Ayer
Ayer, un día no como otro cualquiera, me senté a redactar mi nota de suicidio.
Comencé con lo típico: cuando leas esto, ya estaré muerta, bla bla bla… “Qué poco original”, pensé. Hice un borrón a la frase y la empecé de nuevo, con más prosa. Me dejé llevar. Mi mano se movía sola, no era consciente de las órdenes de mi cerebro. Cuando quise darme cuenta, había rellenado el folio casi por completo.
Entonces, mi aterrada mente se espabiló y entendió algo: sentía que me importaba lo suficiente ese pedazo de papel empapado por las lágrimas. Al menos lo justo como para esperar a acabarlo del todo.
Al final, la ventana acabo siendo cosa del ayer.
Volumen
Y aquí ando, subiendo el volumen de la música, la tele, o lo que toque a cada momento, como si así pudiese hacer callar el silencio que dejaste.
Si me mirases de cerca, si prestases más atención, y no digamos ya si te molestases en volver, entenderías que no aprieto los labios porque esté tensa o enfadada. Más bien los aprieto porque, como los deje a sus anchas, te matarían con sus gritos de dolor. Y te gastarían el nombre, de todas las veces que se lo han callado.
Joder
A pesar de no haberme prometido nunca nada, ni siquiera un insulso “tal vez” de madrugada, dueles mucho más de lo que me convendría; se me desgarra una y otra vez la herida. Eso es jodido, teniendo en cuenta que tú tendrás a otra a la que le prometerás toda tu vida, que es lo que se me escurre a mí a medida que pasan los días.
Al margen de eso, mi parte más sádica sigue encantada de que me robes el sueño, que me confundas el pensamiento, que sigas paseándote por aquí dentro, en el meollo de este corazón que palpita afónico sin dueño.
No me voy a sentir mal por mentir, por latir, por ser algo pesada, o por quererte de mala manera como si fuese una chiflada. Mi corazón está geométrico, se le marcan las esquinas, y en cada una de ellas brilla tu puto nombre; un nombre, preciosa, que empieza por “M” y, joder, nunca termina.
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