Cate Maynes es una detective especializada en dos cosas: destrozarse la vida e investigar casos raros. Ya tuvimos noticia de ambas habilidades en su anterior aventura, “El Primer Caso de Cate Maynes”. Aquí prosigue por derroteros similares: su existencia sentimental sigue siendo caótica (aunque en justicia hay que decir que la chica intenta asentarse y al menos ya no va saltando de coño en coño sin límite numérico). No os asustéis, que no me invento nada: la misma Cate llama a su último año “annus sexualis” (Pág. 61). Ella, según sus propias palabras, continúa siendo un desastre completo y una imbécil absoluta; sí, tiene una autoestima que podría bajar un poco más abajo del inframundo. Pero es que a veces es difícil pasar página.
Ya sé que parezco una hoja dando bandazos en un riachuelo, pero es culpa de este último año, que me tiene fuera de juego. (Pág. 293)
En cuanto a su vida profesional….pues casi está peor que antes. Porque, en comparación con el caso precedente- que ya era extraño de por sí- el actual se lleva la palma de lo rarito.
Acude a su despacho de detective un individuo con la siguiente petición: “Quiero saber quién fui”. Se ha caído (o tirado) de una ventana y del testarazo que pegó contra el suelo le ha quedado una amnesia galopante. Dice llamarse Dominicus Nan, pero es consciente de que ese no es su verdadero nombre. No tiene la menor idea de dónde vive, ni a qué se dedica, ni si tiene familia o no…en resumen, no conoce nada de nada respecto a su vida ni su personalidad. Lo que busca es que Cate investigue precisamente tales importantes cuestiones; porque, a qué negarlo, no saber quién demonios es uno/a debe ser harto desazonante. Para colmo, la investigación tiene fecha de caducidad: el tipo está muy enfermito y Cate debe averiguar tan decisivas incógnitas antes de que palme porque el pobre quiere que su nombre verdadero figure en la lápida.
Y Cate, amiga como es de meterse en follones cuanto más gordos mejor, acepta el caso.
No es que la chica se aburra y por eso intente ponerle la sal y la pimienta que le falta a su vida por la vía profesional. Ya acumula bastantes problemas con sus relaciones sentimentales como para complicarse más, pero es que es un verdadero imán para los conflictos. Tiene una relación con Micaela, una mujer hermosa y seductora que parece quererla de verdad. Cate también padece síntomas claros de estar enamorada de ella. Os preguntaréis cuál es el problema entonces. Pues digamos que la profesión de Micaela es un tanto….difícil de sobrellevar. Micaela es puta. Y claro, a Cate se le hace muy cuesta arriba pensar en los momentos laborales de su novia.
Llegaron a un acuerdo, un contrato en toda regla por el que eso no le debería importar a Cate. Ambas sabían que era complicadísimo. Ahora nuestra detective se percata de cuánto puede llegar a serlo. Los celos son más poderosos de lo que creía y su corazón sigue siendo tan prepotente y tirano como siempre. Ella dice que es un cabrón. No le falta razón: su corazón la domina sin atender a los planes que ella- su propietaria, teóricamente-ha trazado. Su corazón va por libre y dicta sus leyes sin atender a lo que la propia Cate puede decidir. Está harta de él y con razón: ¿con qué derecho su corazón regula su vida sin respetar los deseos de su mente y su sentido común? ¡Ay, Cate! ¿Te has parado a pensar cuántos corazones son tan dictatoriales como el tuyo? Quien tenga un corazón que atienda a razones y que obedezca al cerebro, que levante la mano. ¿No hay ninguna mano levantada? OK, pues sigamos adelante.
Como suele suceder en trances tan complicados, la dolida protagonista pasa las de Caín. Porque Cate tiene que lidiar en muchos frentes. Y uno de sus más duros adversarios es su propio pasado. Cate ha intentado dejar atrás su vida, pero sin pasarla por el filtro de lo bueno/malo. Y abandonando malos recuerdos ha abandonado también las cosas buenas. Su familia, por ejemplo. Cuando una persona de su familia muy, muy especial se le presenta de improviso, Cate reconoce en el centro de su alma lo injusto que ha sido dejarla como si no la quisiera volver a ver. Por fortuna, esa persona tan especial tiene arrestos de sobra como para acudir a la montaña si la montaña no va a ella. Y así tenemos la inmensa suerte de conocer a alguien tan importante en la vida Cate que es, ya lo anticipo, todo un personaje.
Con estos mimbres se construye un libro lésbico muy interesante. Por una parte, asistimos a las aventuras detectivescas de la protagonista que, como suele garantizar el género, están pobladas de acción, intriga y emociones. Por otra, su vida sentimental y su evolución personal le dan profundidad a la trama. Porque “Los Hilos del Destino” no es sólo una novela de detectives, es también una novela de relaciones amorosas, con su ajustada dosis de sexo y bastante intensidad emocional.
Pero no esperéis una novela cargada de drama y disgustos. Cate vive una vida peligrosa e intensa, pero nunca pierde su sentido del humor. Es el suyo un humor peculiar, irónico sin llegar a la acidez y con frecuencia sorprendente. Nunca sabes dónde va a soltar Cate una de sus frases burlonas y heterodoxas.
Estaba empezando a cabrearme conmigo misma y la cosa podía acabar mal si empezaba a darme de tortas. ¡No habría quien detuviera la pelea! (Pág. 59)
Este es uno de los puntos fuertes del libro: la personalidad de Cate. A nuestra protagonista se le coge cariño por el desenfado con que afronta sus desdichas, por su desvalimiento y porque -aunque ella crea que es imbécil integral- resulta una tía valiente y capaz de hacerle frente a lo que sea. Y recibe tundas y porrazos como la mejor, porque es una detective dura, de género.
Desde “El primer caso de Cate Maynes” ha evolucionado, ha crecido y ha madurado. Sigue siendo la misma cabeza de chorlito y con esa habilidad tan suya de rodearse de problemas. Pero sabemos más de ella, tenemos más fondo vital. “Los Hilos del Destino” nos revela parcelas de su pasado que quiso dejar atrás, y que ayudan a conocer las razones de su huida y de los tumbos que ha pegado en el último año (el famoso “annus sexualis” y, yo diría también, “borrachilis”). Atención, porque deshacerse de la vida anterior no es sencillo –ni tan siquiera conveniente- y las sombras emocionales planean con insistencia. La sombra, en este caso, se llama Helena.
Helena es el pasado, Micaela es el presente y la cuestión reside en quién será el futuro de Cate (o si habrá siquiera un alguien en ese futuro).
Hay que aludir a otro de los aspectos más atractivos de la novela: el tratamiento del tiempo. Nuestra protagonista narra en primera persona pero, ¿desde qué punto temporal? Desde el futuro. Esta es una perspectiva interesante, porque sugiere lo que está por venir, pero que no se nos desvela aún, generando la intriga correspondiente.
Sin embargo, miradme: soy una mujer sentada en la arena. Os hablo desde el futuro. Micaela me mintió ese día, siguió haciéndolo durante muchos, muchos más. O, para ser exactos, lo hizo por omisión. (…) Si en ese momento yo hubiera sabido todo lo que más tarde supe, si hubiese podido entrever qué había detrás de la mirada a veces opaca de esa mujer; de sus futuras lágrimas, puede que las cosas hubieran sido de otro modo. O puede que no. Quienes manejan los hilos del destino, bien lo sé, pueden ser muy caprichosos. (Pág. 293).
Aquí tenemos el título de la novela, «Los Hilos Del Destino». Cate intenta desesperadamente controlar las riendas de su vida, pero topa una y otra vez con lo impredecible. No se puede manejar el destino o, al menos, tener un control absoluto sobre él. En el caso de la detective, los hilos del suyo parecen entrecruzarse.
La novela concluye con esperanza, pero con sombras en el horizonte. Y su final es una ventana abierta a las próximas vivencias de Cate. Eso nos asegura que viviremos otro de sus casos (la resolución de éste es sorprendente, os lo aseguro).
En el ámbito formal, el libro tiene muchas virtudes. En primer lugar, los diálogos están muy bien construidos y sustentan gran parte del buen resultado final. Me gustaría resaltar el largo diálogo que mantienen Mica y Cate y que forma un capítulo entero. Es necesario, muy ilustrativo de los sentimientos de ambas y está lleno de tensa emoción.
Toda mi rabia, los celos, se echaron hacia atrás, asustados, los muy cobardes, ante el giro de los acontecimientos. (Pág. 300)
Ya hemos anticipado que el propio uso de la primera persona como voz narrativa resulta también muy apropiado. Cate se nos muestra tal como es, sin filtros. Confusa a veces, alocada otras, divertida o atormentada. Un completo desastre, pero que se hace querer. Tiene frases memorables, llenas de humor, aunque también se pone seria cuando le toca. Es eficaz en su trabajo y ágil en la narración de las escenas de acción. Y de vez en cuando, nos obsequia con algo tan elegante como esto:
Me dormí. No soñé. Fue como caer lentamente en una habitación desnuda, blanca como la nieve. Como convertirse en pluma en un día sin viento. (Pág. 280)
Dicho lo cual, sólo queda recomendar la lectura del libro. Creedme, con “Los Hilos del Destino” os lo vais a pasar muy bien.
Que lo disfrutéis, si os apetece.
Edición que cito: GARCÍA, C. A. Los Hilos Del Destino Ed. Egales. Madrid/Barcelona, 2014.