Relatos lésbicos

Soy una embustera

Le digo que soy solo suya. Que no hay otra como ella. Pero es una mentira. Porque soy una embustera. Sí que hay otra.

Tú, siempre tú. Tan invisible, tan intangible, tan inaccesible como sostener un pensamiento con las manos. Eres tú, con la maldición de tu belleza, que me sigues volviendo loca y haces que me distraiga. Tú, mi musa confusa, que sigues rondando por aquí dentro, viajando desde mi corazón a la mente, y vuelta al corazón. En un vaivén constante sin rumbo fijo. Tú, que me haces ser tan falsa que incluso mi reflejo en el espejo me desprecia y no quiere mirarme más. Tan embustera que hasta tengo el nombre del revés. En eso me he convertido, en una habitante más del infierno del mentiroso.

Mimi

Antes de conocerte, subsistía en el boceto de una vida sin sueños.

Entonces, apareciste una tarde a mediados de otoño. Surgiste como surgen las buenas ideas: sin avisar. Y mi vida resucitó. Así empezó todo. De la manera más tonta.

Ojeamos tantos atardeceres juntas… y todos en silencio.

Fantaseaba con la idea de despertar a tu lado, compartir el desayuno, romper la rutina junto a ti, bailar contigo, reírnos sin vergüenza, discutir por tonterías, reconciliarnos follando… ¿En qué estarás pensando? Espero que no te sientas triste y sola. O sí y te acuerdes de mí, aunque el tiempo haya seguido adelante. Y ojalá supieras que, cada vez que doy un abrazo a quien sea, dejo entre los cuerpos un pequeño hueco que lleva tu nombre y nadie más puede ocupar.

Había una vez…

Son las tres y diez de la mañana. Me apetecen unos cigarros y hablar sobre ella. No necesariamente en ese orden. Aún queda mucho para que amanezca; para mí, el día ya ha empezado. En cuanto dejo de soñar dormida para hacerlo espabilada.

Imagino que fue tarde para ser sincera, pero al final me atreví. Le dije “te quiero”. Es la verdad, la quiero. La quiero pedir perdón, la quiero amar, la quiero soñar, la quiero follar, la quiero sentir, la quiero hacer feliz, la quiero de mil maneras y cada una es más mortal que la anterior.

Imagino muchas cosas, entre ellas, que tiene a otra que se lo dice y su voz suena más convincente que la mía. Madrid, tal y como lo conocía paseando a su lado, ha desaparecido para convertirse en el escenario de una guerra que libramos mi corazón y yo, por sobrevivir.

Había una vez una calle al final de una bifurcación. Era una calle en la que amanecimos, por la que nos perdimos, hasta que quisimos. Una calle que conocí tras una cena, una de tantas cenas. Pero no fue una cena como las demás. Ni tampoco una calle igual que el resto. Una calle tras una cena. No sé en cuál de los dos lugares me enamoré. Ahora le toca el turno al tabaco…