¡Hola! Ya estoy aquí otra vez.
Mi té de jazmín helado esta madrugada, me devuelve los recuerdos de un pasado que hoy se siente ajeno y lejano.
Me satisface saber y entender, que el mundo es tan impredecible como el espontáneo deseo de amar. Aquel sentimiento tan mencionado como vapuleado, no es más que una sincera ecuación imperfecta en manos de la ignorancia. Qué bien se siente no saber nada. ¿No lo crees?
La historia que hoy se resbala por mi libro de relaciones inconsistentes, tiene lugar en una época en la que la inexperiencia revoloteaba por los confines de mi poco raciocinio y por las ganas de levantarme a cuanta fémina curvilínea se posara por mis lares.
Me duele una mujer en todo el cuerpo. Jorge Luis Borges.
Ursula Martins me tenía loca. ¡Qué digo loca! Me tenía pendiendo de un hilo cada vez que insinuaba ofrecerme una noche de entrega completa en la cama de su habitación.
No podía perderme semejante oferta de admisión. La conocí en el club de la playa naval. Fui invitada para un evento social de amigos en común. Ella llevaba un vestidito azul oscuro que me partió el ojo en dos mitades. Unos zapatos de tacones altos que alargaban sus piernas de seda. El cabello lacio ordenado como niña buena y una risita coqueta que me cercenaba el cerebro cuando la escuchaba.
Cuando empecé a frecuentarla no tenía idea que el padre era un coronel de la marina y mucho menos que tenía un carácter del carajo.
La madre no se quedaba atrás. Los dos tenían un temperamento de los mil diablos y una cara de pocos amigos que bien hubieran podido pasar como máscaras terroríficas de Halloween.
Al comienzo iba a la casa de Ursula haciéndome pasar por una amiguita nueva. Los padres de ella hace rato que sospechaban que a su niña querida, le gustaban las mujeres. Pronto le prohibieron que me vea por la proximidad que se podía ver a simple vista entre ambas.
Luego dejaron de darle permisos para salir, ya que andábamos juntas todo el día por donde pudiéramos. Le quitaron el celular. Le prohibieron las llamadas de casa. La llevaban y la recogían de todas partes.
Viendo que los impedimentos eran cada vez más estrictos para vernos, tomamos una decisión radical y peligrosa. Yo entraría a su casa a hurtadillas en la madrugada, mientras los monstruos del lago Ness, dormían.
(#EsoEsTenerHuevosChochera).
Para llevar a cabo el cometido, planeamos todo con tanto cuidado y dedicación que los de del servicio de inteligencia de las fuerzas armadas, ya hubieran querido tenernos en sus filas.
Yo esperaba en el parque frente a su casa, al filo de la una o dos de la madrugada, abrigadísima y con los ojos bien abiertos. La señal que venía desde su ventana eran las luces de su habitación prendiéndose y apagándose.
Entonces me deslizaba como gato callejero, mirando de un lado a otro recontra palteada y con el corazón en la boca. Ursula dejaba la puerta entreabierta del jardín. Yo gateaba hasta la puerta principal. Debajo de una maceta me dejaba la llave que me llevaba directo a la sala de estar. Me escurría entre los sillones y subía las escaleras sin zapatos con suma delicadeza. Mientras avanzaba iba pensando: ¡Ahorita me meten un balazo carajo!¡Ahorita me meten un balazo!.
La habitación de Ursula estaba tres cuartos hacia la derecha.En el trayecto del segundo piso, siempre me temblaba la pata derecha de purito susto. Ursula me esperaba radiante y perfumada. Allí comenzaba el premio a tan peligrosa maniobra. ¡Y qué tal premio carajo!
Se nos hizo una costumbre realizar estos encuentros unas tres o cuatro veces por semana. En dos meses yo ya entraba como perro en su casa, sin el más mínimo cuidado. A veces hasta me detenía un rato en la cocina para cargar energías. Nunca se despertaban. La mamá tenía el sueño pesado, seguramente acostumbrada a fuerza, porque el general roncaba como vikingo.
Varios de aquellos ajetreados días en que nos quedábamos indefectiblemente dormidas, la mamá entraba a la habitación de Ursula muy temprano y sin tocar. ¡De un empujón la flaca me enviaba de sopetón al piso!
(#TodoLoQueUnoAguantaCsm).
Las primeras caídas fueron dolorosas, pero los chinchones en la cabeza y los moretones valían cada vez más la pena. ¡Qué noches aquellas!
Empezamos a formar un mundo nuevo debajo de su cama previniendo más daño cerebral del que tenía de tanto golpe. Pusimos un cubrecama y una gruesa frazada, que eran la amortiguación perfecta para esos casos de deslizamientos de emergencia.
Ursula colocaba chocolates, galletas y agua por si debía quedarme mucho tiempo allí abajo. El tema era que soy alérgica al polvo y terminaba con los ojos y la nariz hinchada de tanto despliegue de líquidos acuosos. No me importaba. Nada me haría salir de mi paraíso personal.
Ursula no era mi novia. No había llamadas, ni reclamos, ni fechas que no debía olvidar. Tampoco celos absurdos, ni compromisos emocionales. No sabíamos mucho la una de la otra. ¡Pero nos teníamos un hambre que pa que te cuento!
Así pasaron varios meses. La adrenalina que nos causaba la posibilidad de ser descubiertas, era un aliciente poderoso en nuestra relación.
Un día, dormíamos plácidamente cuando de repente, en un segundo ya me encontraba en el piso. La madre de Ursula había entrado a la habitación para decirle que se cambiara de ropa de inmediato pues tenían una reunión importante e impostergable en media hora. Ursula, nerviosa y acongojada me pidió que me quede tranquila y que esperase a que vuelva.
No era nada fácil salir de la casa sin que ella me diera una mano. No me quedaba de otra. Tenía que esperarla nomás. ¡Caballero!.
Me dispuse a meterme una jateadita debajo de la cama, cuando escuché el sonido ensordecedor de la aspiradora que casi se lleva mi nariz.
El coronel se había quedado en casa y aprovechaba en limpiar todo como era costumbre.
¡Maldita sea! ¿Cómo Churchill me iba a salir de esa?
La aspiradora se llevaba los paquetes vacíos de los dulces, se atascó en la colchita o en mi ojo, no recuerdo bien, y RING RING, sonó el teléfono.
(#AyayaySantaMadrecita).
El coronel se fue a contestar.
(#GraciasPapaLindoGracias).
Salí de mi escondite buscando uno mejor. Me metí como pude a un ropero. Por un momento pensé que entraría con comodidad. Medí mal que podía caber allí. ¡Entré doblada como un paquete! Allí me quede una hora.
Dos.
Tres.
Cuatro.
Siete.
¡Nueve horas!
Ya no sentía el cuerpo cuando de pronto la puerta del bendito ropero se abrió.
Era el coronel con cara de sorprendido. Nos miramos unos segundos a los ojos. Estaba vestido un poco extraño. Con una especie de shortcito y un polito algo ajustado. Salí del ropero despacio, toda adormecida. Él seguía mirándome.
Hice una especie de grito de guerra prolongado frente a él, tratando de dominar de una forma muy extraña la situación. Se me acercó unos milímetros…
Creo que hubiera batido un récord mundial de carrera ese día.
Mientras corría a toda velocidad, casi sin sentir las piernas, pensé: ¡Qué Ursula ni que Ursula!
¡Hasta nunca carajo!
(#KeTalKarmaCSM).
Ilustraciones de la talentosa: María Malicia