Las Mujeres de Sara por Eley Grey

Sara acaba de salir de una relación difícil, incluso podría decirse que un tanto tóxica. Claudia ha sido alguien importante en su vida, pero lo que no aportó precisamente es estabilidad. Con una abrumadora necesidad de descanso y de airear la mente, Sara emprende un breve retiro a un pequeño paraíso rural donde siempre se sintió cómoda y plena. Se trata de un pueblo de montaña encantador en Alicante, en el que espera reiniciar su disco duro para volver a Madrid rehecha y con la experiencia superada.

No es su primera vivencia amorosa. Cuando, recién licenciada en Filología Hispánica, aterrizó en Madrid dispuesta a comerse el mundo, le salió un puesto de camarera en un bar de Chueca, lo que menos podía prever es que lo que parecía un trabajo sin horizontes fuera en realidad su mejor oportunidad. Allí conoció a una mujer de gran importancia en su existencia: Sofía. Sofía le abrió las puertas de su futuro laboral, contratándola en su periódico. Y Sofía hizo mucho, mucho más en la vida de Sara.

Ya en el pueblo, todo parece ir según lo planeado. Cena con amigos, agradable conversación, nuevos conocidos –entre quienes se encuentra una chica que despierta su interés, de nombre Susana-, etc, etc. Pero las que prometían ser unas plácidas vacaciones campestres pronto se tornan en algo más siniestro.

Cuando se comete el primer asesinato todos piensan que no habrá ninguno más. Se equivocan.

Y enseguida Sara descubre que ella misma está en peligro, exactamente en el punto de mira del/la asesino/a.

“Las Mujeres de Sara” es una novela que combina a partes iguales la intriga con el amor y las relaciones personales. Pero además está dotada de un trasfondo que da profundidad a la acción y a los personajes.

Lo religioso, por ejemplo, planea como telón de fondo por la obra en tres aspectos principales. Para empezar, en su propia estructura: los capítulos I, II, IV y V se titulan como los cuatro primeros libros del Pentateuco y la novela se cierra con otros tres capítulos “bíblicos”: “Ester”, “Salmos” y “Apocalipsis”.

Pero las referencias no terminan ahí. Hay algo en los asesinatos de religiosidad opaca, oscura, algo litúrgico y ritual. El misterio se envuelve en plegarias cuyo contenido simbólico, correctamente interpretado, tal vez podrá ayudar a encontrar al/la asesino/a.

En tercer lugar, y como actante directo en la propia vida de Sara, la religión es también un aspecto importante. Sus padres están muy enfermos de homofobia, grave y crónica. Es la suya una homofobia de etiología religiosa. Que su hija pueda sentir amor por una mujer, simplemente no les cabe en la cabeza porque lo creen un pecado horrendo. En tal estado de cosas, Sara hace mil años que abdicó de sus relaciones familiares. Aunque le duele en el alma, ha terminado por aceptar que no hay solución posible y vive con ello. Pero no siempre fue así, Sara ha tenido que pasar por un doloroso proceso para llegar a este punto de resignación y de autoaceptación. Y ha tomado decisiones muy duras y también muy equivocadas: dejar a la que probablemente era la mujer de su vida, Sofía.

Lloró por ella, por la pérdida. Lloró por Sara, por su pena. Y lloró por aquellos padres que, arrastrados por una fe despiadada, habían olvidado el amor a su hija” (Pág. 92)

Así que Sara ha hecho el negocio de su vida sentimental (lo digo irónicamente, claro). Renuncia a su amor y acaba teniendo también que renunciar a sus padres porque son unos imposibles. La pena de este sigue siendo uno de los conflictos más grandes –y, por desgracia, fundados- para cualquier chica lesbiana hoy en día. En fin, aviso a navegantes: carece de sentido complacer a quien no te acepta. Estos ejercicios de auto-anulación no acaban nunca con buenos resultados para tu felicidad.

Pero no es Sara la única que sufre. Ni tampoco Sofía –por su causa-, ni Claudia –por muchas razones todas juntas. El sufrimiento es algo que va en el kit de la vida; es así, qué le vamos a hacer. Debido a causas similares por las que Sara recorrió su particular camino de amargura –también de naturaleza familiar-, Ester (actual pareja de la abandonada Sofía) lleva también su cruz a cuestas. Y vaya cruz.

Los padres de Ester representan a otra categoría de enfermos, diferentes a los progenitores de Sara, pero igualmente dañinos: son incapaces de expresar afectos y de comunicarse. Son átonos emocionales. Probablemente el responsable de su patología sea el entorno rural cuasi-prehistórico en el que vegetan. Mucha culpa tiene también el negocio del queso, porque viven de hacer quesos, aislados del mundo en general y de la civilización en particular. Ester ha acabado por odiar el queso a muerte. Pero si algo no admite duda es que los problemas hay que cogerlos por los cuernos o te persiguen hasta que les haces caso; no es buena idea leer una carta cuatro años después de haberla recibido. Las autoridades emocionales advierten que es algo que puede provocar altos grados de culpabilidad.

Esta es una novela de crecimiento personal. Sara aprende con cada una de las mujeres de su vida. Aclaremos que las mujeres de Sara no son sólo aquellas con las que tiene un romance, lío, amor o simple acostón. Son todas aquellas que ocupan un lugar importante en su devenir vital. En este sentido, ellas han sido paradas de avituallamiento en la vuelta ciclista de su vida, quienes han influido de múltiples maneras en su camino de maduración.

Sara cerró los ojos. Hacía tiempo que nadie la tocaba así. Una ola cálida le recorrió todo el cuerpo y la hizo sentirse viva. Viva como hacía años que no se sentía. Despierta y agarrando con fuerza el timón de su vida. (Pág. 120)

“Las Mujeres de Sara” es un libro lésbico con grandes virtudes. En primer lugar, hay intriga, acción y misterio. El peligro sobrevuela por la mayoría de sus páginas. Y esto, claro, acelera la lectura. Pero no es la típica novela de asesinatos de llevarse sustos y averiguar la identidad del criminal. Aquí hay más fondo: para empezar, los malos están bien construidos; no son malvados sin alma. Se acaba generando una cierta empatía con ellos, porque tienen razones para actuar como actúan, aunque sean equivocadas. Sus acciones son reprobables (claro está), pero no están motivadas por una maldad gratuita. Son personas con sentimientos. Incluso dignas de lástima.

Hay también amor, emociones, sensibilidad. Por supuesto, y como hemos visto, algunos problemas. Pero no os asustéis, que no es el típico dramón que termina con una catástrofe de tragedia griega. Porque otra de las grandes cualidades de la obra es su punto de vista optimista, su mensaje de esperanza.

La vida le había demostrado que finalmente todo acaba donde tiene que estar y cada uno, tarde o temprano, tiene lo que se merece y lo que desea con todas sus fuerzas. (Pág. 95)

Dicho todo lo anterior, ¡atención!: Sara corre verdadero peligro, no hay que descuidarse. A ver si vamos a quedarnos sin protagonista, que la cosa va en serio y en el pueblo idílico de montaña hay mucho/a asesino/a suelto/a dispuesto/a a todo. Y recordad, nada es lo que parece. Que disfrutéis de este libro, si os apetece. Yo me lo he pasado muy bien.

Edición que cito: GREY, E. Las mujeres de Sara . Editorial La Calle. Antequera (Málaga), 2014.