Altiva, irascible, arrogante, orgullosa y condenadamente sexy. Así es ella. La Srta. Kenet se pasea cada mañana por la oficina con esos aires de superioridad que tanto me sacan de quicio (pág. 9).
Kenet, despiadada, fría, prepotente, agresiva y egocéntrica. Kenet (a quien nadie llama por su nombre de pila, Andrea, porque nadie se toma tantas confianzas). Kenet, despótica pero fascinante. Kenet: la jefa que le ha tocado a Sara Martínez (y a un buen montón de pobres subalternos que la sufren día a día, sin esperanza de que se afloje su yugo). La suya es una oficina siniestra, donde Sara espera cada día que la jefaza la llame a su despacho, como quien acepta una diaria condena.
Por fortuna para ella, Sara es buena en su trabajo, por lo que –molestias aparte- tiene bastante claro que su jefa será una dragona de mil escamas, pero cuenta con ella y respeta sus opiniones. Además, Martínez tiene vida fuera de la oficina (algo muy recomendable para la salud, tomemos nota). Entre sus actividades extra-laborales, pueden destacarse: 1) juega en un equipo de baloncesto, y lo hace bastante bien, y 2) cuenta con un grupo de amigos absolutamente magnífico. Son leales, incondicionales, entregados y cariñosos. Todo lo que se puede pedir de los mejores amigos, hasta el punto que cubren casi por completo la faceta emocional de nuestra Sara. Porque Sara, desde que dejó a un imbécil llamado Marcos, no ha vuelto a tener más que relaciones esporádicas. No nos llevemos a error: no es porque no tenga éxito (todo lo contrario, Sara es una auténtica rompe-corazones). Pero quizá precisamente por eso se ocupe demasiado en revolotear y al final no siente la llamada del amor verdadero.
De hecho, esa tendencia al revoloteo ha suscitado ya algunas críticas por parte de su entorno más cercano. Su amigo Max, que es un enorme (también en el sentido físico de la palabra) pedazo de pan, la ha advertido varias veces de que su actitud juguetona puede causar daños en la gente que se ilusiona por ella. Debe cortar la diversión y dejar claras las cosas, antes de que un equívoco haga sufrir a quien haya generado excesivas expectativas.
No obstante, esa tendencia de Sara a la diversión sexual tiene un límite. Es una frontera cuyas lindes ha marcado con absoluta precisión: nada de besos. De hecho, le sorprende sobremanera que los besos sean parte de las relaciones sexuales en la mayoría de las veces, aunque tales actos sean ocasionales.
Por qué todo el mundo se empeñará en incluir besos en un polvo. (Pág. 167)
Porque sus besos no son de cualquiera y ella decide a quién se los otorga y a quién se los regala, si se tercia. Así que nada de besos robados, ni siquiera hurtados. Los besos son algo sagrado. Muy probablemente, porque (aunque de forma inconsciente) Sara percibe que un beso la llevaría a enamorarse sin remedio. En cualquier caso, poder besar a Martínez es un auténtico privilegio que solo ella concede. Un día, durante uno de sus partidos de baloncesto, Sara tiene un mal encuentro con otra jugadora. Cosas que pasan en la cancha: agresividad, nerviosismo, falta de modales civilizados…etc, etc. El caso es que acaba con un monumental porrazo en un ojo y viendo las estrellas (incluyendo varias constelaciones adicionales a las estrellas normales que se ven cuando te das un buen golpe). Pero ella, toda enardecida de valor, se va a los vestuarios como si nada y –heroica y estúpidamente también- pide a sus compañeras que se vayan, puesto que no necesita asistencia. Tremendo error, claro que precisa ayuda: cuando te ponen media cara cual berenjena, lógico es reconocer que lo que más requieres es precisamente ayuda. Resultado de la inconsciencia valiente: desplomación. Sara se desmaya y cae al duro suelo. Los vestuarios se encontraban en soledad: nadie puede auxiliarla, porque nadie ha visto lo que ha pasado. ¿Nadie? ¡No! Una presencia misteriosa rondaba el lugar muy oportunamente. Esa fantasmal persona se apodera del móvil de la víctima y le manda un Whatsapp de emergencia a Max (ya le conocéis: el amigo grandote de la accidentada). ¿Quién será la oculta y benefactora presencia?
Tras la obligada estancia en un hospital, Sara tiene que volver al trabajo –a ver, lógico, no se vive del aire. Y regresar donde espera una jefa como Kenet no es lo que más apetece para una convalecencia. ¿O sí?
El amor de tu vida puede estar en cualquier parte, detrás de cada esquina. Sobre todo, puede ser quien, a priori, menos papeletas tiene en el sorteo. Pero cuando llega, es abrumador e incontestable. Y hay que aprovechar la oportunidad, en el más puro estilo Carpe Diem.
Las mariposas viven solo unos días. Las más afortunadas un par o tres semanas. Te propongo una cosa: vive estos días como si tu suerte fuese la de una mariposa. (Pág. 198)
Con estos breves apuntes, en los que procuro no desvelar de la trama nada más que lo estrictamente necesario para abrir boca, creo que podéis haceros a la idea de cómo es la novela. Se trata de una historia de amor, con los conflictos propios del inicio de una relación. Las resistencias mutuas a dejarse llevar por los sentimientos, los miedos, el pasado… Todos estos son ingredientes que procuran una intriga sobre lo que finalmente sucederá, que resulta muy atractiva. Como elemento de interés adicional, hay que señalar que la obra es pródiga en escenas ardorosas (con espectáculo erótico en Sex Shop incluido), así que la pasión queda asegurada..
El estilo es fluido, sencillo y permite una lectura rápida. Una buena elección si queréis una trama romántica pero con dificultades, conflicto y la inseguridad emocionante de no saber si finalmente llegará a buen puerto. Que la disfrutéis si os apetece.
Edición citada: Garzás Martín, M. Mis besos no son de cualquiera. Ed. Egales. Madrid-Barcelona, 2016.
- Martín, Marta Garzás (Autor)