Luces preciosa

Luces preciosa con ese vestido. Adoro tu cuerpo y tu pelo así, estrambótico, libre, sin atusar, como incoherente. Es tu estilo. Me encanta que nos mintamos al oído sobre cómo el tiempo no nos ha tocado, ni mucho menos cambiado.

Luces preciosa bajo la luz del atardecer que, como va a llover, es peculiar. Te me antojas dulce y plena. Y cuando te cotilleo de perfil, entiendo que tu silueta es mejor que cualquier escultura de un gran artista.

Luces preciosa en el escenario, cuando me buscas desde tus ojos, tan expresivos como la luna, y en esa mirada distingo el brillo de tu amor. Porque contigo, hasta por las noches sonríe el sol.

Luces preciosa en esta vida, encanto

Otoño

Recuerdo tu otoño mojado de placer.

Al mirarlo, me enrojecía como se enrojece septiembre con la llegada de la estación. Un jardín privado con los matices propios de la etapa más madura.

Conocí tus voluminosas cordilleras al norte de ti, cada una con su propia cima, sonrosada y sedosa; picos apacibles, esponjosos, cercanos. Fue entonces cuando me dio por la escalada. Y, armada de valor, trepé hasta el monte más hermoso que me quisiste enseñar: el de Venus. Un lugar recogido y misterioso que guardabas en secreto. Aquella loma contaba con su propio otoño, envuelto por un denso seto color café.

Qué hermoso resultó curiosear entre tu prado e ir descubriendo, paso a paso, lugares cada vez más acogedores. Hasta llegar, a través de un pasadizo oculto, a la abertura que daba acceso a un mundo subterráneo. Tu mundo subterráneo. Con el carmín de mis labios, te dejé claro lo lindo que me parecía tu paisaje.

Después de tres meses explorando zonas tan espléndidas, decidiste que había llegado la hora de marcharte a un lugar más frío, y borrar la huella que dejé en tu tierra cuando la escalé a besos. Ahora creo que el color castaño de tu piel ha palidecido, tornándose blanca. Tus sendas son níveas. Aún así, no me parecen pálidas, sino puras, de lo claras que son.

Y yo, desde entonces, me paso los días buscando horizontes inéditos, visitando nuevas praderas, siempre encharcadas, de tonos ocres o cobrizos, con intención de encontrar otro monte tan auténtico como aquel tuyo. Recuerdo lo que pensé antes de que mudaras de época: para ser otoño, no te hacía falta olmo, roble, arce ni ningún miembro arbóreo. Tan solo con tu follaje marrón oscuro, raso o acolchado, pero siempre cálido, te convertías en la estación más completa y sabrosa del año.

Te confesaré algo: Siempre he querido comerte a versos. Y así te lo diré, para que te llegue mejor; pero, sobre todo, para que lo sientas mejor:

Adoro el otoño del color del madroño.

Mi ánimo es algo ñoño, cada día, más de ti me encoño.

Con mis propios lamentos me escoño, me tienen hasta el moño.

Al contemplarte entre el cambroño, recuerdo lo que más me abrigó: tu otoño.

Extremos

Si pudiera, si me dejaras, si me lo permitieras, te escucharía y luego te besaría la voz. Después de besar las lágrimas de las nubes, porque a veces cuando te leo me hablas a través de ellas. Siempre lo haces, a ratos eres auténtica, a ratos das miedo. Sea como sea me invades el pensamiento. Sí, sigo leyendo todo lo que escribes, aunque no te lo diga. Es una anémica forma de volver a sentirte junto a mí. Ojala volvieras. No, ojalá regresaras, porque dentro de ese verbo está mi nombre. Y yo me fumaría la vida entera esperándote, porque dentro de ese vicio está el tuyo.

Y, al pensar en ti, por mucho que duelas, se me sigue asomando una sonrisa a la boca. Unas veces tímida, otras valiente, depende de cómo me haya levantado.

Es normal. Estés en el país que estés, visites la ciudad que visites, o te levantes de la cama de quien te levantes, lo cierto es… que haces un día precioso. Fuiste mi más linda casualidad. Solo por eso, merece la pena soportar que vivamos cada una en un extremo del mundo.