relatos lésbicos

Más sola que la una

A través del cristal empañado por mi vaho, en la soledad de la noche, podía observar la luna, ese gran globo de porcelana al que cada velada le confesaba mis secretos. No necesitaba de un diario de papel, como la gente corriente. Yo no soy así, no me gusta seguir el guion. Por eso me desahogo con la luna. Ella es la única que quiere escucharlos. La única que puede soportarlos.

Aquella pelota de luz iluminaba el dormitorio, eliminando la profunda oscuridad y haciendo entrar en calor mi ánimo. Una esfera albina con sus virtudes y defectos. Con su verdad y su cara oculta. Un astro de perla en aquel pedacito de firmamento que era, para mí, mi cielo privado. Es donde te sigo guardando con cariño, encanto.

No me dejo ser feliz

Siempre quiero un imposible. Parece que lo necesito para estar contenta. Visito tus fotos tres veces al día, como un medicamento que, en vez de curarme, me enferma más. Un fármaco del que tengo que tomar el recuerdo de tu risa en pequeñas dosis, para no desarrollar intolerancia y que no le caigas mal a mi cuerpo.

Eras el remedio para no enfermar de soledad. Eras el auxilio para la tristeza.

Si me curo, no volveré a pensarte jamás.

Ella

Ella…,
siempre era ella,
inocente como una doncella.
Si la recuerdo, me atropella.

Ha hecho mella
dejando una bella huella,
aquella que todavía resuella
encima de una estrella.

Nuestro astro, nuestra centella
titila hoy al final de una botella.
Ella…
Siempre será ella.