Sin control libro lésbico

Dicen que Napoleón defendía que los mejores perfumes se guardan en frascos chiquitos. No está clara la autoría de la frase, pero desde luego le pega mucho, habida cuenta tanto de su exigua estatura como de su inexistente humildad (dado que se refería a sí mismo, por supuesto). Pues bien, me viene al pelo la cita para empezar la reseña de este libro lésbico: una mini-novela concisa, breve, eficaz y competente. Vamos a ver por qué.

En Sin Control la vida de Carmen transcurre sin mayores sobresaltos. Trabaja cual mula para pagar las facturas, el alquiler y todas esas cosas, vive en plan single teóricamente heterosexual, llega a fin de mes a duras penas…En fin, lo que viene a ser una existencia bastante común y corriente. Pero un día (aciago o provechoso, según se mire) ocurre algo trascendental que pondrá esa normalita vida completamente patas arriba.

Iba ella tan tranquila por las calles de Madrid en su cochecito, cuando de repente una loca se salta el semáforo y la embiste, provocando que se quede sin medio de locomoción. La loca en cuestión se presenta: dice llamarse Paloma. Paloma ofrece llevar a Carmen en su coche, ya que ha destrozado el suyo. Carmen acepta y de paso acepta también que la invite a cenar. Ella se ve impelida por una fuerza irresistible que la arrastra hacia esa mujer, que la subyuga, la seduce, le hace perder la razón (literalmente). Una sensación de peligro planea por la mente de Carmen. Pero, demonios, las timoratas se pierden toda la diversión, así que decide tirarse al ruedo y largarse a celebrar con Paloma que se han conocido (sí, ese es el motivo de la fiesta, según Paloma). Vaya, parece que las cosas se están poniendo interesantes.

En efecto, Carmen y Paloma charlan, simpatizan, intiman y…bueno, terminan por intimar aún más primero en la moqueta y después en la cama.

Carmen descubre los placeres que una mujer puede proporcionar. Carmen se obsesiona con Paloma, no puede dejar de pensar en Paloma. Carmen comienza a reconocer que se está enamorando de Paloma, cuando en realidad ya está completamente colada por ella. Carmen, que pretende no ser lesbiana (lo cual es todo un clásico en la mente de las mujeres pre-lésbicas: esas se devoran con los ojos a toda la población femenina desde que tienen uso de razón y creen -o se empeñan en creer- que sólo es una etapa en su desarrollo), termina por confesar a gritos en una cafetería a su mejor amiga que se ha enamorado hasta los centros de una mujer. Recomiendo este pasaje, es muy divertido.

Pero Paloma no es una persona convencional, ni mucho menos predecible. Más bien es un nido lleno de sorpresas (sé que aquí puedo hacer un chiste, diciendo «un bollo preñado de sorpresas», pero vamos a dejarlo porque sólo lo entenderían las asturianas o aficionadas a dicha gastronomía). Lleva tiempo sin dar señales de vida -ni de muerte- y de repente, oh sorpresa, aparece junto al portal de Carmen justo cuando su amiga confidente la acompañaba a casa. Obviamente, la tal amiga cómplice hace mutis por el foro para dejar a las tortolitas a su aire.

Entonces Carmen entra en la espiral de la tontada: está dolida porque Paloma no la ha llamado, ni la ha escrito, ni la ha nada. Lo lógico hubiera sido pedirle explicaciones a la moza ilocalizable. Pero no, Carmen está tan atontolinada que olvida que no hay mejor defensa que un buen ataque. Y se inventa una excusa simple y bobalicona por no haber tomado las riendas en la búsqueda de la amante perdida: “Uy, perdí el número de tu móvil”. ¡Y es tan fácil pillar una mentira así! Paloma se enfurece con el embuste, se larga bruscamente y, una vez más, desaparece durante un tiempo.

Paloma salió de mi casa dejándome dos copas manchadas de carmín y vino encima de la mesa, el deseo en el cuerpo y su corta visita, llenándolo todo de dolor y caos. Se esfumó como el humo del tabaco que había quedado prendido en mi techo.

Carmen ha quedado desolada. Siente que le falta algo importante, pero lucha consigo misma para quitarse la adicción a Paloma. Y lo hace hasta tal punto que acaba por creerse que, efectivamente, ha extraído todo lo que de Paloma circulaba por sus venas. Entonces, un día cualquiera, la desaparecida reaparece y la invita a cenar. Carmen queda con ella para darse el gusto de cantarle las cuarenta. Y vaya si se las canta: a la mitad de la cena se echa a llorar y confiesa de plano cuánto la echa de menos, cuánto la ama, cuánto ha penado por los rincones todo el tiempo en su ausencia y cuántas tonterías ha llegado a cometer.

En estado de completa rendición, Carmen vuelve a engancharse a Paloma. Viven bastante felices, envueltas en una relación aparentemente normal. Pero hay algo raro en el ambiente. Y Carmen no puede dejar de notarlo, aunque no quiera reconocerlo. Pronto ve lo que no desearía haber visto.

Es curioso que hace tiempo tengo la impresión de ser el gato al que mató la curiosidad.

La mentira comienza a invadirlo todo como una mancha de aceite. Pero, por más que sospeche, que intuya que Paloma oculta algún oscuro secreto, Carmen es incapaz de razonar. Está absorbida, vampirizada, inerte ante sus encantos. Como ella misma reconoce, Paloma es una droga muy dura por la que sufre una tremenda adicción.

Un día, todo se rompe en mil pedazos. Carmen descubre que Paloma no es quien dice ser. Lógicamente, las impresiones terribles se traducen en resultados catastróficos y sufre una crisis nerviosa.

Pero, entre todas las turbulencias de su espíritu, perfila un objetivo. Encontrar a Paloma, descubrir su secreto y hacerla pagar por todo lo que le ha hecho. En este punto, el libro se convierte casi en una novela negra. Carmen se siente engañada, traicionada y estafada, y eso saca de sus tripas los sentimientos más oscuros. Nadie sabe lo que es capaz de hacer un animal herido: Carmen está «Sin Control «.

Por más que me imaginaba a mí misma frente a ella, no acertaba a calibrar mi respuesta y tenía miedo de mi propia reacción. Lo tenía porque un hondo, oscuro e implacable odio estaba naciendo desde el fondo de mi corazón y me invadía por completo causándome una metástasis que invadía todo mi maldito ser».

Su investigación la llevará a la verdad. Pero la verdad no siempre cura las heridas del corazón, porque a veces es tan dura que hace muy difícil el perdón.

La novela tiene una estructura curiosa, muy original. Comienza con el capítulo titulado «Carmen», que es un relato de evocación de un episodio de su infancia. Creo que sólo por este capítulo, ya merece la pena leer la novela. Una niña perspicaz y difícil de engañar por las apariencias, cuenta cómo les explicaron en el colegio la sexualidad humana. La tal clase despierta en los niños una confusión mayúscula, por la manía de recurrir a metáforas para no hablar claramente de un tema tan espinoso. Carmencita absorbe la información y la transpone a su realidad vital, descubriendo con inocente lucidez lo que la hipocresía adulta trata de ocultar a sus ojos. Es un mini-relato fresco, divertido y revelador en el que también se ve cómo la educación moralizante trata de aplastar las tendencias «inaceptables» de una niña, pero siempre dejando vía libre a los pecados adultos, bien protegidos por el fariseísmo social.

En el siguiente capítulo, que comienza con una referencia a “Hijos de la Ira” de Dámaso Alonso -porque en Madrid vive una cantidad importante de cadáveres-, los protagonistas son los pensamientos de Paloma (el capítulo se titula así). Aquí se nos desvela qué pasaba por su cabeza justo antes de empotrar su coche contra el de Carmen y, por tanto, por qué conducía tan agitada y tan imprudente. Es una pintura breve y exacta de la desolación total, de la desesperanza. Paloma cree haber llegado al límite de sus fuerzas, en medio de una sociedad que más que colmena es avispero. Está convencida de ser víctima de una maldición: quien se acerca a ella sólo piensa en devorarla (sexualmente, se entiende), pero nunca en amarla.

Y a partir de ahí, «Sin Control» -así se llama el tercer capítulo-toma el control de la novela. Y comienza, de hecho, la narración principal de la obra, que se centra en la tormentosa historia entre las dos mujeres. El plato fuerte del libro es sin duda el estilo. Se percibe un gran interés por buscar palabras no gastadas, por encontrar la expresión justa y alejada de lo corriente. Destaca la habilidad que demuestra la autora para ver lo sorprendente en lo habitual, encontrando expresiones que son auténticos hallazgos de poesía cotidiana.

La observé en una desnudez líquidamente preciosa

El estilo cuidado no lastra el desarrollo de la trama. Y a la par que la historia avanza con soltura, no por ello se abandona la calidad de la forma .Es como si hubiera un pacto entre la prosa elaborada y un desarrollo ágil de la acción.

En aquellos instantes demasiados pensamientos invadieron mi mente como enanos enfadados que se rifaban un premio».

La novela termina con un epílogo titulado “Sobre el amor romántico”. Resulta muy interesante, y en él la autora explica varios aspectos de la obra, entre ellos su génesis. El libro fue escrito con el propósito de conquistar a su mujer. La verdad, no se me ocurre propósito ni motivación más noble: eso sí que es “escribir por amor”.

Ella me sonrió sin decirme nada y me besó dulcemente los labios y entonces comprendí que no hay lugar más acogedor que los labios de la persona que amas.

Recapitulando, y por todo lo dicho, es un libro a recomendar. Que lo disfrutéis, si os apetece.

Edición que cito: MARTÍN, Mónica. Sin Control . Edición Kindle. 2013.