Después de terminar una relación de seis años, desde hace cuatro que vivía pensando (convenciéndome) que no hay nada mejor que ser soltera y LESBIANA, en Perú.
Voy y vengo por la ciudad, a paso lento de loco desnudo, con las manos hasta el fondo de los bolsillos, despreocupada, sin apuro y sin complicaciones. Veo las faldas que me apetecen (#MePartoElOjo). Hablo, toco, muerdo, escucho, entro, salgo, dejando en claro que mi terror al compromiso es irremediable. Tengo la firme convicción de saber que esta no es una etapa que ya pasará, como todos dicen, y es que… salir por la puerta falsa se me ha hecho un estilo de vida.
Dicen que «el amor no se busca, te encuentra». Este tiempo sola (#Bueeeeno), me enseñó que ese dicho está muy equivocado. El amor no te encuentra, ni se busca (#NiNiMierda), simplemente (#ElMuyHijoEPuta), te ronda, como un tiburón hambriento, en círculos, despacito, como un león agazapado y vigilante cuando encuentra un confiado suculento venado y de pronto…(#lalalala), cuando menos lo esperas… O.o SUAZ!!
(#TeJodiste)
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Hace un par de lunes cualquiera, mirando por doceava vez el tren pasar por mi ventana, con mi adictivo inseparable té de las mañanas, me preguntaba si rendirle culto a la imagen perfecta de mi casi casi canonizada ex, no habría alcanzado límites insospechados e IDIOTAS, en este largo tiempo y si tal vez ya era tiempo de cerrar el libro (#QuemarloRomperloPulverizarlo) y continuar.
Así que, como si los astros hubieran confabulado a mi favor, como si Afrodita me hubiera guiñado el ojo, como si me hubiera metido una bañada con ruda, como si el chamán del norte me hubiera pasado el cuy, ella, la que nunca tuve, apareció.
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La vi por primera vez hace unos 8 años, en una concurrida discoteca de la época. Iba yo con mis zapatillas Simple azules nuevas (#lesdidealma), un pantalón de bolsillos a los lados, que cerraba con las justas y un polo que desapareció en alguna casa, bien peinadita y oliendo a demasiado perfume, acompañada de cinco partners, ahora casadas, comprometidas o recuperadas, dirigidas hacia «el buen camino»(#Amén) que tengo en el Facebook y que saludo sólo en sus cumpleaños. Entramos dispuestas al ataque, de pesca, de cacería, de trampeo, de «looking for» (#AQuéMas?). Después de comprar las respectivas jarras de algo parecido a cerveza de dudosa procedencia (#niaesollegabaesavaina), venía la típica vuelta del «A VER QUE HAY PUES» y de pronto, al lado de un parlante gigante retumbante y rodeada de chicas de similar aspecto, estaba ella, bailando con los ojos cerrados como si no estuviera allí, sumergida en el humo de cigarro en el que antes nos envolvíamos en todos los antros, el que era la prueba del delito en el olor de la ropa al otro día, por lo que sabían nuestros viejos que estuvimos de juerga (#sabeDiosdondeteHasmetidoMuchachaDeMier), como un holograma perfecto, moviéndose torpe y llamativamente debajo de las luces psicodélicas que la hacían parecer una rock star que intentaba pasar desapercibida.
Su pelo rubio se meneaba ajeno a su cintura dejando por segundos al descubierto su rostro adolescente, bellamente dibujado en un anime de Sailor Moon o salido de una revista de Cyzone.
Me quedé de una sola pieza, observándola, con el vaso en la mano derecha que dejé de sentir hasta que escuché los pifeos por haber derramado el apreciado líquido elemento.
– ¡Miraaaaaaa! (#ConCaraDePirataQueEncontróElTesoro) dijo una chica pálida y con dificultad para pronunciar la R, de mi grupo, dirigiendo su esquelético dedo hacia el grupo de chicas de pinta del Villa María, donde estaba ella, la pequeña inspiración de cualquier cuento de hadas o de alguna fantasía pedófila.
– ¡Miraa, miraaaa! repitió graciosamente nuestra compañera, dando saltitos como mono de feria.
Los ojos de las otras cuatro se desorbitaron al ver el botín y casi saliéndose de su eje dijeron al unísono: ¡AHHH! ¡AQUÍ ES!
La noche por fin tomaba sentido.
Con obvia dirección, poco tacto y entre risas, nos acercamos al grupo de señoritas, instalándonos como quien no quiere la cosa, al ladito, casi pegadas, con la excusa del espacio, acomodando las numerosas jarras puestas estratégicamente en el medio, lo suficiente visibles y apiñadas como para que sepan que allí era LA FIESTA y que sólo bastaba una miradita de medio lado para que fueran servidas de inmediato.
La noche pasaba a ser madrugada entre música de los noventa y algarabía, alguna chica del universo paralelo pidió un cigarrillo descuidado a la de la R, y otra conversaba amenamente con la más graciosa del grupete, que nos sacaba la lengua y nos guiñaba el ojo en cuanto la «señorita premio» se descuidaba.
Yo, seguía atontada, hipnotizada, mirando de reojo a la chica de la boca más bonita que la que le dibujo Gepetto a Pinoccio, que ya iba tambaleándose al baño unas diez veces a esas horas en las que seguramente ya debía estar en casa.
Y cuando ya el humo se disipaba, las canciones se repetían, la moral se me caía y la excusa del espacio pasaba a mejor vida, ella se acercó.
(#GraciasDiositoDesdeAhoraPrometoPortarmeBien).
Estaba en un instante, en un segundo de distracción frente a mi, bailando más torpe, más tierna, más linda, más todo, con barra de sus amigas incluida, ante la mirada sorprendida de mis acompañantes, con los ojos más cerrados que antes (si acaso existiera un nivel de poquito a bastante, en aquello que yo percibí al tenerla tan cerca).
No podía creer lo que todos mis sentidos contemplaban, me di cuenta que tal vez mi notoria insistencia al mirarla en demasía había ocasionado un usual juego de apuestas, y que ella, rebelde y caótica, había venido a mi para demostrar su desenfado. Recuerdo pensar mientras bailaba: ¡POR MI QUE GANE!
La cercanía entre las dos se hizo una fina línea y a segundos de su boca, le susurré: ¿QUIERES MATARME DE UN INFARTO? Sonrió con la sonrisa más pícara y coqueta de la que podía hacer acopio, casi cayéndose y en un beso infantil y breve desapareció como vino.
Minutos más tarde y con la actitud de I’M THE WINNER SUCKERS, me fui a casa aún con su olor a canela y trago dulce en la boca.
Unos meses más tarde la volví a encontrar, mas seria, sentada en un sillón, rodeada de las mismas chicas, con cara de pocos amigos, vestida de negro, delineada fuertemente con sombras oscuras, con un trago colorido a la mitad en la mano donde llevaba una pulsera gruesa de cuero, en otra discoteca, más grande y más de moda.
¿QUÉ PODÍA DECIRLE?
Yo estaba con alguien en aquel momento y había prometido llegar temprano, así que mirándola como si estuviera viéndola por última vez, me fui, pensándola en el taxi de regreso. Imaginando lo que tal vez le hubiera podido decir.
El destino teje de manera extraña y es un buen humorista, le gusta reír a nuestras expensas, y me gusta como disfruta seguramente haciendo travesuras.
Años más tarde mi querido bufón nos llevó a ser amigas, en interminables conversaciones de chat de madrugada yo fui su diario o una suerte de confidente de su historia de amor fallido, su almohada predilecta para llorar o hablar de música y películas, una innegable fiel compañera de fines de semana por algún tiempo.
Así como vino se fue otra vez, por mi manía a la sinceridad y su poca predilección a mi manera de decirla.
Varios años más tarde, en la novedad del positivo rescate de amistades, regresó y esta vez, la veía sonriendo como antes, hermosa, pero con la mirada fija hacia mi, entre gestos que se me hacían demasiado familiares, en un claroscuro divinamente mancillado por su sombra bajo mis sábanas.
No podía creerlo, ella estaba allí, conmigo, entrecerrando los ojos y la boca, esa boca.
Dentro de ese instante efímero de sus preciosos ojos caramelo, me di cuenta de mis dos opciones: CONFORMARME con una posible mediana felicidad, porque sentí que en ella no encontraría lo que buscaba, pues no podría reemplazar el recuerdo de aquella otra que después de todos estos años no he podido olvidar, o… SALIR CORRIENDO (#paravariar).
Una vez más, el destino me dejaba las fresas en la fuente, pero me quería hacer un trueque por la crema.
Por supuesto, ella desapareció otra vez, antes de animarme a correr.
Pintura de la talentosa: Andrea Barreda