¡Hola! ¿Qué tal? Mi cuarto té de durazno y yo estamos aquí, como de costumbre, frente a la ventana de siempre en esta fría madrugada, tratando de ordenar sentimientos y palabras, de una nueva historia que tengo que contar, que esta vez tiene forma de carta cursi.


La gente está tan acostumbrada a ser infeliz, que la sensación de felicidad les resulta sospechosa. A veces estamos tan reprimidos que la espontánea ternura incomoda y el amor inspira desconfianza. Chamalú.

Esta es mi única manera de decirte, preciosa extraña, las cosas que no puedo decirte de frente. Lamento que mi cobardía se refugie en el silencio. Es triste que te parezcas a mí en este raro sentido.


Cuando te vi, aquella calurosa tarde, hace dos años, entre los orgullosos alaridos de una multitud colorida, yo no sabía que escribir podía ser mi puerta de escape para conocerme a mí misma. Este blog no existía y yo tenía un vacío profundo que a diario se hacía menos habitable (La típica leca con rollos existenciales).

Eran las tres en punto cuando empezaron a dolerme los pies y todito lo demás (bajo el inclemente sol que parecía resuelto a despellejarnos vivos). Unos escasos pasos más allá pensé en irme a casa. Añoraba una ducha fría y andar calata por la casa cuando apareciste a mi izquierda, con lentes oscuros, pelo lacio y largo, un minúsculo arete en la ceja y con una botellita de cerveza en la mano.

Seguí caminando en modo automático sin saber si te vería otra vez, con las converse torturando a mis suplicantes dedos.

Te busqué.

Te encontré.

Hablabas animadamente con mi prima, quien te miraba con fascinación.

Te saludé casi sin mirarte con un beso que no fue beso, sino un gesto cordial casi en el aire. Sabía dónde estabas en el círculo de amigos que se armó en la plaza principal, pero era mejor evitar cruzarme con tus increíbles ojos color negro profundo.

Mi primita de veintidós años daba saltitos a tu alrededor, jamás la vi tan emocionada.

Tú sonreías mirando a todos lados con la misma botellita en la mano.

Cuando el casi desconocido grupo de vikingos cayó en mi casa y casi todos dispararon a la tienda más cercana a comprar raciones poderosas de alcohol y cigarrillos dejándonos solas, pretendí nerviosamente leer una revistita que jamás volví a hojear siquiera. Mientras el incómodo silencio entre las dos se apoderaba de mi salita de estar, yo te miraba de reojo sin saber cómo articular palabra alguna.

Rompiste el silencio con un: – ¿Cómo te llamabas?

Demoré en decirte unos segundos: – Marianella ¿Y tú?

Sabía tu nombre. Camila. Claro que lo sabía.

Tus preguntas de slam y mis tajantes indiferentes respuestas fueron interrumpidas por los alegres camaradas que llegaron cantando entre risas.

Perdóname otra vez. La cojudez no se compra, se adquiere con los años (#DímeloAMíCsm).

Fernanda, mi prima, mi pequeña adoración, se sentó a tu lado, y me hizo un gesto que buscaba mi aprobación sobre ti. Me hice la sonsa. Desvié la mirada hacia la misma ventana desde donde hoy te escribo.


Esa noche, bajo el estímulo de la música y demasiado alcohol, en aquel bar, supuse que no estaba mal hablarte y de alguna forma disculparme por mi comportamiento anterior.

Pronto me convertí en un pseudo payaso y tú en la sonriente participante de mis estúpidas bromas. Traté de invitarte una cerveza más y no quisiste que pagara por ella. Cuando el mano a mano estaba en su mejor momento de bullying consentido, nuestros compañeros de juerga empezaron a desaparecer uno a uno (#ACaerComoCostalesDePapa).

Fernanda debía llegar a su casa temprano y me pidió que te cuidara. Recuerdo su fuerte y sincero abrazo al despedirse.

También a mi me duele lo que sucede Camila.

Otra vez tú y yo estábamos a solas.

La química entre tú y yo es un tanto irreal. ¿No te parece? Como un imán. Como algo que nos jala a mantenernos en un eje que inevitablemente nos une en un mismo punto.

No pude evitar acercarme mientras bailábamos. No pude evitar mirarte y hundirme en tus ojos.

No pude evitar cerrar los ojos al oler tu cabello. No pude evitar apretar tu cintura.

No pude evitar acariciar tu espalda. No pude evitar rozar tu cara con mi boca.

Cuando me besaste desperté por un momento y me sentí culpable. Te pregunté si tenías algo más que amistad con Fernanda. Respondiste que no lo habías siquiera pensado con notorio asombro.

Las horas pasaron frente a nuestros besos y abrazos en el sillón de esquina del lugar, frente a la barra. ¡Diablos! Todo fue tan suave, tan natural que parecía que estuviéramos reconociéndonos de alguna época de antaño.

Mi terror a sentirme tan cómoda con alguien se esfumó un ratito.

¿Recuerdas que te dije que hace mucho no me sentía así?

Recuerdo que dijiste que también tú sentías lo mismo.


Camila. Lamento haber desaparecido. No podía lidiar con lo que sentí en ese momento. Leí mil veces tus mensajes sin responder. Ha pasado mucho tiempo sin verte. Te quedaste en mi memoria, aún no sé por qué. No quise saber. Siempre pensé que este mundito, donde todas se lían con todas, no era lo mío. Fernanda es tu mejor amiga ahora y también tu ex. Ahora todo es más complicado.


Reencontrarnos ha sido increíble en estos días.Tengo aún que contarte muchas cosas. Perdona tanta torpeza. Me siento muy nerviosa cuando estoy contigo.

Que el carro se quede sin gasolina en plena vía expresa más que una distracción es una animalada. Me sentí más inútil que la primera rebanada del pan de molde.

Cuando tiré el vaso entero de trago en tus jeans no atiné a ayudarte. Lo siento. Estaba más perdida que Atahualpa en la guerra de las galaxias.


Ayer que nos hicimos tan felices, puedo decir sin temor a equivocarme que hace más de cuatro años que no me sentía tan viva.

No hay otra cosa en la que piense que no seas tú y tu sonrisa en mi cama. En las sombras de nuestros cuerpos encontrándose en la pared. En tu voz susurrando. En tu boca entreabierta. En nuestras manos recorriendo cada centímetro. En tu mirada a media luz…

Yo no sé que pase Camila. Tampoco quiero lastimar a nadie, menos a Fernanda. No importa si es tu ex, ella será por siempre casi mi hermanita. Simplemente esto no es correcto en tal vez, mi cuadriculada forma de ver las cosas.

He tratado de ponerme excusas, pero no logro encontrar una creíble para sentirme menos rata. Creo que para todo hay un camino. No sé si quiera pensar en ello ahora mismo. Esto simplemente no me pasa a diario.

Estoy feliz por esto, incluso si no dura. Incluso si vuelvo a desaparecer o lo hagas tú después de leer semejante advertencia.

Tú has hecho que sienta otra vez.

Si me toca perderte ¡caballero! C’est la vie.

Tal vez llore. ¡Que lindo será llorar!

Gracias por eso.

… Sólo quiero verte otra vez.

Pintura de la talentosa: Andrea Barreda.