¡Hola! Mi té de manzana y canela sabe a ti. Las horas pasan presurosas allá afuera, pero aquí, vida mía, todo está detenido en el viento. Es que en casa dejaste ese perfume tuyo que tanto anhelo a diario. Ese que me ronda hoy mientras beso el aire que va hacia el norte, que es el que tú debes estar respirando.

Confieso en este, mi mundo de letras, que mi patético speech de neosoltera al iniciar este blog no es el mismo.

Hoy que la felicidad parece asomarse por mi deteriorada puerta, recuerdo cientos de anécdotas que ahora son jocosas situaciones de las que puedo reír a carcajada batiente, sintiéndome estúpidamente orgullosa. Tal vez, si no hubiera pasado por tanto, no te hubiera encontrado.


Un día como hoy de frío invernal, estaba caminando por las galerías de arte de Barranco. Buscaba imágenes o algo que me impactara y me sacará de la asfixiante rutina laboral.

El arte siempre fue un buen aliciente para despejar mi mente cuando no arranco ni pa’ tras ni pa’ lante. ¡Con esta chica de la que tengo que contarte me fui de frente y sin freno apenas la conocí!

(Esta historia está explicada en diálogos que recreo en mis salidas amicales cada vez que la ocasión de «stand up» lo amerita. Contiene palabrotas y demás. Cualquier parecido con la realidad, no es coincidencia).


La que es celosa, no es nunca celosa por lo que ve, con lo que se imagina basta. Jacinto Benavente.

María Luisa Iparraguirre, era la típica flaquita miraflorina estudiante de comunicaciones de la Universidad de Lima. Con la familia perfecta. La sonrisa de revista. Siempre perfumada. Porte de modelo. De rasgos gringos. Positiva. Deportista. Amante de los animales. Caprichosa como Dios manda. Tan engreída como para comértela a besos.

(#EsasMeCaganLaVidaCuñao).

Iniciamos una relación de inmediato. Los días pasaban entre cursis mensajitos y manifestaciones de purito amor. ¡En la cama la muchacha era un as! Los juegos de roles eran sus preferidos. No había modo de no pensar en ella las veinticuatro horas.

Lo que más me gustaba era su modo de celarme. Las palabritas que utilizaba para reclamarme cualquier cosa, venía acompañada de apasionantes besos y terminaba en una revolcada de la patada. Todo en ella me parecía sexy. Su manera de cuidarme me embobaba. Literalmente babeada por ella.

Mi trabajo en ese tiempo constaba de muchas reuniones sociales y de un horario bastante impredecible. Nunca podía hacer planes concretos. Estaba supeditada a las exigencias de la vida nocturna y de aburridos eventos obligatorios. Esto hizo que mi flamante novia no solo anduviera de un humor de perros, sino que también se quejara como uno al que le pisaban la cola.

Decidí que la llevaría a cuanto asunto de chamba se me presentara para que esté mas tranquila.

(#AquíEmpiezaLaWebada) (#TaQueYoNoAprendoPorLaRptm)


María Luisa: ¿Por qué esa tipa te mira de esa manera?
Nella: ¿Quién? ¿Cómo? ¿Cuándo? O.o
María Luisa: Así. Como si te tuviera hambre.
Nella: Ay amor. Esa señora está casada y tiene mil años.
María Luisa: No importa. No quiero que la mires.

(#Csm)


María Luisa: ¿Quién es la chica que saludaste?
Nella: Es una practicante del estudio.
María Luisa: ¿Y por qué se te acerca tanto? Tehabla mirándote la boca.
Nella: ¡Ay amor! Tiene diecisiete años. Es una criatura.
María Luisa: No sé, pero no me gusta cómo se pega a ti. Es una zorra. No me hagas decirle algo feo. No le hables.

(#Csm)


María Luisa: ¿Cuántas veces te he dicho que no le sonrías así a las mujeres?
Nella: ¿Qué mujeres? ¿De qué hablas?
María Luisa: No te hagas la estúpida. Sabes bien de que te hablo. Vámonos a casa. Me revienta que no entiendas que me faltas el respeto comportándote así con todas.
Nella: ¿Qué todas? Vámonos si quieres, pero no entiendo nada.

(#LaRcsm)


El tema se volvió insoportable. Llamaba a todas horas. Me pedía que me quedara en silencio para escuchar las voces de quienes estaban a mi alrededor. Si no escuchaba voces decía que estaba en algún cuarto de hotel o que me había encerrado en algún baño para hablarle. Cuando le decía que estaba volviéndome loca, me abrazaba, me decía que me amaba, que no podía dejar de pensar que podía perderme. Que la entendiera. Que estaba enamorada. Que se moría de celos porque me quería solo para ella.

Yo respiraba y me calmaba. Ella era tan linda, tan detallista, tan ardiente cuando estábamos solas, que no quería perder eso.

Los celos nos gustan al comienzo, porque pueden confundirse con interés de parte del otro lado. Es rico, pero todo se transforma con el tiempo. Los celos nunca traen nada bueno.

Pronto todo fue empeorando.

Empezó a revisar mi teléfono. Me inspeccionaba la cama por si había alguna hebra de pelo que no fuera de ella. Me olía la ropa por si había otro perfume que no fuera el mío. Aparecía a horas inusitadas para convencerse que estaba sola en casa.

Le agarró afición a las cachetadas y a llorar después pidiendo disculpas.

¡Mierda! Ya estaba para el manicomio la flaca. Empezamos a perder la calma y las buenas costumbres. Extrañamente no podía desprenderme del drama emocionante aunque me aturdiera, hasta que, una noche, a media luz, en medio de una sesión amorosa y desnudas ocurrió esto:


María Luisa: Tienes un moretón en el brazo. ¿Quién te lo hizo? ¿Con qué perra me engañas?
Nella: ¡Carajo! Me habré golpeado. Ya vas a empezar con tus cojudeces.
María Luisa: Ese moretón tiene forma de dedos. Te han presionado. Eso se nota. Me quieres mentir en la cara. ¿Con quién has estado? ¡Me estás engañando!
Nella: Oye loca. Ya no te aguanto más. Se acabó. Me tienes webona con tus celos enfermos. ¡Me voy!
María Luisa: ¡Si me dejas me mato! ¡Me voy a tirar del cincuentavo piso del centro cívico!
Nella: ¡El centro cívico tiene treintaitréspisos!
María Luisa: ¡Entonces bajo hasta el treintaitrés pero lo hago!
Nella: ¡Encima de loca, bruta!
María Luisa: ¿No me crees? ¡Te juro por las cenizas de mi padre que me mato!
Nella: ¡Pero si tu padre está vivo!
María Luisa: ¡Lo juro por las cenizas de su cigarro entonces pero yo me tiro!
Nella: ¡Ah! ¡Loca, bruta y payasa! ¡Me tienes harta! ¿Quieres matarte? Mátate.

Mientras me ponía el pantalón le dije que me iba, que no quería encontrarla cuando regresara.

Tenía los nervios de punta. La relación me había afectado a tal punto, que si se me acercaba alguna mujer, cualquiera, me ponía a temblar.

Sólo quería no verla nunca más y recuperar la tranquilidad anhelada.

Los mensajes de texto no se hicieron esperar. El grado de desesperación era tal que cambié de número y salí de viaje.

Cuando regresé, dos semanas después, recibí una llamada al celular nuevo, de parte de su mejor amiga, diciéndome que María Luisa estaba en la clínica, debatiéndose entre la vida y la muerte.

Manejé pasándome todos los rojos. Quienes me conocen saben que detesto manejar y que no lo hago a menos que sea un caso excepcional.

Llegué a la sala de emergencias y no había nadie con ese nombre ingresado en la lista.

Salí y vi su carro estacionado. Ella fumaba y me miraba con esa carita de santa que tanto me había gustado. Me quedé parada unos segundos. Cerré los ojos. El recuerdo de su boca hizo agua la mía. La miré otra vez y…salí corriendo como alma que lleva el diablo.

(#PatitasMeFaltaronCsm).

Pintura de la talentosa: Andrea Barreda