Vinoteca

Tengo una colección de vinos.

Un atardecer de sol rosado vino una mujer con la sonrisa más encendida del mundo. Vino con el pelo más oscuro y menos triste que nunca vi, para tintar tanta tontería que se escondía en mí de un tono diferente al gris.

Vino el viento a través del blanco resplandor de su sonrisa y trajo un amor entre su brisa. No uno cualquiera. Un Amor en mayúsculas, de esos que apapachan el alma, de esos que son muy de piel. De esos cuyo soplo te calma, de esos más dulces que la miel.

A cada gota de su vino le doy gracias por la inspiración, por brindar a mis letras acción, por regalarme su porción de corazón, por enseñarme una valiosa lección.

Y también vino el dolor, tan fuerte como el más añejo de los “Gran Reserva”. Un dolor distante, acuoso, tan profundo como el Atlántico. Menos mal que ese no es permanente. Lo que vino para quedarse es mi pasión por compartir una copa de vino, del color que sea, junto al calor de su ternura; derramarnos el alcohol si nuestras heridas supuran, cosernos a besos los puntos de sutura, y empezar a vivir sin ataduras.

Junto a ella, el jugo de la vida saborearé, latiré, gemiré, exprimiré. Y si alguna vez se va, haré una fiesta con sus “vinos” y mis “iré”.

Suave

“Estoy tan conectada conmigo misma en este instante que me colocaría frente a ti, resbalando muy suave mis manos sobre tu cintura. Te miraría a los ojos y me quedaría embobada de tu sonrisa. Te besaría, abrazándote la boca con mis labios, apapachando tu media luna con la mía para que no mengüe nunca más. Te besaría de una manera tan suave que seríamos capaces de sentir hasta el más mínimo pliegue de nuestros labios. Te guiaría retrocediendo hasta el piso. Suave, muy suave. Tan suave que solo sentiríamos el aleteo de nuestro respirar. Te dejaría caer lentamente ahí, en la alfombra. Suave, siempre suave, como cuando dejas caer una pluma para ver los garabatos que dibuja en el ambiente. Una vez acomodadas en la moqueta y sin dejar de tenerte abrazada, profundizaría en nuestro Beso. Suave, siempre suave. Permitiría a nuestros cuerpos vibrar suave, muy suave, al compás de nuestra respiración, que poco a poco alteraría el ritmo pero seríamos capaces de controlar nuestra ansia por amarnos. Te seguiría besando, nos seguiríamos besando suave, más que suave. Convertiríamos ese momento en algo eterno aunque durara tan solo un segundo. Conectaríamos nuestras Almas y ambas nos fundiríamos en ese placentero beso orgásmico”.

Más que hacer el Amor salvaje, haríamos el Amor de manera suave, siempre suave. Nos haríamos Amor

Lluvia, café y tú

Amo tu libertad y tu capacidad para desvincularte de manera tan sencilla de aquello que a los demás nos enmaraña el pensamiento.

Esa excarcelación de la niña buena la siento en tu despertar, en el regalo de tu primer “buenos días”, tu primer bostezo, tu primera sonrisa, tu primavera, tu confusión mañanera…

Eres mi amanecer preferido. El Sol brillará más desde tus ojos. Te haré cosquillas hasta que llores de la risa y esa será la lluvia bajo la que querré mojarme. Me besarás y el aire de tu boca será el viento que más me refresque. Sentiré que tiemblo pero será por el terremoto más arrasador –en el buen sentido–: el de los latidos de tu Corazón. Me entrarán ganas de nadar en el mejor mar que existe, el que nace de placer entre tus piernas. El mejor camino para llegar hasta él me lo indicarán los lunares de tu cuerpo. Y si me entrase frío, la mejor manta que podría echarme por encima será la de tu piel. Y, por supuesto, la luz que me iluminará a lo largo de este Gran Viaje será la que tiene forma de media Luna: tu sonrisa.

Compartir un café contigo en silencio, en un día lluvioso… Esa es la mejor libertad que nos podemos regalar.