Sonia

Y, si me hubieses dicho que quieres que conmigo te salgan bien las cosas, yo te habría respondido “ídem”, porque soy más bien callada. Te habría hablado de perdernos de excursión por la montaña, de susurrarnos canciones, de un plan de cerveza y patatas, o cena y una peli de esas ñoñas que te gustan y a mí me duermen. De hacer el amor tranquilamente o follar como dos locas, según nos dé. De vivir, y no dejarnos morir.

Pero no me atrevo.

La verdad es que me es más cómodo seguir follándote en secreto, a solas con mi colchón, que atreverme y acabar juntas haciendo el amor. Haciendo el amor como si el amor lo tuviéramos que fabricar nosotras. Sentirme plena al verte cerrar los ojos en mitad del placer. Y que sea mi nombre el que se te escape entre los gemidos.

No me atrevo, y solo me queda sacar buenos relatos de ti, como los saqué de ella. Porque me cuesta pasar página. Temo romperla.

Tan solo nos abrazamos en mi mente. Solo allí mezclamos nuestros cuerpos. Porque soy una soñadora que no tiene remedio. Lo que tú no sabes es que, gracias a ti, la noche ya no me parece tan borrosa, ni el negro el color más oscuro.

Iré un paso más lejos para confesarte que, cuando me sonríes, parece que en el mundo no se ha muerto nadie. Esto es algo ridículo, pero soy así: una romántica, una bohemia… una soñadora, como ya dije.

Has conseguido que vuelva a creer en el amor. Y yo solo quiero invitarte a mi vida todos los días.

IBIZA O PORTUGAL

-¿Nos vemos en Ibiza? –le pregunté.

-Prefiero Portugal –fue su respuesta.

-Me refiero a la parada de metro.

Sonreía por los andenes madrileños al recordar esa conversación de besugos. La gente me miraba con mala cara, como si yo fuese una excéntrica o estuviese prohibido reír. A mí me resbalaba por completo. Porque iba a verla.

Mi pasatiempo favorito era esperarla en la boca del metro. Camuflarme entre la gente y ver cómo me buscaba. Me deleitaba unos momentos y entonces salía de mi escondrijo, tocándole el hombro con suavidad, para no asustarla. Cuando nos mirábamos, yo me perdía en el color de sus ojos, tan bonitos como el mejor de los amaneceres.

No era la chica más divertida, ni tampoco la más espontánea. Ni siquiera le gustaba el reggae de Mishka, ni las pelis de miedo. Pero al sonreírme, yo sólo quería que todo el mundo se parara a mirarla, para que se sintieran tan felices como yo.

Aún no sé cómo lo hacía. Qué secreto escondía. Ni cómo cambió mi vida a mejor.

No necesito las respuestas.

Las Perlas de tus pechos

Recostada sobre tu pecho. Ese es mi refugio. Donde me siento más segura, abrigada.

Acariciando tus duras y rosadas perlas, mi cuerpo va acallando sus labios más australes. Se relaja, padeciendo tu calma. El perfume de tu piel atonta e incita a soñar contigo.

Las perlas de tus pechos. Un dueto que nunca me canso de besar y mimar. De tocar y mirar. De sentir y excitar. Adornos turgentes que no llegan a saciar mi lengua, porque siempre tiene el mono. Realces de piel, realces de miel, a los que soy fiel.

Las perlas de tus pechos. Un tocado que engalana ese busto tuyo tan provocador. Me hipnotizan tanto como tus pupilas, intensas y tentadoras. Tus perlas y tus pupilas.

Pensando en ese cóctel de sensaciones, acabo por rendirme al sueño. No sin antes susurrarte al oído lo feliz que me haces por añadir las perlas de tus pechos a mis complementos.