101-razones-para-odiarla-por-Emma-Mars

101 razones para odiarla es la historia de dos mujeres que son enemigas íntimas. Se llaman Olivia Simón y Claudia Martell. Nacieron con pocas horas de diferencia en habitaciones contiguas del mismo hospital y desde entonces, la vida se empeña en juntarlas. El caso es que sus madres se hicieron amiguísimas, pero las hijas se tienen una inquina de muerte…o eso es lo que ellas creen.

Desde sus más tiernos años hasta finalizar el instituto no lograron librarse la una de la otra. Después la universidad las separó y ambas suspiraron aliviadas. Pero, tras ese respiro, hete aquí que aterrizan en la misma empresa y después en la misma oficina. Las dos son editoras y trabajan en una pequeña editorial (García & Morán).

Todos los compañeros y jefes de ambas están al corriente de la animadversión que se profesan. No podría ser de otro modo: salen a trifulca diaria, así que muy tonto hay que ser como para no darse cuenta de que no pueden verse ni en pintura.

Sólo están de acuerdo en una cosa: no se soportan, se repelen, se dan asco y grima; no se aguantan y ya está. Lo siguiente lo dice Olivia, pero Claudia lo hubiera suscrito también sin que le temblara ni una pestaña:

«…Es estúpida, arrogante y está empeñada en amargarme la vida. Pero, ¿sabes qué? ¡No se lo voy a permitir! O me trasladan a mí o la trasladan a ella, pero yo ya estoy cansada de tener que aguantarla. Te juro que tengo al menos cien razones para odiarla.
—Pues ella es encantadora contigo.
—Ahí tienes la ciento uno».

No, Claudia no es encantadora con Olivia; como Olivia no lo es con Claudia. Se limitan a entrecruzar sus aceros en cuanto tienen ocasión, sólo que a veces las estocadas son sutiles e irónicas, provocando en la rival una exasperación aún mayor que si el lance hubiera sido a las claras sangriento.

Lo bueno de todos estos enfrentamientos es que no hay manera de saber quién se pone más histérica de las dos cuando trata a la otra. Están en tablas absolutas y justicieras: ambas demuestran la misma falta de empatía y el mismo grado de dificultad para aguantar a su enemiga (porque lo suyo, como dijimos antes, es toda una íntima enemistad).

Ya dice el refrán que a perro flaco todo se vuelven pulgas. Tenían bastante nuestras íntimas enemigas con soportar su presencia mutua en la oficina; ahora tendrán que compartir más horas al día.

García & Morán pasa por una situación delicada. De hecho es una editorial exánime cuya única esperanza se cifra en impulsar las ventas publicando un bestseller que se venda por lo menos como la saga de Harry Potter. Así las cosas, el jefe no se va a andar con contemplaciones: necesita que sus dos mejores editoras trabajen juntas y si no les gusta, pues que se aguanten.

Les asigna una misión no imposible, pero sí complicada: engatusar a un huidizo y brillante escritor, escondido en un remoto pueblo de Escocia para que les conceda los derechos de su nueva novela. Al jefe se la refanfinfla cómo lo hagan o si se van a tirar de los pelos en el viaje, el caso es que vuelvan con el contrato firmado. Una vez terminada la misión, pueden matarse si quieren. Hasta entonces, ni hablar. So pena de despido inmediato.

Planteada así la partida, no queda más remedio que coger al toro por los cuernos y aceptar el reto sí, o sí: deberán estar juntas en la lejana Escocia hasta que consigan arrancarle al escurridizo escritor el contrato que salve a la editorial.

Nada más llegar al pueblo escocés, donde debieran concentrarse en llevar a cabo su tarea, Claudia y Olivia persisten con ahínco en sus actitudes de pelea-patio-de-guardería. En seguida protagonizan sendos incidentes que sorprenden tanto a su contacto en la misión, como a su atribulado casero (un pobre hombre al que martirizan varias veces con sus peloteras y que jura por todos los dioses de la antigua Caledonia no volver jamás a alquilar habitaciones de su —hasta entonces—tranquilo hogar). Desde luego, un colchón bajando a velocidad las escaleras de la vivienda en la mismísima primera noche de estancia de las huéspedes desanima al más valiente arrendador de habitaciones.

La persecución de Domenech (que así se llama el escritor) se rellena de episodios bastante divertidos. Mi favorito es el de Clorinda, o de cómo una vaca puede ayudar a estrechar los lazos de dos idiotas que creen odiarse. Y hasta ahí puedo leer.

Al término de su estancia en Escocia, Claudia y Olivia descubren que no vuelven con el mismo equipaje sentimental que llevaban en la ida. Aunque todo es muy confuso aún, ambas saben de sobra que las cosas han cambiado. Y especialmente Olivia, que regresa con un sorprendente descubrimiento sobre su compañera que la tiene desconcertada, descolocada y desorientada.

Y luego estaba Claudia, a la que seguía sin poder mirar a los ojos, en parte porque se sentía muy culpable de lo que había hecho, pero sobre todo porque ahora la veía con otros ojos. No podía evitar mirarla de una manera extraña, demasiado curiosa y vacilante. Era como si de repente su compañera de trabajo tuviera súper poderes, un magnetismo especial del que no podía escapar.

Hasta ese momento, la vida de Olivia había sido convencional, tirando a aburridilla con su pareja, Luis, un buen tipo pero bastante sosainas. Vivía con él y se llevaban correctamente bien. Ella estaba más o menos conforme con esta situación, aunque no se le escapaba que tal vez se estuviera perdiendo algo.

Se acordaba a menudo de aquella famosa frase de John Lennon, en la que el cantante advertía de que la vida es eso que pasa mientras planeas el futuro, y no pudo evitar preguntarse hasta qué punto estaba cayendo en esa trampa.

Pero ahora, Olivia no sabe qué bicho la ha picado. Tras su descubrimiento sobre Claudia, está sintiendo dudas sobre aspectos de sí misma que jamás se había planteado. Lo que le sucede, y con lo que está bregando, es que se siente muy atraída por su tradicional enemiga. Esto supone no sólo una quiebra de su inveterado aborrecimiento hacia Claudia — que ha sido todo un eje de su existencia—, sino también cuestionarse repentinamente y por primera vez algo que había dado siempre por sentado: su heterosexualidad. Lo más gracioso de todo es que ella está convencida de que todo el mundo comparte su sorpresa, cuando (como ocurre muchas veces) la gente que nos rodea ha percibido hace tiempo la posible lesbianidad que nos adorna.

Esto le sucede a Olivia cuando decide contárselo a su amigo Fernando quien, en vez de asombrarse y escandalizarse, confiesa haber «descubierto» a Olivia mediante la ayuda que los estereotipos brindan a todo heterosexual:

Bueno, tienes que admitir que nunca has sido la mujer más rematadamente femenina del lugar. Apenas demuestras interés por los hombres, no eres nada presumida, la moda te da exactamente igual y aunque seas muy femenina, hay veces que tienes una mente más masculina que la mía…

Chicas: ya sabéis lo que debéis hacer —según Fernando— si queréis pasar por heteros (no es aconsejable, pero allá cada una): tenéis que estar loquitas por lo último que pongan en las pasarelas de medio mundo y… ojo con las masculinidades de la mente, que os pueden traicionar. Pensad siempre en femenino: ya sabéis, sólo trapitos.

El problema de Claudia es diferente, pero comparte aspectos comunes: ella no tiene dificultades con el tema “me gustan las mujeres”; el núcleo de su conflicto es más bien haberse enamorado como una burra de su archienemiga. Porque, seamos sinceras, pasar de un odio púnico a un amor devastador no es algo que te pase todos los días y además plantea una cuestión clave: ¿cómo se seduce a alguien que crees que te detesta?

Turbada por sus emociones y su no saber qué hacer, acude a su madre. Y con la perspicacia maternal que viene de serie en todas las progenitoras, la mamá de Claudia adivina de inmediato lo que sucede. La perplejidad con la que escucha a su madre —aturullada por la creencia de que su mamá tiene poderes de clarividencia— no impide que siga sus sabios consejos para la feliz conquista de Olivia.

Y así, siguiendo el dicho popular de que entre el amor y el odio no hay más que un pequeño paso, las dos enemigas radicales deberán poner orden en sus sentimientos, descubrir qué contienen en realidad y…obrar en consecuencia.

La historia que cuenta «101 razones para odiarla» es interesante, romántica. Tiene buen ritmo y un sentido del humor siempre presente y bien distribuido a lo largo de toda la obra, tanto en cuanto al planteamiento de situaciones divertidas como a los diálogos. Por ejemplo, el siguiente comentario de Fernando (a quien ya conocemos por su curiosa forma de detectar lesbianas) con Olivia:

«—Tienes novia.
—¿Y qué? Estar a dieta no es impedimento para mirar la carta».

Los rifirrafes de las protagonistas animan mucho la acción, pero sus desencuentros no alcanzan cimas dramáticas y son con frecuencia juegos inconscientes de dos polos opuestos que se atraen sin poderlo remediar. De hecho, lo más llamativo de la historia y quizá su atractivo mayor es, precisamente, que la difícil relación entre las dos protagonistas no llega nunca a adquirir tintes melodramáticos: aquí no hay sufrimientos insoportables. Además, de vez en cuando encontraréis escenas intensas, de ardor físico y pasión desbordada. Así que tiene buenos ingredientes para resultar una novela entretenida, con la que pasar buenos ratos e, incluso, leérsela de un tirón. Que la disfrutéis, si os apetece.

Edición citada: Mars, E. 101 razones para odiarla E-book. Edición Kindle. 2014.