Unas semanas semanas antes de que Carol finalmente tuviera la decencia de estrenarse al menos como preestreno adelantado en mi ciudad, decidí abstenerme de ver cualquier tráiler nuevo. Me abstuve de ver cualquier entrevista, conferencia de prensa o clips.
Esa escena en el restaurante, que habían lanzado como adelanto de la película, había sido suficiente para dejarme ver sobre qué iría la película: Deseo. Acerca del deseo de una mujer por otra. No quería saber nada más antes de ver la cinta.
Justo un par de días antes de reunirme con un viejo amigo gay de la Universidad para ver la película en el primer estreno que puedo encontrar, me encontré un artículo en un periódico regional. Una entrevista con Todd Haynes.
En ella, él decía, que no podía haber llamado la película de otra manera que no fuese «Carol» porque contaba una historia sobre enamorarse, sobre eclipsar el mundo entero excepto por esa persona, de llevar toda la atención hacia un solo punto y ese punto era Carol, porque la película estaba contada desde el punto de vista de Therese.
Y esta Carol como la conocemos por primera vez nos recuerda a un felino. Juguetona y peligrosa, hermosa y elegante, pero nunca depredadora. Sus ojos brillan y sigo deseando girarme a preguntarle a mi amigo gay si él también la siente, esta atracción, esta sensación de sentirte inevitablemente atraído a su mera presencia. Quería preguntarle si él también se sentía quemado por cada mano descansando en el hombro de Therese, iluminado por cada sonrisa.
Pero la película va más allá de simplemente mostrar deseo y hace que el cine entero se enamore de Cate Blanchett. Cuenta una historia, la historia de Therese, una joven y dócil dependienta que aprende, a través de Carol, a desear. Y al aprender a desear, crece hasta convertirse en ella misma.
Esta película podía haber sido muchas cosas, pero no va sobre el amor lésbico en los cincuentas, no trata de una batalla de custodia y no nos cuenta el más que explorado tópico de nuestros tiempos: el deseo. Es sobre una increíblemente escultural Cate Blanchett entrando en una tienda de juguetes de un centro comercial antes de navidad y, tan cliché como suena, de dos pares de ojos encontrándose y cambiando todo en la vida de Therese.
Las palabras son escasas en esta película de luces tenues y sonidos suaves. De ventanas y espejos y miradas largas por encima de mesas y distancias. Miramos a Therese mirando a Carol, vemos a Therese mirando a Carol seducirla.
Es una película increíblemente sensual, que le regala mucho espacio y tiempo a sus actrices. Y tan magníficas como son Blanchett y Mara, en formas completamente diferentes, también la cámara, las luces, el vestuario, el guión, la música y especialmente la dirección son verdaderamente extraordinarias y se combinan para dibujar el muy íntimo mundo de estas dos mujeres.
Me sentí absolutamente pasmada por Carol, porque fui a ver una silenciosa y bien hecha película con un amigo. No esperaba sentirme tan viceralmente tocada, emocionada e inquietada, no solo por una película, sino también por su protagonista.
Es una película sobre enamorarse y Todd Haynes tenía razón, no podría haberse llamado de ninguna otra manera. Pero para las espectadoras lesbianas, hay algo más, algo extra, además de sentirte enteramente embelesada por esta emocionante y anhelante película.
Carol es una cinta que no podría haberme imaginado después de haber visto tantos, tantos años de personajes lésbicos desfilar frente a la pantalla.
Nunca me di cuenta de que, con cada historia de amor entre dos mujeres en la televisión o en las películas siempre había habido un precio que pagar. Un novio, indecisión, celibato, muerte, enfermedad, separación, ser relegadas a una historia marginal, homofóbia pura y dura, un estereotipo cansino, falta de presupuesto, malas actuaciones, un guión terrible, etc.
Me había acostumbrado a esperarlo, con tanta indiferencia, que posiblemente yo estuve más anonadada cuando Carol terminó que la misma Therese cuando Carol entró en su mundo.
Y qué irónico que, de entre todo lo que he visto, en una película basada en un libro llamado «El Precio de la Sal», simplemente no hubiera un costo a nuestra integridad y nuestros sentimientos. Sino totalmente lo contrario en realidad. Totalmente lo contrario.
Si ya moría por verla ahora tengo el doble de ganas y cuánta razón tienes, siempre hemos pagado un precio por ver alguna relación lésbica ya sea en series o películas que es indignante.