy recorren este camino de tierra lo hacen sobre el recuerdo de dos adolescentes con la vida a ras de piel. Es una curiosa sensación de desdoblamiento, de andar a caballo entre dos tiempos imperfectos.
Aparte del valor de la técnica, lo que subyace en el fondo es una idea sugestiva: el pasado sigue siendo parte de nuestra existencia, no desaparece. Es más: lo que somos en el momento presente es lo que se ha ido construyendo con la vida anterior. Como dice Nuria con mucha claridad: «Esto es lo que soy porque una vez Elisa estuvo en mi vida».
Elisa, efectivamente, estuvo en la vida de Nuria de una manera muy intensa.
Todo empezó cuando por fin Nuria accedió a declararle a Elisa su amor. Venciendo por fin el miedo (y gracias a los empujones propinados por Valeria), Nuria se decide a tirarse en plancha y soltarlo todo. Pero, oh mala suerte, para entonces Elisa está bastante desconcertada ante la actitud decididamente extraña que Nuria ha adoptado siempre. Nuria ocultó su amor bajo la apariencia de amistad gordísima. Es más, se siente algo culpable porque piensa que ha utilizado esa amistad para estar cerca de Elisa. Nuria está hecha un lío, es la verdad. Pero Elisa no lo está menos, así que opta por la peor de las estrategias a seguir en ese momento: anunciar que un chico le ha pedido salir. Por una parte, Elisa busca el cobijo de una relación heterosexual, pero por otra, quiere empujar a Nuria a que reaccione y diga lo que tiene que decir. Nuria se paraliza por el pánico, se siente morir y…adiós declaración. Lo que le resta a la fracasada declarante es llamar a Valeria para desahogarse entre hipos y llantos. Valeria coge el teléfono y exclama:
Repítemelo, pero esta vez despacio, por favor. No tengo el diccionario «lloriqueo-español» a mano.
Ya lo véis, el humor no está ausente de la historia. Todo fluye de una manera natural, porque es la crónica de la vida de personas «reales», con sus momentos felices, sus ratos divertidos, sus malas decisiones, sus relaciones conflictivas y un suceso trágico que cambia el rumbo de las expectativas vitales de los personajes (y que no desvelaremos jamás, como otros muchos acontecimientos interesantes de la trama, de los que para enterarse sólo resta una solución: leerse la novela). 😉
El reencuentro de Nuria con Elisa en el acantilado tras tantos años, es una entrevista catárquica. Su relación fue honda y apasionada, pero también tumultuosa y marcada por el miedo. Existen demasiadas emociones superpuestas y mezcladas. Es hora de pedir perdón y de darlo.
Llora en silencio y yo siento restos de una rabia indisoluble que lucha por mantenerse en el lugar que cree ocupar legítimamente en mí.
Nuria está muy dolida con Elisa, lo cual no es de extrañar. Pero aquí no hay víctimas ni verdugos, sólo seres humanos de verdad: que se equivocan, porque tienen tanto miedo que en un momento concreto de su vida no pueden permitirse más que ser cobardes. Como bien se dice en una parte del texto, ser cobarde no es ningún delito. Cierto. Pero para ser feliz y no preparar una debacle con tu vida y de paso con la de quien más quieres, hay que ejercitar la valentía. Porque con esconderse únicamente se llega a la infelicidad. Y todo el mundo acaba pagando por ello.
Elisa, tras dieciocho años, ha aprendido más que en el resto de su vida sobre lo que perdió. Nuria tampoco es la misma. Las dos han llegado al final del significado de sus sentimientos: este es un gran amor. Este tipo de amor no se puede matar, no se puede arrancar, ni destruir, ni se puede ignorar. Como mucho, parecer un león dormido, capaz de despertar en cualquier momento ante el estímulo más inesperado. Nuria quiso olvidar a Elisa y por los resultados no puede decirse que haya cosechado mucho éxito; Elisa, por su parte, abonó bastante el campo de la destrucción. Pero Nuria y Elisa se aman, y nada ni nadie puede cambiar eso, ni siquiera ellas mismas.
Así que no temáis: en esta novela se abordan cuestiones conflictivas, puesto que la vida no es fácil y las historias no pueden ser reales y a la vez de color de rosa. La vida es así, el amor es así y las personas somos así: imperfectas. Pero no os asustéis, no se trata de un dramón con el que terminar deprimidas (esos de los que estamos tan hartas). Esta es una novela esperanzadora, con FINAL FELIZ. De verdad, os lo prometo, termina bien. Eso sí, como todo lo que merece de verdad la pena, ese final feliz es de los que ha costado mucho alcanzar. Hasta aquí, el comentario sobre la trama. No voy a decir nada más, ni qué pasa con Valeria, ni qué ocurrió con la relación de Elisa y Nuria, etc, etc. Esto es una reseña y no un cotilleo, tenéis que comprenderlo. 😉 Sí voy a subrayar algunos aspectos que me parecen importantes para comprender por qué este libro resulta recomendable.
En primer lugar, la trama está muy bien construida. El argumento es inteligente, las situaciones se entrelazan con fluidez y la narración se desliza con la rapidez necesaria como para que la persona que lee sienta que le llama seguir leyendo varias páginas más. Desde mi punto de vista, este es uno de los valores más sobresalientes que puede tener una novela.
Las escenas de amor físico van desde lo más tierno a lo más apasionado. Pura poesía y contención cuando se trata de expresar la inocencia y la entrega. Y puro arrebato de fuego cuando lo que se persigue es la pasión.
Tengo mil besos para ella. La beso desesperada, incrédula, ávida, temerosa, torpe, nueva, desconocida. La beso con mis labios, con mi anhelo, con mi silencio, con la voz que acabo de encontrar.
En cuanto a los personajes, están esculpidos a la perfección. Se han construido desde el esfuerzo de mostrar su corazón desnudo y parecen tan reales que podrían respirar por sí mismos.
No estamos ante el típico libro lésbico lleno de las convenciones que suelen poblar el género. Es diferente, íntimo, muy emocional…consigue hacer entender lo más profundo del alma de los personajes, hasta lograr que comprendamos por qué actúan así, aunque sus decisiones sean erróneas.
Finalmente, conseguir dibujar un amor tan grande, recurrente y complicado, no resulta tarea fácil. Siempre es agradable encontrarse con sentimientos tan poderosos, tan persistentes e indestructibles.
Por todo lo dicho, no queda más que recomendar «Elisa frente al Mar». Es una novela que merece la pena leer; os aseguro que resulta una experiencia inolvidable. Disfrutadla, si os apetece. 🙂
Edición que cito: García, Clara Asunción. Elisa frente al mar