Frío
Aquí ando, en mi habitación de madrugada. Una habitación algo tibia y demasiado vacía. Yo, en cambio, no tengo frío. Me caliento los dedos mientras tecleo cada uno de tus recuerdos.
Justo antes de meterme en la cama, acostumbro asomarme a la ventana sin intención de suicidarme. Y comienzo a torturarme con tu sonrisa flotando ante mí. Y mi mente, que es muy cabrona, me atormenta suponiendo que estarás cumpliendo cada uno de tus sueños sin mí.
Me siento un poco aislada. También adoro la sensación de saber que con mi soledad logro arte. Y puede que no me colme de riquezas materiales, mucho dinero y lujos en exceso que me rebosen por la puerta de atrás. Pero me llena el corazón de algo mucho más valioso: su esencia. La esencia de ella. De la escritura. De mi musa. Ese halo inasible, como un humo que apenas se ve, como el viento que solo se siente. Esa sensación bipolar, una mezcla de alegría y desenfado, de sonrisas introvertidas y lágrimas sigilosas; no sé por qué, pero me seduce. Es mi momento de intimidad con la escritura.
Cada vez que te transformo en arte me toca “olvidarte otra vez en cada esquina”, como dice Sabina.
Frío es besar a alguien poniéndole tu cara. Es contagiarse de soledad rodeada de gente. Frío es mirarte y no poder verte. Escalofrío.
Uno, diez, nosotras
Un beso
repartido en dos tiempos.
Ni tres cenas a tu lado
ni más de cuatro(cientas) cervezas en el cuerpo,
lograron arrancar las cinco letras
que tardé seis años en decirte.
Ojalá los gatos me prestaran una de sus siete vidas
para trasnochar contigo aunque sean las ocho de la mañana,
suplicando que no te marches hasta las nueve de una noche muy lejana.
Y si lo haces, contaré hasta diez antes de echarte de menos.
Y yo le seguiré confesando al horizonte, como cada amanecer,
que no existe un número capaz de contar lo mucho que te llegué a querer.
Versos para París
Déjame acariciarte con un verso la boca y hacerte el poema día y noche tras la esencia de París.
Mirar no siempre se hace con los ojos. A veces el alma logra desnudar más que un vistazo. No fue culpa tuya cuando me perdí; sí eres culpable de hacerme sonreír, ayudarme a combatir la tristeza del bello color gris, sellar el grifo de la absenta, verdoso anís.
Solo me hace falta una persona para ser feliz: yo. Y eso… que a ver si me encuentro en París.
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